Capítulo Séptimo: Nueva Orleans 3


Una vez cogemos velocidad es muy difícil detenerse. La inercia me empuja a seguir narrando esta aventura. Imagino que estás leyendo esto porque has llegado desde algún lugar de ese vasto océano llamado Internet y deberías saber que como todo, esta historia tiene un comienzo. En primer lugar deberías leer London Heathrow y después continuar con Capítulo primero. El comienzo en donde se habla del viaje, Capítulo segundo: Plantation Country y como cruzamos este territorio de plantaciones yendo hacia Baton Rouge, Capítulo tercero: Cajun Country 1 y nuestro primer contacto con el Swamp, Capítulo cuarto: Cajun Country 2 y el segundo contacto con el Swamp, Capítulo quinto: Nueva Orleans 1 y nuestro primer día en The Big Easy y finalmente Capítulo sexto: Nueva Orleans 2.

El tercer día en Nueva Orleans comenzó con lluvia. Un montón de agua, machacona y persistente caía desde el amanecer. Mi programa para ese día era variado. Por la mañana tenía un curso de cocina criolla en la New Orleans School of Cooking. Ya sé que suena extraño y que seguro que a nadie se le ocurre hacerse un curso de cocina en sus vacaciones pero personalmente lo encontraba muy interesante y entre meterme a ver museos tediosos y que no me dicen nada y aprender a cocinar esas delicias, me quedo con lo segundo. Mi amigo iba a la última sesión del congreso de Cosmetología, paridas y otras historias así que salimos juntos. A pesar de que esperamos un rato largo el tranvía de la avenida de Saint Charles, no se presentó. Desesperados, optamos por coger un taxi para no llegar tarde e ir en el mismo hasta el centro de Convenciones. Desde allí fui andando a la escuela de cocina, ubicada un par de manzanas antes de llegar a la plaza del general Jackson.

?ramos un montón de gente. De nuevo, esos americanos King-size, con cuerpos deformados después de años de maltrato culinario y comidas basuras. Allí el que menos sudaba dos baldes al día. Calle de BorbónPagué y cuando llegó la hora nos fueron llamando para entrar en clase. A mi me pusieron en la primera mesa, cerca del profesor, que estaba en una cocina en alto, en plan cadalso. Llenaron al completo. Habían otras dos clases con grupos privados y también estaban llenas. El menú de ese día constaba de sopa de marisco y maíz de primero, gambas criollas de plato principal y pudding de pan con salsa de whiskey de postre. Además, un segundo postre que serían pralines. Por descontado nos comíamos la comida cocinada. El profesor se llamaba Michael, un tipo muy simpático y oriundo de la zona de Gulfport / Biloxi. En cinco minutos nos tenía a todos riendo y disfrutando de una clase magistral. Habían unos grandes espejos sobre la cocina que nos permitían verlo todo. El hombre hablaba de los productos y daba todo tipo de detalles sobre calidades de verduras, las vitaminas que tenían y demás. Era un poco paranoico porque da la impresión que los americanos le dan mucha importancia al tema pero comen como animales. Preparó la sopa de mariscos y maíz que estaba de morirse de buena. Me puse tibio. Después siguió con el pudding de pan porque dijo que tomaba más tiempo al tener que hornearse. En un punto determinado necesita ayuda del público y supongo que intuiréis a quien sacó. Supongo que el hecho de que yo fuera el más enjuto y el menos sudoroso también ayudó. Me llevó al escenario y me enfrentó a todas aquellas personas. Por supuesto estas cosas son de mucho jijiji y jajaja y de bromas. Yo le seguí el juego y estuvimos cocinando juntos un rato. El me pedía que hiciera algo y yo lo hacía y mientras tanto se metía conmigo y nos reíamos y la gente se lo pasaba bien. Cuando acabó mi momento estelar me senté y seguí atendiendo como público. Al acabar con la preparación y meterlo en el horno, siguió con las gambas criollas. De nuevo me llamó al escenario y allí estaba yo. Esta vez me decía como hacerlo y yo lo hacía todo, para que la gente viera que hasta un europeo era capaz de cocinar. En este momento es conveniente decir que si hay algo con lo que yo no tengo ningún problema es con lo de hablar en público o en un escenario. Puedo estar muerto de miedo que no se nota. Yo le seguí el rollo y tal. Cuando se descubrió que yo era Canario, uno de los Isleños auténticos, se alborotó la cosa. El hombre me vio muy suelto y me dijo que de acuerdo a la legislación de Luisiana, cada cierto tiempo tenía que descansar, así que se iba y que yo continuara con la clase. Me dejó solo y continué cocinando frente a los compañeros de clase y comencé a contarles anécdotas de la cocina española y holandesa. Les expliqué como hacer Stampot Boerenkool, un plato típico holandés y como cocinar gambas al ajillo. La gente respondía bien, se reía con mis bromas y demás. Estuve como diez minutos allí y todo iba sobre rueda. De repente descubrí que el profesor se había sentado entre el público y andaba también fascinado conmigo, escuchando mis explicaciones y mis recetas, mis anécdotas nórdicas y demás. Volvió al escenario y me dió las gracias. Terminamos de cocinar el plato, lo ayudé a repartirlo y por supuesto, la ración más suculenta me tocó a mí.

Para el último plato, los Pralinés no hubo ni que decirlo. Subí al escenario y los hice junto a Michael. Después de cocinados nos los comimos y también el pudding con su salsa de whiskye. Toda la comida fue deliciosa y diré que lo disfruté como un enano. Supongo que a la gente que no le gusta cocinar resulta un poco difícil de entender, pero os aseguro que fue increíble. Al acabar la clase la gente me dedicó un aplauso a la americana, con mucho grito y tal. El profesor me dijo que me esperara y aproveché para comprarme el libro de cocina de la escuela y algunos productos para dar mis pinillos en la vieja Europa. Tengo el libro autografiado y una foto con el profesor. Cuando se habían marchado todos y sólo quedaba una pesada y yo me dió su número de móvil y me dijo que si quería me invitaba a mí y a mis amigos a cenar el día siguiente en el Jacques-Imo’s Café, un lugar que estaba muy recomendado en mi guía Lonely Planet. Esto era como agradecimiento por mi ayuda en la clase, que según él la hizo mucho más divertida. Parece que no siempre hay química.

Salí de allí más contento que una folclórica con castañuelas nuevas y volví al motel. Para esa tarde había planeado la Operación Lavado. Después de siete días en ruta, había llegado la hora de buscar lavandería y limpiar la ropa, que ya estaba con los últimos calzoncillos limpios y yo no tengo el estómago que tiene mi amigo el indonesio por ejemplo para reutilizar ropa sucia, o como mi amigo el holandés, que dice que si los dejas unos días al aire se limpian solos. La dueña del Motel me dijo donde encontrar la lavandería que estaba en la misma calle que nuestro Bed & Breakfast. Trasera de la catedral de San LuísLa tía lo quería saber todo del curso de cocina porque dice que nunca había oído de turistas que fueran a estas cosas. Salí con la mochila llena de ropa a la búsqueda de la lavandería. Después de miles de películas americanas, uno se imagina esos lugares con gran encanto. Al que yo fui nunca llegaron las cámaras de televisión. Era un antro de mala muerte. Nada más entrar me encontré con un tipo en calzoncillos que estaba lavando los únicos pantalones que debía tener. También había un viejillo muy simpático y negro como el tizón. El señor me explicó como funcionaba la cosa y se puso a hablar conmigo. El otro, el que estaba en gallumbos no le quitaba ojo a mi cadena. El anciano se dió cuenta y no me dejó solo. El hombre había trabajado de marinero durante muchos años y había estado por todo el mundo, incluídas las Canarias. Me contó historias de sus aventuras y yo le conté las mías. En medio de la conversación se terminó de lavar el pantalón y la chaqueta del otro y le preguntó al anciano si lo podía poner en su secadora para secarlo. El hombre le dijo que sí y continuamos hablando. Así pasé la hora larga que tardé en lavar las cosas. Uno descubre todo tipo de buena gente cuando viaja por esos mundos de Dios. Por la mañana me lo pasé genial en clases de cocina y ahora por la tarde un completo desconocido me estaba protegiendo de una situación que podía ser comprometida. Cuando terminé de lavar caminamos juntos por la calle.

Beignets del Café du MondeA media tarde me fui al Café Du Monde a merendar. Es uno de los sitios más famosos de Nueva Orleans y os lo recomiendo encarecidamente. Su café con leche y Beignets están de morirse de buenos. Me dí un atracón, como correspondía y después de eso fui a un pub en el que se supone que podía contratar un tour caminando por la ciudad. Era una visita nocturna y muy centrada en crímenes e historias de fantasmas en la ciudad. La guía conocía todo lo malo que había sucedido en el French Quarter desde siempre. Casa embrujadaEn el mismo pub decían que tenían un fantasma. Nos andamos el centro entre crímenes pasionales, fantasmas puñeteros que volvían para aterrorizar a los inquilinos de las viviendas y demás. Fue altamente didáctico y verdaderamente entretenido. Entre las historias que más me llamaron la atención estuvo la de un tipo que prendió fuego a su casa y cuando avisó del incendio no quería que entraran a apagar el fuego. La policía se encontró en los establos a todos sus esclavos atados con cadenas, torturados hasta la muerte. O la de un tipo que mató a su familia y años más tardes el fantasma de su esposa e hijos seguían apareciéndose en la casa e incluso el suyo con la escopeta.

Acabado el paseo había quedado con mi amigo y este me introdujo a un grupo de universitarios españoles que habían acudido al congreso. Estoy siendo muy moderado, pero podéis traducir la frase anterior por frikis, ratas de laboratorio o lo que se os ocurra. Juerga en Bourbon StreetCenamos en un antro en la zona de Bourbon Street, un lugar en el que daba más asco la camarera que la suciedad del local. Por ser más de seis nos cobraban automáticamente un 15% de servicio (o sea propina). Me toca los huevos muy mucho este tipo de cosas. En lugar de esperar que la gente de propina deberían poner sueldos dignos a los empleados. En aquel caso, además, la tipa parecía una yonki y daba hasta miedo el saber que ella era la que nos traía la comida.

Después del avituallamiento pasamos la noche por Bourbon Street, entrando en este y aquel local y bebiendo cerveza.