Conversaciones encriptadas


Seguramente lo que voy a contar hoy estuvo presente a lo largo de toda mi vida pero nunca lo noté hasta que no me marché de las Islas Canarias y pasaron unos cuantos años en los que me acostumbré a otra cultura, a otras formas de ver el mundo y a otra forma de actuar.

En los Países Bajos, cuando te encuentras con un conocido por la calle, dependiendo del grado de relación lo saludas con un buenos días, tardes, noches o un hola y tienes una ligera conversación que cubre el básico ¿cómo estas? ¿qué estas haciendo? y el falso A ver si nos vemos. Por supuesto, si le quieres dar algo de pomposidad expresas lo mucho que te alegras de haber visto a esa persona a la que tienes a un correo electrónico de distancia que no mandas porque no te sale de los güevos. Con otros igual funciona lo de las llamadas de teléfono o los mensajes pero en mi caso y cambiando el número cada año, eso es difícil o imposible porque ese tipo de gente no tienen manera de contactarme. Al hilo de este tema, creo que el 2014 va a ser el primer año en el que no cambiaré el número de esta década y la razón es que he conseguido no dárselo a indeseables varios y el círculo de personas que lo tiene está tan cerca de ese número ideal de los veintiún contactos que no me merece la pena el esfuerzo de llamar, cancelar la tarjeta porque me voy del país y demás, con la historia que llevo repitiendo desde tiempos inmemoriales.

Regresando a lo de las conversaciones casuales, cada vez estoy más convencido que Mordor está en las Islas Canarias y que aquí se resconden entre el resto de la población los temidos Orcos con los que nos castigaron en tantas películas basuras del Señor de los Julandrillos, de las que creo que ya van cinco y de las que yo solo he visto la mitad de la primera, ya que la otra mitad la pasé sobando de puro aburrimiento, ya que a mí el género del fascismo ultracatólico no me pone nada y me aburre.

Antesdeayer estaba caminando por la avenida costera que lleva desde la Garita a Melenara cuando fui testigo de corpore insepulto de una conversación entre dos que casi seguro que eran orcos. Todo comenzó cuando uno vio al otro y le gritó:
Aaaaaaaaaaaaaaay Perico — dijo el primero
Ññññññññoooooos … Aaaaaaaaaayy Paquito — y de este primer intercambio deduje los motes de ambos, los cuales me ayudarán de aquí en adelante.

Se detuvieron, se miraron de arriba a abajo, agitaron los brazos como molinos de vientos sin motivo alguno que yo haya podido deducir ya la cosa continuó:

Chaaaaaaaaaaaacho, Auuuuu auuuuuaaa aaaauuuu aaaaaauuuuaaaa auuauauau — dijo Paquito y te juro por el himen impoluto de la madre del fundador de la secta de los presuntos tocadores de niños a la que nos han obligado a pertenecer que todavía no sé que le dijo.

El otro no se quedó atrás y respondió:
— AAAAAAaaaaaaarrrrrrrggggggg, Auuuuuuuuauu aaaaaaarrrrrg chaaaas chaaaaaas chaaaaaaaas chás … aaaaaaaaaaaarrrrg — Momento en el que pensé que aquello era algún programa de cámara oculta y se estaban descojonando de mi, que pese a parlotear en español, italiano, neerlandés e inglés, aún sigo sin saber de donde salió ese idioma. Lo peor es que la cosa continuó:

— Chaaaaaaaaaaás aaaaaaaaaarggggggg auuuuuuuuu auau aaaaaaarg — le dijo Paquito.

El otro se queda callado unos instantes, lo mira a la cara y de repente ambos comenzaron a reírse sin parar:
— Ja ja ja ja jaaaaaaaaaaaa jaja — y tras esta risotada combinada, cada uno, sin decirse más nada, sin despedirse, se dio la vuelta y siguió su camino..

Está clarísimo que allí hubo una conversación encriptada hasta niveles que ni el más potente de los ordenadores espías norteamericanos pueden descifrar y que lo que quiera que dijeron, debía ser muy importante. Yo opté por seguir mi camino y procurar no prestar demasiada atención a lo que sucede a mi alrededor, ya que de cosas más simples se han chiflado algunos.

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