Currándome un encochinamiento


El fin de semana pasado era el del encochinamiento máximo en mi casa ya que venían a almorzar/merendar/cenar un grupo de amigos que cuando son ellos los que organizan te ponen tres platos en su casa y es todo hambre y miseria y cuando vienen a la mía, yo ya les mando desde días antes una exención de irresponsabilidad informándoles que es conveniente y deseable que comiencen con la huelga de hambre desde el día antes o en su defecto, que se hagan un DosDedos, también conocido como la dieta Leididí o el truco de Anjeli-na para llegar a mi casa con el sistema digestivo preparado para la que le está por caer.

Fue entrar en mi casa, repartir los regalos, porque a mí siempre me traen regalos y eso que nunca he salido en los anuncios navideños del turrón aquel con una especie de perro que muerde y hace ruido y comenzó el flujo constante de comida a la mesa del jardín.

Es importante una buena base y que mejor que queso de oveja y salchichón ibérico. Como la gente se inventa alergias por tocarme los güevos, he optado por quesos que no llevan carne de vaca para así cerrar el piquito a los que se revuelcan en las quejas, que haberlos, hay-los y yo los tengo identificados.

Después de romper el hielo, lo siguiente es mantener el ritmo y que no descansen y seguimos por un clásico de toda la vida que por más que mis amigas las obesas en España me digan que ha pasado de moda, a mí me mola un montón y los hago varias veces al año. Son los dátiles con beicon anteriores, que salieron del horno y fueron directos a la mesa.

Gracias a mi máquina para envasar la comida al vacío yo hago una tortilla de papas con cebolla y un cuarto me lo jinco, otro cuarto lo guardo para la visita y la mitad restante la almaceno también al vacío para el día que voy a casa del Rubio invitado a cenar llevando la cena, concepto que mi más-mejor-amigo tiene muy evolucionado porque al parecer la comida que hago no es que sea muy rica, es riquísima. Por supuesto, la tortilla no estaba recalentada, crimen capital que debería ser castigado con pena de muerte instantánea o en su defecto, exilio en truscoluña, que a día de hoy sigue sin ser nación.

Mientras hablábamos, en mi cocina se hacían unas gambas al ajillo y que hoy en día te vienen preparadas y sin el intestino, que cuando yo era pequeño nos comíamos sin saber que aquel hilito tan sabroso que tenían las gambas y langostinos por la parte del lomo era su cajita de la mielda. Compré una barra de pan porque todos sabemos lo que sucede cuando se acaban las gambas y ciertamente, me dejaron el recipiente de cerámica limpio y listo para guardar sin lavar.

Volvimos a cambiar a comida fría y este fue el plato más complicado porque si hay algo en lo que yo soy puñetero como mosca cojonera, es con los aguacates. A mí me puedes contar todas las batallas que quieras que yo, si los aguacates no son de Gran Canaria, Perú, Méjico o Venezuela, no los como. La aberración que viene de Sudáfrica, de Israel o de cualquier otro país no es ese fruto maravilloso e increíble. Tuve que visitar cinco supermercados hasta que encontré los adecuados, en esta ocasión, peruanos. El relleno es super-complejo, salsa de cóctel (según los holandeses), para mí salsa rosa de color chungo, trocitos de piña en almíbar y gambas (hervidas un par de minutos previamente).

Después vino el único plato que requería mi presencia en la cocina, unas berenjenas rebozadas y presentadas con pimiento rojo caramelizado y queso de cabra. La receta es un flipe y la pillé en un periódico español y quiero ponerla en el blog pero todos sabemos que para que no la pille quien todos-sabemos, hay que probar tácticas evasivas y sigo esperando a ver si se presenta la oportunidad. He hecho la receta en cuatro ocasiones y estoy frito por prepararla en casa del Rubio cuando me inviten a cenar. Estoy seguro que su Primera Esposa va a flipar en colores con esto.

Había que oscilar nuevamente hacia lo frío y llegamos al único plato que no había cocinado nunca antes en mi corta vida. La receta llegó a mis manos también a través de un periódico y aunque no es algo que mole para hacer con frecuencia, sí que es perfecta para ocasiones especiales. Estaba muy bien y además, todos sabemos las ventajas primordiales de los garbanzos, que los comes hoy y te ríes gracias a ellos mañana cuando te empiezas a tirar peos y no puedes parar.

Todo lo anterior eran los entrantes que nos conducían al plato principal, hecho posible gracias a piñas de millo que compré en el aeropuerto de Viena seis días antes. Un caldo de millo siguiendo la receta que lleva en mi familia desde por lo menos dos meses, quizás tres. Lo bueno del caldo es que al tener líquido, baja llenando espacios. Los obligué a repetir hasta que les daban arcadas. Camino del postre, que venía en dos velocidades, nos dividimos en dos grupos. Los que beben té y la élite que prefiere el café preparado en frío siguiendo mi receta secreta y que macero durante veinticuatro horas con café molido para alcanzar la perfección más absoluta. Desde junio creo que no he tomado café elaborado con el método tradicional en mi casa. En su lugar, siempre tengo una botella con café en la nevera.

Por supuesto, la bebida se acompañaba con unas bolitas hechas con garbanzos molidos y chocolate puro-casi-purísimo, segunda vez que hacía la receta y punto de inflección en la misma, ya que en la tercera ocasión, que hoy presento a mi amigo el Rubio, su Primera Esposa y las tres Unidades Pequeñas, he mejorado un montón la cobertura y ahora son unos preciosos bombones con sorpresón en el interior y el regalo adicional que obtienes al día siguiente cuando te tiras los peos.

No les hice foto porque tengo muchas pero también puse en la mesa unos lacitos de hojaldre porque me divierte ver lo rastrera y competitiva que es la gente cuando sabe que se acabarán pronto y pierden toda la dignidad del mundo y se pelean por el último.

Antes de marcharse, cada uno recibió un tarro de la inigualable mermelada de moras que se produce en mi jardín gracias a los más de diez kilos que coseché este año. Como el cambio climático nos ha traido calores extremos, este año es particularmente dulce.

El domingo, pasé de desayunar y para cenar me monté una pizza de sobras, con lo que me quedaba del salchichón ibérico y la piña en almíbar. En enero creo que volverán a pasar por mi casa para un nuevo ágape.


3 respuestas a “Currándome un encochinamiento”

  1. Jo, y yo que tengo cargo de conciencia de mis encochinamientos, la verdad es que son una tontería al lado de esta orgía gastronómica, eso si, yo al menos me bebo una botella de tinto de Rioja… 🙂
    Salud

  2. Madre mía, qué lote de comida. Cómo me gustan las gambas al ajillo. Las bolas de chocolate y garbanzos me han llamado mucho la atención, no lo había visto nunca. Por cierto, es punto de inflexión, que de tanto hablar en extranjero se te está olvidando el español, es broma, je, je. Se habrán quedado medio muertos con tanta comida.