Omán cuarta parte - Sur


Arabian Tour 2005

Tras más de una semana relatando mi diario del viaje, sigo insistiendo en el orden adecuado de las historias, que es el siguiente: Comienzo del viaje, Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, Moscate, Camino de Sur y Sur, primer día. Aún queda mucho por contar, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho.

Mi primer día real de trabajo comenzó temprano. En este sitio se trabaja seis días por semana, diez horas por día. La jornada laboral empieza a las siete de la mañana y hay que coger la guagua que te lleva al complejo a las seis y media en punto. Comprenderéis que es la guagua de los poderosos, que la tropa viaja en otras. Así que desayunamos y nos metimos en nuestro transporte. Sur montañas OmanYa a las seis y media empieza a apretar el calor, aunque a esa hora no son más de veinticinco grados. Nuestro vehículo lleva una media de un pasajero por fila. Delante nuestro iba una guagua TATA con seis indios por fila, apiñados. Paramos en la entrada del recinto para el control de seguridad ficticio, en el que el guardia asoma la cabeza, nos ve a nosotros, los europeos y nos deja pasar sin más, mientras que a los hindúes poco menos que les chequean hasta los calzoncillos. He puesto una foto de la vista desde el campamento hacia las montañas, para que os hagáis un poco una composición de lugar. Si la queréis ver en grande, haced clic en ella.

Después de revisar un poco mis papeles me llevaron al curso de Inducción, obligatorio para todo el que tiene que trabajar allí. Creo que ya comenté que fue un curso a-la-carta, la versión lolailo y festiva del real. En total fueron quince minutos y dos pequeños vídeos antes de ponerme a hablar sobre los jugadores del Real Madrid con el morito que simulaba ser profesor. Tiene guasa que el tipo se encargue de la seguridad y se llame SAIF, que la gente pronuncia como SEIF y que en inglés, por si alguno no lo sabe, significa seguro. Tras la inducción esa, el obligado café con el omanita y de cabeza al trabajo. Primero me fui a la recepción a conocer a las chochas que parte de mi negocio por aquellas tierras tenía que ver con ellas. Las chochas van vestidas de negro de arriba abajo. Mucho velo y tal y tal y tal, pero estas llevan él óvalo de la cara descubierto, en plan monjas. La más simpática y la que ha estado todos los días es un poco fea, con una nariz nada agradable, pero supongo que como diría Torrente, con la luz apagada y remangándole los trapos seguro que se puede follar.

Aparte de la evangelización de estos paganos, tengo que instalar un equipo nuevo con su software correspondiente para las operadoras, actualizar otro e instalar un equipo en el cuarto de telecomunicaciones. No daré más detalles para no amargaros el día. De lo que debía estar, estaba la mitad. De lo que tendría que haber llegado, llegó y robaron cuarto y mitad. Mira que hay seguridad en las puertas, pero así y todo los hay que practican el latrocinio. A la hora de comer nos invitaron al comedor de ese edificio. Entenderéis que es al comedor de hombres, porque las mujeres supongo que tendrán el suyo en la otra punta del edificio o quizás en otro. De hecho, junto al comedor sólo hay un baño de hombres. Aquello estaba lleno de extranjeros, de hindúes (que eran la mano de obra que mantiene todo en funcionamiento) y de omanitas, todos con su jaique blanco y su gorrito chimpún. Para honrar un poco a la patria nos sentamos en la mesa de los holandeses. Para todo el mundo en aquellos lares yo era el primer español que veían por allí, lo cual confirma la voluntad viajera de nuestra raza. Es un milagro que colonizáramos América con el atajo de gandules que tenemos en nuestro país. En Omán cuando dices España todos te nombran a Raúl y Real Madrid. Son las marcas más conocidas de nuestro país.

Para que veáis que no me toco los huevos, como muchos insinuáis habitualmente, trabajamos hasta las ocho y media de la noche. En total, fueron doce horas y media de trabajo y dejamos casi todo listo para el bautizo. Se quedó con nosotros un Omanita, más gandul que los calzoncillos del padre Apeles y que se resignó a pasarse allí la noche si hacía falta, porque mi determinación era acabar a toda costa en la franja de tiempo prevista.

Tras el trabajo, nos fuimos a celebrar el éxito al bar y quizás también porque la cantina ya estaba cerrada y habíamos encargado unos bocadillos para recoger allí. Invité a mis acompañantes con los cupones que me dio el japonés, que fueron seis. Se quedaron helados cuando vieron todos los que me había dado. Por lo que se ve era un montón de dinero. El inglés que venía con nosotros me dijo que seguramente el japo era mar-y-quita y me aconsejó trancar la puerta con la silla por dentro por si quería venir a mi contenedor a lavarme los dientes con su cepillito amarillo. Estábamos con ese cachondeo cuando aparece el japonés en persona y viene a hablar con nosotros. Estos cabrones ya no lo dudan. El japonés está por mí. Si le pico un ojo se me despatarra allí mismo y me pone el culito en pompa. Creo que no lo he descrito físicamente, así que cerrad los ojos y pensad en Rompetechos y es clavadito a él, sólo que un poco más ajaponesado, pero igualmente calvo. En un lado del bar descubrí una puertilla y pregunté para qué era. Me explicaron que los hindúes no están autorizados a entrar allí, así que tienen una especie de anexo de segunda división regional en el que pueden beber. Es como la casa de los ricos y la casa de los pobres del Gran Hermano, solo que los pobres son más pobres y los ricos somos siempre nosotros.

Para entrar en el bar hindú, estos tienen que cruzar unos metros por el nuestro. Cuando estábamos bebiendo aparecieron seis hindúes y corrieron a su zona. Me lo confirmaron mis colegas pero no hacía falta. El rastro de aceite los delataba. Era el colectivo mariquita del campamento y por lo que me dijeron, siempre dispuestos a hacer un servicio extra a cualquiera de los hombres que tras meses de estancia en este lugar esté dispuesto a introducir su aparato reproductor masculino en un orto. A veces me pregunto por qué Dios tiene tanta saña con algunos, porque con uno de ellos se ensañó a conciencia y lo jartó a ramalazos, tanto que se le veía la pluma desde el faro de Alejandría.

Ya más tarde en mi cuarto, medio colocado a cerveza, me meto en mi cutre baño y me encuentro una araña grande y peluda. Era del tamaño de un huevo de gallina. Me hizo un montón de ilusión tener una mascota, así que la dejé estar y me fui a dormir. Por la mañana ya no estaba a la vista y no le dí más importancia.

Esta historia continúa en Omán quinta parte – Sur


4 respuestas a “Omán cuarta parte - Sur”

  1. estas te estan quedando de vicio, con un pulido un poquito extra y toquitos aqui y alla te haces un capítulo entero para el libro!

  2. Lo que estoy poniendo aquí es mi diario personal, como ya dije. Las cosas que quiero recordar de este viaje. Yo cuando lo leo no veo nada especial, aunque me imagino que es porque lo he vivido.
    De cualquier forma, se agradecen los halagos y me alegro de que os vaya gustando.

  3. Muy interesante. A pesar de que no tengo a los países árabes en mi itinerario para futuros viajes, has conseguido darme envidia