Bolos de verano


Ayer estuve en la Haya trabajando. Con el verano y las vacaciones nos hartamos a hacer bolos por Europa. Todas las empresas que trabajan con nosotros andan escasas de personal y piden ayuda. Este año estoy evitando como la peste que me manden a otros países, por pereza más que nada, porque el año pasado me tocó Venecia y Alemania y aunque estuvo muy bien, este año prefiero quedarme cerca de casa.

Como decía ayer me tocó en la Haya, Den Haag para los neerlandeses. Pasé el día en el Medisch Centrum Haaglanden, uno de los hospitales de la ciudad.

Desde la estación de tren hasta el hospital, el ingeniero al que yo acompañaba me iba iluminando sobre los barrios que cruzábamos. Pegado al centro de la ciudad, tiendas, sin viviendas. Luego el barrio Holandés puro, 100% rubio, con pedigrí. Se ven bicicletas buenas y la gente parece contenta de vivir. Pasado ese barrio fue como si lo hubieran rociado todo con mierda. Desaparecieron las bicicletas y las que se dejaban ver estaban para el arrastre. Mucho machango con pinta de delincuente (posiblemente lo eran pero prefiero otorgar la duda) en las esquinas fumando y sin hacer nada. ?Bienvenido al barrio marroquí?? me dijo el colega y se aprestó a poner los seguros al coche. Por supuesto no hay rubi@s en la calle. Que digo, malamente camina nadie. Unas cuantas manzanas más allá la cosa mejora mucho, vuelve el color y la limpieza, las tiendas y las bicicletas, aunque estas más cochambrosas que en el centro. Era el barrio turco. No había mucha gente por la calle, porque los turcos, al contrario que los marroquíes, trabajan y no viven de subsidios.
Tras dejar atrás el barrio turco entramos en el chino. Los chinos compiten entre ellos con establecimientos de comida para llevar. Hay que ver, aquello parece un Food-Court (¿hay palabra para esto en español?). Las bicicletas son de lo peorcito y por alguna extraña razón les encanta tender toda la ropa en las ventanas, pero el efecto le da un toque exótico al barrio. Vista la cantidad de ropa que tienden me pregunto cuantos viven en cada casa, porque los apartamentos no tenían pinta de ser muy grandes.

Pasados los chinos, el hospital. Desde fuera cualquiera diría que es un hotel. No tiene pinta de hospital en absoluto. Bonitos edificios, jardines, avenidas para pasear y un edificio como cualquier hotel de centro de ciudad. Contrasta con las obras colosales que se han hecho en España como nuevos hospitales. Aquí todo es acogedor y está pensado para que la gente no se intimide mientras permanezca internada o de visita. Allí todo es frío y aséptico, con esos robots que reparten la comida por las diferentes plantas y esa infinidad de habitaciones sin sentido aparente y sin uso, que intuyo sirven sólo para aplacar las fogosidades de médicos y enfermeras.

En el hospital hice mi magia, desplegué mi encanto y solucioné todos los problemas que tenían en un pis-pas. Después, en el camino de de vuelta, paré en Utrecht para irme de tiendas un rato y comer en un Kentucky Fried Chicken, que me apetecía unos cuantos pedazos de pollo aceitoso con una piña de millo bañada en mantequilla (mazorca de maíz para otros).

Todo esto aderezado con música de Philip Glass que es para mí uno de los grandes.