Con mi amigo el Turco


Los dos últimos días han sido algo alocados. El lunes por la tarde regresaba a casa mi amigo el Turco tras una ausencia de años. Me faltó tiempo para ir a Amsterdam y con lo que yo no contaba es que ese día iba a llover lo que no está escrito. Salí de mi casa plastificado como un condón, con los pantalones chubasquero, mi chubasquero de verano y un paraguas en la mochila. En el tren que me llevaba hacia Amsterdam me quité el pantalón y lo guardé en una bolsa porque estaba que parecía recién sacado de una lavadora que no centrifuga. Una vez en Amsterdam, abro el paraguas al salir de la estación de metro de Weesperplein y el puto chisme está roto y la parte superior se ha separado del bastón con el que lo sujetamos. Avanzo rápido y llego a la casa del Turco y allí nos damos un grandísimo abrazo para establecer la comunicación. No sé como lo hacemos, pero cada vez nos tenemos más aprecio. A partir de ahí no paramos de parlotear mientras revisábamos su casa ya que la tuvo alquilada hasta un mes antes y quiere hacer algunas reparaciones antes de ponerla de nuevo en el mercado. En un pasado no muy lejano, yo solía tener una copia de las llaves de la casa pero por circunstancias de la vida que no vienen a cuento y que se resumen en que cambiaron algunas cerraduras, mi juego de llaves ya no abre nada y el hombre quiere que yo tenga otro, así que nos tuvimos que lanzar a la calle e ir a hacer copias, tarea banal salvo por el pequeño detalle de que no paraba de llover y nos ensopamos de nuevo. Regresamos para probar las llaves y después nos fuimos al centro de Amsterdam para cenar y hablar hasta quedarnos afónicos.

Comenzamos en la zona de Rembrandtplein, nuestra favorita y entre las cosas que me contó destaca que se ha comprado un Porsche. La culpa la tiene el banco para el que trabaja, el cual tiene una política de coches de empresa miserables y le han dado uno poco estiloso y en Turquía, uno no se cambia de un BeMeTa a un opel de pobre a menos que hayas caído en desgracia. Para compensarlo, obligó a su mujer a vender su auto y se hizo con un Porsche Cayenne que su mujer odia y él adora. Por supuesto que me ha dicho que pero que ya tengo que ir a Turquía para ir a recogerme al aeropuerto en el Porsche ya que eso farda mucho. Me tupió a vídeos y fotos de su hija, me contó sus venturas y desventuras como cargo directivo de un banco y yo le conté mis viajes, mis paranoias y mis teorías conspirativas. Como llovía un montón y la temperatura era de quince grados, no hubo forma de ver chochos, algo que siempre hacíamos en cierta parada de tranvía de Amsterdam ya que os digan lo que os digan, las hembras de hoy en día son más bien de ahorrar en el capítulo de ropa interior y van bien ligeras por los bajos.

Después de cenar deambulamos por la Utrechtsestraat, una calle que está muy unida a nuestras aventuras, como cuando fuimos a cenar con Helen la VacaBurro a un restaurante que tenía una especie de entrepiso y nos pusieron allí y al rato nos cambiaron a la parte de abajo porque todo el mundo, incluidos nosotros, pensaba que se hundía aquella cosa si la Helen se tiraba un peo. O como cuando nos emborrachamos y nos metimos en el Rain, borrachos como cucarachas y yo creo que uno de los dos se cayó al suelo desde una mesa bailando mientras todo el mundo jaleaba, aunque como la memoria es muy selectiva, eso se nos ha querido de olvidar. O como cuando nos metimos en el Lellebel, ciegos hasta arriba de alcohol y nosotros flipando porque las chochas parecían marimachos y aquello resultó ser un local de travelos y tuvimos que salir por pata. En fin, un montón de historias que es mejor no revolver, que la mierda siempre flota.

Nuestra ruta sin rumbo nos llevó a Leidseplein para visitar juntos la tienda Apple que hay allí, una maravilla arquitectónica en una maravilla de edificio. El Turco tuvo que reconocer que yo tenía razón y que está la informática y después está el mundo mágico y maravilloso de apple y él, gracias a mí, ahora es cien por cien Apple, con dos iPhones, dos iPads, dos MacBooks, un Mac mini y una cantidad increíble de iPods nano y clásicos. Después entramos al Grand café Heineken Hoek en donde solíamos admirar a las empleadas de tetas grandes pero el tiempo pasa, las tetas caen por las leyes gravitatorias o la crisis ha hecho que ahora solo contraten material de Mordor. Allí, en esas mesas diminutas que parecen más pequeñas que los vasos y las tapas que acogen, me hizo jurar y prometer que este año vuelvo Sí-o-sí a Estambul y que desde allí nos vamos a alguna otra parte de Turquía porque el país lo está pidiendo a gritos, la gente quiere ver y tocar y respirar el aire que exhala el Elegido, The Chosen One, De Uitverkorene. Esa noche llegué a mi casa casi a la una de la mañana, más mojado que el bañador de un nadador. Sin exagerar demasiado, las botas con el Goretex de los cojones estaban caladas, el pantalón chubasquero parecía sacado de un barreño de agua, la chaqueta de verano dejó de protegerme del agua y provocó que mi fastuoso polo del We estuviera mojado, mi mochila tenía un charco dentro y lo único que quedó seco fueron los gallumbos, así que al día siguiente a las seis y veinte de la mañana cuando me levanté, hice lo único que se puede hacer en esas circunstancias y lo que recomienda mi amigo el Rubio: le di la vuelta a los gallumbos y me los puse del otro lado. Ese día llevé zapatos, pantalón, chaqueta y mochila distintos a los del día anterior a la oficina.

Mega-suspiros

En el interior de la mochila escondí un mega-suspiro del tamaño de un coco que ocultaba en su interior una cucharada de mermelada de frutos del bosque y se lo di a la recepcionista de mi empresa. A la mujer, que es diabética, casi le da un patatús pero me dijo que estaba de cagarse por las patas pa’bajo y que si moría, lo hacía jarta y contenta.

Cuando salí de la oficina volé hacia mi casa con la Dolorsi porque el Turco venía a cenar. Para la velada, preparé un menú sencillo y modesto con queso canario para tapear, Sopa de guisantes y menta con jamón serrano de primero, Estofado de carne y cerveza Guinness de plato principal y Flan de huevo de postre. Vamos, lo que hace cualquiera para cenar un día entre semana. Mientras preparaba la comida, hice también un montón de Gazpacho blanco y le di casi un litro a mi vecino, que lo agradeció enormemente y además llené un termo para regalar a otra persona en el trabajo medio litro. Para beber con el Turco, tenía una botella de cerveza de litro y medio de Palm, su cerveza favorita. Nos lo pasamos genial y ya cerca de las nueve, optamos por caminar desde mi casa hasta el centro de Utrecht para bajar el tripote y allí fuimos al Café Olivier, mi lugar favorito en la ciudad y al que llevo únicamente a la gente que me importa. Flipó con la iglesia católica convertida en bar, con sus santos, su órgano y toda la parafernalia que despliegan los no tan presuntos tocadores de niños ya que tuvieron que vender el local para pagar las multas que les pusieron por tocar menores, delito que cometieron hace treinta años pero que aquí, en este país, no se perdona ni se olvida y así, la banda de los tocadores de niños ha tenido de deshacerse de todo lo que han acaparado durante siglos para pagar sus crímenes.

A las once y pico de la noche acompañé al Turco al andén del que salía su tren, nos dimos uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis ??. no se cuantos abrazos y nos comprometimos a volver a vernos este año. Después regresé a casa en la guagua y caí muerto en la cama, hasta las seis y veinte de esta mañana, hora en la que comencé una nueva aventura ??


9 respuestas a “Con mi amigo el Turco”

  1. Lo del intento de asesinato de la recepcionista y que pareciera muerte natural, te quedó fallido pero genial…jajaja
    Salud

  2. La verdad que lo del Banco con el coche es un pelín cutre, imagino que para ir a currar llevará el que le asigna el Banco, que si no se lo pueden tomar a mal, sobre todo si su Jefe va con el que le asigna el Banco y es de menor categoría que el Porsche.

  3. En el banco nadie sabe que tiene un Porsche. Ese es el coche de su esposa. Lo que sí tiene chulo el banco es que cuando viaja tienen conductores que te recogen y te llevan al aeropuerto así que igual ahora tengo transporte gratuito al aeropuerto si él no puede venir a buscarme, algo que solo sucedió una vez y en esa ocasión me puso un servicio de limusinas con un mercedes de-que-te-cagas negro con cristales tintados que te hacía sentir como una estrella de la política con las manos hasta los codos en las sacas de la guita.

  4. VERDE no es la palabra que yo usaría, más bien GUARRO. Si no tienes para calzoncillos avisa eh?? que mucho sueldo holandés pero luego no te llega ni para ropa interior de repuesto! 😛