Médico de familia


Hace unos días pasé por la consulta de mi médico de cabecera, o lo que en Holanda se llama huisarts. Acumulaba un par de problemillas, así que decidí darme un garbeo por allí y recuperar parte del dinero que gasto en seguro médico. Pedí hora el día anterior y me planté en la consulta un par de minutos antes de mi cita. Mi médico no estaba. Se había pirado de vacaciones y había dejado a la «aprendiz» sustituyéndole. La aprendiza es una que tiene pinta de no haber acabado la carrera. La chica, se sentó tras su maravilloso ordenador Apple, miró mi expediente médico y se le cambó la peluca. Nadie la había preparado para lo que pone allí. Una de las cosas que más me advirtieron cuando llegué a este país es el adornar un poco mi historial médico para que te hagan algo de caso, que aquí se practicaba la eutanasia antes de que se aprobara la ley y los médicos suelen hacer dos veces el juramento hipócrita con lo que no tienen escrúpulos si se trata de emparedarte en un nicho.

La mujer se encontró con un milagro de la medicina, porque después de todas las cosas que le dije a mi médico en mi primera cita y que él puntualmente escribió, parece un milagro que siga vivo. Me preguntó el motivo de la visita y lo exageré también un poco. Se quedó unos instantes meditativa, sopesando sus posibilidades. Visto su silencio, le expliqué exactamente lo que esperaba de ella, que no era nada más que un trabajo muy profesional y con mucho toqueteo, que a mí eso de que el médico me escuche decirle lo que tengo y me haga la receta sin siquiera comprobarlo me sigue pareciendo muy raro. Así que la joven, que seguramente aún no había tenido la oportunidad de tocar un varón en la consulta, se vio entre la espada en la pared. Sin darle tiempo a respirar, me quité la camisa y me puse a su lado, lo cual la asqueó profundamente, como se podía leer en su careto. Estaba quietita, suspendida en la inmensidad del espacio-tiempo, tratando que la poca distancia que había entre ambos se agrandara hasta el infinito. Como vio que yo no cedía, optó por coger esa cosa que se ponen al oído siempre para parecer super-profesionales y me auscultó.

El puto trasto estaba más frío que un cubito de hielo. Supongo que nunca pensó que lo usaría con seres vivos y siempre lo llevó como adorno. Me miró e hizo como un amago de abortar, pero yo insistí e insistí y se tuvo que joder y hacerme un completo. Cuando acabó, me dijo que me pusiera la camisa. Yo le ofrecí quitarme los pantalones y ya de paso que siguiera con los bajos, pero la mera idea le tuvo que provocar dos caries, porque se llevo la mano a la boca espantada y casi en el último momento se dio cuenta del lugar en el que había estado esa mano y abortó la maniobra, dejando que la susodicha pasara limpiamente por el aire junto a su pelo. Salió corriendo de la consulta y habló con la asistente, conversación que gracias a las paredes de papel holandesas pude seguir. Creo que le provoqué una enorme alteración emocional. No se lo podía creer. Puso su mano sobre un hombre de verdad y su tacto no era como el del muñeco Ken al que estaba tan acostumbrada. Tardó como cinco minutos en volver conmigo y todo ese tiempo lo pasó en el baño lavándose las manos. Cuando volvió, apestaba a alcohol, sustancia que parece ser que fue la elegida para borrar mi rastro de sus extremidades superiores.

A partir de ahí no fue capaz de articular más de dos palabras seguidas en inglés y la tuve que guiar en el arduo proceso de la selección de medicamentos, algo en lo que yo, gracias a la sanidad pública española y a las esperas en el ambulatorio, tengo varios master, sobre todo después de haber visto como las marujas que siempre están en la consulta tenían un pleno al quince con el diagnóstico de mis problemas y las posibles soluciones que iba a recibir del médico de cabecera.

Salí de la consulta con mis recetas, tan contento y con un pase para el fisioterapeuta, del que ya hablaré otro día.

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2 respuestas a “Médico de familia”

  1. Creen que viviré algo más de tiempo y que podré visitar los Estados Unidos al final del verano. Por lo pronto, dos veces por semana voy al fisioterapeuta.