Boychoir


Un drama con niños gimiendo como mulas en celo es un evento cinematográfico de dimensiones épicas que no solo no se lo pierde ningún miembro del clero de los presuntos tocadores de niños, también alcanza a toda la fauna de sub-intelectuales de GafaPasta del universo. El sábado fui a la filmoteca para poder ver una película que ha llegado a los cines de tapadillo, sin trailers, sin ruido y que se mueve en el manido mundillo de los internados, ese que Antena triste exprimió hasta dejarlo seco con una serie hace unos años. La película de la que quiero hablar se llama Boychoir y es muy probable que jamás de los jamases se estrene en España y de hacerlo, el título más obvio es truscoluña no es nación.

Un julay se desgañita que no veas mientras teme el día en el que le salgan los pelos en los güevos

Un chaval al que se le muere su madre solterísima y alcohólica acaba en un internado para niños con pito en la voz para que canten en un coro, lugar en el que lo esconde el padre que nunca conoció y que no quiere que su familia se entere que en el pasado se chingó a una pava. El chiquillo no cuaja en el sitio pero tiene una buena voz y los profesores lo torturan y manipulan para que gima como perra en celo junto a los otros chiquillos cantores, que son más malos que un político truscolano.

La vida del chiquillo de esta historia es como una sucesión interminable de desgracias. Cuando cree que ha tocado fondo y no puede caer más, se cruza con una tuerta por la calle y desciende otros veinte metros. El chiquillo recibe los palos, uno detrás de otro y se vuelve desconfiado y solo comienza a rectificar y mostrar interés cuando la gente a su alrededor descubre su don (el de gritar) y lo encauza. El chaval que lo interpreta es Garrett Wareing y habrá que esperar a futuros papeles para saber si realmente sabe actuar, ya que aquí es un niño de doce años que interpreta a uno de once, con lo que no ha hecho ningún esfuerzo. Entre los profesores que lo rodean, destaca Dustin Hoffman como un tipo más duro que una piedra pómez que parece obsesionado con el coro y con el éxito del mismo y si le llegan a poner un alzacuellos, pongo la mano en el fuego sin dudarlo un solo instante por saber cual es su motivación. Su papel, duro pero blandengue, buena persona travestida en un malo es el que guía la historia, ayudado por la fantástica Kathy Bates haciendo de directora del internado y la persona que trata de poner un poco de normalidad en las vidas extrañas de todos ellos. La historia es simple y lineal, lo cual la hace más entretenida y los momentos musicales están salpicados a lo largo de la película y resultan amenos. Por supuesto, la traca final es espectacular, con el chiquillo gritando que no veas y todo el mundo emocionado hasta las lágrimas. Estas cosas solo suceden en Estados Unidos, por aquí por la vieja Europa, tu hijo te dice que quiere que lo metas en un internado para cantar en un coro y le cruzas la cara a revencazos hasta deformársela, pero oye, nosotros somos así de fantásticos y además sabemos que donde hay un coro, hay un cura y conocemos perfectamente de qué pata cojean en ese gremio. La música es buena, los adultos hacen un trabajo fabulosos y pese a que meten con calza el final más o menos feliz, resulta muy interesante. Dicho esto, no creo que sea el tipo de cine que gusta a todo el mundo.

Puedo imaginarme el horror más absoluto de un miembro del Clan de los Orcos en un cine viendo esto. Una que no se les debería escapar a los sub-intelectuales con GafaPasta.


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