3. Lugareños der Dani


Ya sé que es muy cómodo saltar en el vagón de cola y disfrutar de la llegada a la estación, pero la ley de la infra-intelectualidad me obliga a informarte que el camino que lleva a esta historia comenzó en todos queremos ser como er Dani y continuó en conozcamos ar Dani. Hay incluso un previo en el que se aventuraba un poco de qué iba la cosa en el camino hacia er Dani.

Nos habíamos quedando cruzando el umbral del local, atravesando la nube tóxica que nos llevaba a ese fantástico mundo habitado por seres de leyenda. El nivel de ruido allí dentro te forzaba a hablar gritando. A un lado, un conjunto de máquinas tragaperras y de tabaco competían entre ellas para atraer la atención de la gente con música pachanguera y ruidos supuestamente divertidos. Al fondo del local se abría un gran salón, supuesta zona para las mesas del restaurante y que estaba llena de algo que nunca pensé encontrar allí. Mis ojos se abrieron como chapas de botellón tratando de corroborar las señales que llegaban directamente a mi cerebro. Había algo anómalo en aquel lugar, algo fuera de lugar. Mientras que en el bar estaba la gente que uno espera encontrar en ese tipo de sitios, el salón del fondo estaba lleno de mujeres. No me lo podía creer. Las había de todas las edades y formas, aunque todas mayores de treinta tacos o menores de quince. Gritaban y se sentaban en las mesas. Había niñas acompañadas de sus madres y sus abuelas, que repartían cogotazos a diestro y siniestro cuando las chavalas se distraían. A veces pasaba una fémina a nuestro lado y después de saludar a todos los machos y ser convenientemente catalogada y etiquetada continuaba hacia el fondo. Aquello era un Bingo de barrio. Entre la bulla se podían oir expresiones como «los dos patitos«, «la niña bonita«, «el comémelo todo» que claramente referenciaban números, despertando recuerdos de mi niñez, cuando en el camping de Tauro se montaban timbas similares los domingos por la tarde. El bingo estaba en su apogeo. Tras un rato en el que mi atención volaba continuamente hacia aquel lugar en el que mujeres entradas en carnes y escasas en dignidad perreaban por conseguir algo de dinero, se oyó claramente un grito desgarrador: línea, gritó una. Tras el instante de silencio inicial, similar al ruido que se produce en el preciso momento en que un PC es reseteado y su ventilador se detiene al transitar desde una vida hacia la siguiente, tras ese momento se oyeron los gritos de las otras insultando y vengándose verbalmente de su suerte. Una banda de mujeres jugando al bingo es una jauría aterradora que no se detendrá ante nada. En el lugar en el que aquellas hembras se despiporraban y entregaban a semejante vicio no habían hombres. Ni un sólo macho en aquel corral. Esto se explica fácilmente. Quiero que mis lectores masculinos penséis en la última vez que jugasteis al bingo. Si todo va bien fue cuando érais niños. Si algo va mal, ha sido ya de adultos. Para esos lectores que se encuadran entre los que han jugado de adultos, quiero que sepáis que no pasa nada porque lo reconozcáis y que aunque la Iglesia y otros colectivos os tratan de demonizar, yo desde estas líneas os doy todo mi apoyo moral.

Estuve tentado de quedarme allí contemplado aquella escena tan enternecedora, con todas esas mujeres gritando y clavándose puñales con los ojos con su insana envidia. Mi amigo Sergio, servicial como siempre, recuperó mi atención y la devolvió hacia el escenario principal. Mientras disfrutaba del chocherio ludópata, er Dani se había metido en la barra y había mandado a su hermana a servirnos. Alguna mente perpicaz se preguntará como puedo saber que era su hermana y a esa mente le responderé que él nos lo dijo. Ella llegó y mis fatigados ojos, sometidos al fuego intenso del humo que nublaba el ambiente y que comenzaban a tornarse rojos como reacción protectora, mis ojos se agrandaron aún más. Estábamos ante un portento de la naturaleza. La Carmen, nombre por el que conoceremos a la susodicha, rebosaba carnes por todos y cada uno de sus poros. Era una masa de complexión más bien fofa que se arrastraba pesadamente por detrás de la barra, guiada por los michelines que la sujetaban a la misma y que impedían que desviara su trayectoria. La Carmen tiene pinta de ser joven, posiblemente por debajo de los veinte, pero también sé que ha comido mucho más de lo que yo podré en toda mi vida. Toda esa comida, disfrutada bocado a bocado ha conseguido encontrar hogar en su cuerpo, que se ha convertido en un gran silo en el que cientos de filetes, miles de pollos y millones de judías y garbanzos han hayado el asilo que tanto añoraban. La cara de la chica se ha redondeado hasta emular la esfera perfecta. Sus ojos, hundidos ante tanta grasa, te miran con la sabiduría que da el saber que su cuerpo hace una digestión perenne. La ropa de la Carmen era holgada, al menos en un cuerpo de figurín, porque en el de ella se veía aplastada por toda esa grasa y estaba sometida a presiones descomunales. Su pantalón de chándal, típico recurso de la gente de bocado fácil, desplegaba un culo con una superficie mayor que la de alguno de esos nuevos micro-pisos que se están construyendo en España. Sus manos no tenían dedos. Aquello eran barras de pan móviles. Esas mismas manos agarraron dos vasos, los llenaron de cerveza y los pusieron frente a nosotros. Yo no podía quitar ojo de esas uñas, semi-enterradas entre tanta carne y pintadas con variados motivos. Mi amigo Sergio, a mi lado, observaba con satisfacción mis reacciones ante lo que a todas luces era un lugar que no puede pertenecer a nuestro tiempo.

Yo estaba como un niño con zapatos nuevos, mirando hacia todos lados, tratando de quemar con fuego indeleble esas imágenes en mi cerebro para poder contarlo más tarde. Toda mi educación, todos los años de formación con los mejores maestros, todas esas lecciones aprendidas con sangre culminaban en ese instante, en ese bar, en algún lugar de Málaga. Era demasiado increíble para ser verdad. Er Dani seguía rebotando por todos lados, con su parloteo incesante y sus risas a destiempo. Agarré mi cerveza, me la llevé lentamente a mis labios y antes de beber el primer trago me dí cuenta que lo correcto era brindar por el chaval, que para algo era su cumpleaños. Alcé mi caña, lo miré a los ojos consiguiendo que su sempiterno movimiento aleatorio redujera su frecuencia y lancé mi dedicatoria: ¡Feliz cumpleaños chaval!

Aquí termina este episodio de la que se me antoja eterna historia der Dani. Estad atentos para el próximo capítulo en el que conoceremos algunos de los contertulios del bar en conocidos der Dani

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3 respuestas a “3. Lugareños der Dani”

  1. En lo que concierne la familia de Sergio, es verdad, puedo confirmar que te queremos mucho pero en lo que concierne a er dani, te has quedado muy corto, es mucho «peo» y mucho mas «exagerao». Estoy loca por leer el próximo capítulo. Un beso. Patricia

  2. Patricia: comienzo a sentir un poco de pánico con la resonancia de las historias der Dani por esas tierras. Seguro que si os visito me esperará en el aeropuerto con dos matones ucranianos. Si aún lo pongo peor, lo que lo haría más auténtico, soy carne de funeral fijo.

  3. Siento haberle hablado de esto a Dani , pero lo que mas siento es que toda la gente del barrio ,del gimnasio etc también lo leen y eso es lo que menos le gusta a Dani.
    Bueno realmente no siento que lo escribas porque me lo paso bien leyendo, y eso que yo estaba ,pero siento el que no vayas a poder regresar a mi casa en mucho tiempo.
    Por mi eres bienvenido y ademas te prometo que» la cronica de una muerte anunciada » la escibiré yo antes del cierre de DISTORSIONES.