7. Camino del restaurante con er Dani


Nos adentramos en terrenos cenagosos y en los que los conceptos del bien y del mal se cruzarán y copularán creando aberraciones de leyenda. Llegar a este punto no ha sido sencillo. El camino iniciático que te permitirá comprender las revelaciones de las que te has hecho merecedor comienzan con 1. Todos queremos ser como er Dani, continúan con 2. Conozcamos ar Dani, y se desarrollan plenamente en 3. Lugareños der Dani, 4. Conocidos der Dani y 5. La Carmen, hermana der Dani. Una vez has avanzado por cada una de esas etapas, sólo te queda 6. Er Dani y la metrosexualidad para estar preparado y poder recibir el conocimiento en su estado más puro y aterrador. Aquellos que han seguido el proceso en reducidas dosis, recordad que hemos abandonado el bar y vamos camino de la aventura

Abandonamos el local multiusos con la pena de quien deja atrás el paraíso sin haber tenido tiempo de explorarlo completamente. Quizás algún día el buen Dios me permita volver a respirar ese aire cargado de humo y echar unas partidas en ese bingo de barrio rodeado de todas esas mancebas pasadas de kilos y de lengua afilada. En el coche, er Dani se afanaba en hacer llamadas gratis aprovechando el teléfono de Sergio, un dispositivo de última generación del tamaño de un piedrafono de los picapiedra, porque imagino que fue última generación en el jurásico, antes de que se miniaturizaran los chips y se hicieran cacharros que se pueden llevar en el bolsillo. Con nuestro nuevo pasajero, opté por el asiento trasero. Er Dani hizo las veces de copiloto y comenzamos a recoger la ciudad, esa Málaga legendaria fuente de inspiración de tantos y tantos novelistas y presentadores de programas de televisión.

Er Dani contactó con la hembra que debía reunirse con nosotros, a la que quisiéramos proteger en la medida de lo posible de la infamia y el escarnio público y que por tanto denominaremos la Gayola. Ella se movía con su coche por las mismas calles y de alguna forma convergimos hacia un punto en el que se produjo el inevitable encuentro. Esperándola en una parada de guagua (eso que en la península y en otras tierras se llama autobús) consumimos los últimos instantes de sabiduría compartida con er Dani, que continuaba con su frenético agitar de la botella del doce años. Nunca antes un whisky sufrió tal meneo durante su corta y reposada vida.

Un coche de cristales tintados se colocó tras el nuestro. Tras haber escuchado tanto hablar del coche de la Gayola reconozco que me decepcionó bastante encontrarme con un vulgar SEAT. No es que tenga nada contra esta marca, pero en mi enorme cabezón asocio la potencia y las líneas deportivas con otras marcas de más solera y SEAT para mí no es más que el IBIZA y todos esos coches que han motorizado al español medio los últimos cincuenta años. Er Dani sin embargo parecía estar en extasis de puro placer al ver aquella máquina y no dejaba de repetir algo que sonaba como Peazo de máquina ¿ein?. No tuvimos el placer de ver a la conductora en ese momento. Quedó oculta tras sus tintadas lunas y decidimos que a partir de aquel momento nos dividiríamos en dos grupos. Sergio y Yo haríamos las veces de coche escoba y nuestro celebrado anfitrión y compañera de Kikis nos precederían hacia el destino, el cual no era más que un restaurante en el centro de la ciudad, uno de esos famosos locales que están atestados a esas horas y que basan toda su fama en Dios sabe qué porque al final uno siempre acaba algo decepcionado.

Después de esbozar las líneas de semejante plan lo llevamos acabo. La chica, envalentonada por la potencia sin límites de sus cuatro ruedas y por llevar a su lado a ese hombre que tanto gozo le había dado, no dejaba de dar tremendos acelerones seguidos de bruscos frenazos. Para ella debía ser eso que llaman conducción deportiva. Para nosotros no era más que otra mujer al volante. Sus maniobras sobraban y la convertían en un peligro público, aunque imagino que detrás de todo aquel alarde de superfluo e inútil espectáculo debía estar er Dani jaleándola para que nos mostrara lo mucho que podía dar de sí su vehículo.

Pasamos el centro de la ciudad y decidieron buscar aparcamiento allí donde no lo hay, en la parte más concurrida. Dimos una y mil vueltas sin suerte. En cada paseo se ampliaba el radio de búsqueda. Tras lo que me pareció una eternidad, se decidió consensuadamente el buscar alguna plaza en barrios menos céntricos. Os puedo confirmar que incluso en Málaga existen zonas poco seguras y hacia allí nos encaminamos para dejar uno de los vehículos. Creo que lo dejamos en algún lugar cerca del estadio, no muy lejos de una urbanización en la que ni siquiera los cuerpos de operaciones especiales osan poner un pie. Obviamente, el coche que dejamos atrás fue el de Sergio y nosotros terminamos en el asiento trasero del coche de la Gayola. Si por fuera era ostentoso, su interior es definitivamente ostentóreo. Un alarde de falso cuero lo recubría todo y aquellos rincones a los que no llegaba la piel del bicho estaban forrados en algún tipo de madera exótica. Hasta esa noche pensé que el interior de los coches era uno de esos lugares a los que el mal gusto no había podido llegar, pero ahora sé que con algo de dinero y mala voluntad uno puede joder hasta su propio coche.

En el salpicadero, rodeado de caoba resplandecía un aparato de música multifunción, que hacía las veces de ordenador de abordo y sistema de posicionamiento global o aquello que los que se las dan de cultos llaman GPS. El trasto languidecía rodeado de tanto boato esperando que la inculta de la dueña se estudiara el manual para manejarlo, algo que la pobre juró hacer algún día antes de morir. Sobre la propietaria no hablaré hoy, que no conviene quemar toda la munición y aún queda mucho por contar. Con tres machos y un pseudo-deportivo entre sus piernas, la Gayola era imparable. En aquellos instantes en los que nuestras vidas pendían de semejante hilo, me dió por pensar que Dios creó el mundo en siete días y que esta hembra cañón se lo podía follar entero en cuatro, uno de esos pensamientos tontos que tenemos los cortos de cerebelo.

No quise mirar hacia el exterior y me concentré en algo que había en el techo sobre mí y que debía ser mi propio sistema de audio. Si ya desde fuera aquel coche se veía inseguro, ir en él sometido a bruscas aceleraciones y deceleraciones no es algo grato de padecer y mucho menos de recordar. Esos minutos que a mí me parecieron eones y en los que veía los callejones del centro de la ciudad pasar raudamente por los lados mientras tremenda hembra soltaba sapos por su boca cuando algún despistado peatón se ponía en su camino y amenazaba con mancillar la perfección de la pintura de su capó llegaron a su fin cuando finalmente la convencieron para entrar en un aparcamiento subterráneo. Siempre recordaré que mi profesor de autoescuela me decía con lágrimas en los ojos que lo peor era el que una mujer aparcara el coche en una de esas trampas diseñadas por algún mariquita que fracasó como artista y acabó como arquitecto y ahora sé a qué se refería. Pensé que empotraba el coche en la rampa. Llegué al interior abrazado a Sergio, llorando como un niño chico que espera que al abrir los ojos la pesadilla haya pasado. La chica, toda buena voluntad nos ofrendó un rally gratuito en aquel lugar, esquivando columnas por milímetros y cuando finalmente encontró una plaza en la que poner sus cuatro ruedas, consiguió desbocar nuestros corazones ante lo inminente del fin. Fue tan mala la cosa, que tras cinco minutos de batalla decidió que Sergio debía ser quien terminara de aparcar el coche, o más bien quien comenzara y finalizara la maniobra, ya que en ningún momento había conseguido apuntar con éxito hacia el hueco que quería ocupar. El por qué Sergio y no Er Dani parece ser que se debía a las nulas capacidades automovilísticas de este último, al menos según ella.

Tras dejar el coche a buen recaudo, paseamos por el centro de la ciudad hacia el restaurante en el que se desarrollará el siguiente acto. Fue una carrera a destiempo, con er Dani metiéndonos prisa porque llegábamos con más de una hora de retraso. Fue también mi primer y único paseo por el centro de Málaga, que en todos los años que he visitado a mis amigos en aquellas tierras jamás planté las pezuñas en aquel lugar.

Suspendemos aquí el relato, en la entrada del restaurante, a donde finalmente llegamos el equipo fantástico constituido por er Dani, la Gayola, Sergio y Yo. Lo que sucedió a continuación será relatado en La Gayola y los amigos der Dani.

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