A veces los días son de más de veinticuatro horas


Por circunstancias totalmente ajenas a mi voluntad, la única opción para regresar el domingo a los Países Bajos desde Gran Canaria era una que me obligaba a comenzar el viaje ese mismo día a las 02.50am. Cuando compré mi billete, en la primera semana de julio, el resto de opciones tenían precios abusivos. Por eso mi aventura comenzó mucho antes, a las ocho de la tarde, momento en el que salí de casa de mis padres para ir a cenar con unos amigos. Habíamos quedado a las nueve y media pero quería hacer fotos de las palmeras iluminadas de la Alameda de Colón y también de Triana y otros rincones de la zona iluminados. Este año creo que mi ángel de la Guarda se encaprichó de la Fundación Guanarteme como lugar para aparcar porque en todas mis visitas a la zona conseguí exactamente la misma plaza, la única disponible en la zona. Después de dejar el coche salí con la bolsa de mi cámara y un pequeño y cutre trípode que tengo en Gran Canaria, uno de esos que se pueden comprar en las grandes superficies por cuatro perras gordas y que siempre parece a punto del colapso cuando la cámara está sobre el mismo. Me acerqué a la Alameda de Colón, busqué un rincón y monté el chiringuito. Para este pequeño proyecto quería probar los ajustes que había leído que servían para hacer las fotos y que queden bien. ?ltimamente, aunque siempre disparo en formato RAW, prefiero tratar de conseguir los colores más auténticos directamente para facilitar el procesado. Si alguna veis habéis tratado de hacer fotos de noche, lo normal es que las mismas queden sobreexpuestas y con colores demasiado falsos. La sugerencia era ajustar el EV con -2/3 y cambiar el balance de blancos y ponerlo en Tungsteno. Lo hice, disparé la primera foto y ?? alucina ?? era bastante buena. Seguí haciendo fotos, cambiando la apertura para tener más o menos profundidad de campo y también moviéndome para conseguir diferentes puntos de vista. Cuando acabé fui a ver el extraño árbol de Navidad que hay frente al teatro Pérez Galdós e hice más fotos. Seguí jugando con la cámara y para terminar me pasé por Triana, la calle de tiendas del casco antiguo e hice unas cuantas fotos más. Para entonces faltaban diez minutos para la hora de la cita y me acerqué al restaurante en el que habíamos quedado, la Recova Vieja, un sitio en el que ya hemos estado y que siempre nos ha dado buen resultado. Teníamos una mesa reservada pero nos habían puesto dos, una en el interior y otra en la terraza. Elegimos afuera porque en la parte interior se permite fumar y todas esas bestias miserables que no tienen ninguna consideración con el resto y que merecen una muerte lenta y dolorosa estaban allí echando su humo a diestro y siniestro. Este es un buen momento para recordar que la lista de países europeos en los que está TERMINANTEMENTE prohibido fumar es bastante extensa y en ninguno de ellos han desaparecido los bares o restaurantes. De hecho, si los fumadores quieren dejar de ir a esos sitios, allá ellos.

La cena acabó alrededor de las once y media y un poco más tarde enfilaba hacia la casa de mis padres. Tuve tiempo a ducharme, terminar de guardarlo todo y al poco llegó el amigo que me venía a recoger para llevarme al aeropuerto y de paso vernos. El día en sí fue extraño porque comenzó a las nueve menos cuarto cuando otra amiga vino a mi casa para ir conmigo a comprar al supermercado y desayunar juntos ya que esta era la única posibilidad para vernos. En el aeropuerto estuvimos un rato esperando para facturar y una vez mi maleta comenzó su viaje, nos metimos en una cafetería a tomar algo. Como anécdota, si recordáis el viaje de ida y los celosos controles que hicieron con el equipaje de mano en el viaje de ida, en este parece que no les importaba y la gente conseguía sus tarjetas de embarque con una, con dos y con más bolsos en las manos. Tampoco importaba el tamaño o el peso de los mismos. La tertulia acabó alrededor de las dos y cuarto. Pasé el control de seguridad sin más problemas y me sorprendió porque mis zapatos no pitaron al pasar el arco y es la primera vez que sucede algo así en el aeropuerto de Gran Canaria. Tras el trámite y mientras me volvía a poner todo lo que me tuve que quitar, llamaron para el embarque y como siempre se monta una cola de los que creen que su asiento numerado puede desaparecer, fui al baño y me compré una botella de agua a precio abusivo. Mi asiento era el 6F. Para un viaje de este tipo el equipamiento básico consta de almohada inflable para el cuello, antifaz para los ojos y los tapones de regulación de presión y ruido para los oídos. me lo coloqué todo y al poco de despegar ya estaba en algún otro mundo.

El vuelo fue increíblemente suave, sin ningún tipo de turbulencias. A la hora de aterrizar, la tripulación no molestó a la gente en demasía y algunos ni se enteraron y estuvieron durmiendo hasta tocar pista. Tardamos dos horas y cinco minutos, un tiempo excelente y que imagino tuvo que ver con el viento a favor. El aterrizaje fue antológicamente suave. Después nos botaron en la terminal 4 y tenía alrededor de dos horas y media hasta que salía mi siguiente vuelo, así que desayuné en una de las pocas cafeterías que estaban abiertas y después de caminar quinientos kilómetros y acordarme de todos los muertos del diseñador de la terminal encontré que en la T4, los únicos lugares en los que se pueden encontrar tomas de corriente para recargar aparatos electrónicos es en donde están las televisiones. A los arquitectos habría que arrancarles los pelos de los huevos uno a uno con pinzas para que les entre en la cabeza. Estamos en el siglo XXI y TODOS viajamos con un montón de trastos que tienen baterías y necesitan de la energía para funcionar. No cuesta nada llenar las terminales de tomas eléctricas y puesto que nos sablean con las tasas de aeropuerto, tenemos todo el derecho del mundo a las mismas.

A través del Wifi del aeropuerto comprobaba la información sobre la puerta de embarque de mi vuelo y la hora de salida del mismo y cuando llegó el momento, me dirigí a la misma para comenzar el segundo salto que me llevaba de vuelta a casa. El avión salía sin retraso alguno. De nuevo iba sentado en la parte delantera del avión, en el asiento 7F y me enquisté en mi rincón y entré en el habitual modo autista para no tener que tratar con los que van a mi lado. En este vuelo vi un par de episodios de Heroes y cuando terminó el segundo ya estábamos llegando. El piloto avisó con los pitidos habituales pero el personal de cabina ni se enteró. Estaban todos en la parte trasera despellejando a alguien porque no se les veía el pelo. El avión fue bajando y cuando el piloto anunció que ya íbamos a tomar tierra, tuvieron menos de un minuto para recoger las cortinas de la clase preferente, comprobar que los asientos estaban en vertical y las mesas apalancadas y uno casi que se sentó en su butaca cuando las ruedas ya estaban a un par de metros de la pista.

Todo el mundo hizo caso omiso de los mensajes y según frenó el avión encendieron sus teléfonos móviles. Una vez en Schiphol, caminamos los quinientos kilómetros hasta el lugar de recogida de equipajes, ya que los aviones de Iberia no aparcan en el punto más lejano del aeropuerto. Son quince minutos a través de pasarelas mecánicas para llegar hasta el corazón del recinto. Mi maleta tardó en salir y mientras la esperaba me compré mi billete de tren y saqué algo de dinero de un cajero automático. Ya con el equipaje, salí a la estación de tren, bajé a los andenes y hacía un frío que pelaba. Cogí un tren Intercity que me llevó hasta Utrecht en media hora corriendo por campos helados. La temperatura era de tres grados bajo cero. En Gran Canaria había estado en la playa ese mismo día (o el anterior, aunque para mi fueron el mismo) y ahora me rodeaba la nieve, el hielo y el frío. En la estación tuve que esperar unos diez minutos por la guagua y se me cambaba la peluca con el aire helado. Mi jardín seguía en plena edad de hielo y cuando entré en mi casa, la temperatura en el interior era de diez grados, el mínimo que había marcado a la calefacción para mis vacaciones. La casa tardó varias horas en recuperar la temperatura que a mí me gusta. Yo vacié las maletas y maté la tarde procurando no dormir una siesta para poder irme a la cama temprano y no desvelarme por la noche. Lo conseguí. Así fue mi regreso a casa, a Holanda, en un día que comenzó un sábado antes de las nueve de la mañana y acabó un domingo a las once de la noche, treinta y ocho horas más tarde.

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5 respuestas a “A veces los días son de más de veinticuatro horas”

  1. Me llama la atención que puedas ver pelis durante el vuelo, yo de las veces que lo intenté para no pensar en que el trasto se va caer al suelo (método dvd portail) no soy capaz de oir nada con el ruido del avión, claro que ahora recuerdo un viaje Tenerife-Madrid que pusieron peli en el avión y esa si pude oirla…..

  2. Increíble, un viaje sin incidencias y sin problemas desde Gran Canaria a Holanda, y puntual! estoy por coger mis próximos billetes para la madrugada, a ver si va a ser eso!
    Por cierto, han puesto conexión directa Coruña- Amsterdam, lo digo por lo de tu viaje a Santiago que comentabas ayer por el Año Santo.

  3. Virtuditas, si es la de Vueling, no empieza hasta finales de Marzo. Deberías aprovechar para darte un salto a la capital del agua en verano, antes que cancelen la línea.
    Aliena, mis auriculares son de esos que se introducen en los orejones y cancelan todo el ruido exterior. El portátil es pequeño, de 12″, perfecto para llevar sobre las rodillas y además así tienes calefacción gratis.

  4. Marzo está a la vuelta de la esquina! y lo del viajecito a Amsterdam ya se me había ocurrido, de hecho, está casi casi casi cerrada una escapadita de fin de semana largo, como primera toma de contacto. Mi hermano está intentando convencerme de que si puedo evitarlo ni pise suelo holandés (no le caen precisamente bien tus lugareños) pero yo lo tengo decidido, además, se de quien tiene una fantástica guía de viaje 😉

  5. Virtuditas, si me dices que vas a pisar el sagrado suelo holandés y no me vas a avisar para llevaros por los mejores rincones de Amsterdam, te voy a tener que desear Todo lo peor, siempre, o eso que decía el Marico Hechicero de Ginebra.