De Camiguin a Surigao


El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila

Cada vez tengo más y más claro que como un avión para llevarte de un sitio a otro no hay nada y vale la pena pagar la diferencia de precio. Hoy la aventura era desplazarme unos ciento nueve kilómetros, si lo miramos en un mapa en línea recta y hacer ese trayecto me tomó once horas. Todo comienza entre las cinco y media y las seis de la mañana cuando la gente se levanta y ponen el karaoke a todo meter para cantar, los vehículos pasan pitando continuamente y uno ya no puede dormir. Es en esos momentos cuando lo más que este apetece es el jiñote y a esos menesteres me dediqué, aunque este viaje está resultando un fracaso porque pese a mis intentos, no he logrado tupir un retrete. Me duché, afeité, vestí y puse todo en mi bolsa de cuarenta litros y a las seis y media me recogía la multicab que había contratado por unos nueve leuros. En Camiguin hay varios medios de transporte. El más popular es la motorella, una moto envuelta en un chasis con el piloto en el centro y que en teoría puede llevar hasta diez pasajeros aunque yo las he visto con más. Tienen que reventar los motores de esos cacharros con tanto peso. Uno de esos fue el que usé para ir del aeropuerto a mi hospedaje. Después tenemos los multicab, una especie de furgoneta en la que en la parte de atrás hay dos bancos y en las que pueden ir hasta quince o así. En Camiguin también vi algunos jeepneys, una aberración con aspecto de jeep estirado hasta el infinito y en el que entran una legión o quizás dos. Regresando al relato, mi multicab me llevaba a mi solo, sentado en la parte de atrás y era un viaje de unos cuarenta minutos para recorrer veintidós kilómetros o así, hasta el puerto de Benoni. Allí me puse en la cola para comprar mi billete para el barco de las supuestas ocho y cuarto y justo cuando es mi turno, la pava dice que el barco está lleno y que tengo que esperar e ir en el siguiente. Se pone a hacer unos complejos cálculos matemáticos y tras cinco minutos decide que aún hay capacidad en el barco y me vende el billete. Pasó a la sala de espera con un control de seguridad de risa total y veo que el barco que nos lleva se llama Doña Pepita y si no se ha hundido es por chiropa, porque hasta los que mandan desde Libia con inmigrantes ilegales hacia Italia se ven en mejores condiciones. La subida fue una competición por pillar sitio y como era el único occidental, todos se acojonan y al final tengo un banco completo para mí solo. En lugar de las ocho y cuarto salimos a las nueve menos cuarto pese a que todos estábamos sentados desde más de media hora antes. El recorrido fue de hora y media de tedio absoluto. A mi lado se sentó durante veinte segundos una mujer con la cara como la del hombre elefante pero cuando se dio cuenta que era extranjero se marchó aterrorizada y yo rezando para que aquello no sea contagioso. Cuando atracamos, histerismo colectivo por salir del barco antes de que se hunda. Unos chiquillos en la playa se subían al barco y le pedían a la gente que tiren monedas al agua y ellos las cogen pero hay carteles diciendo que está prohibido. Cuando los chiquillos vieron que era extranjero, me gritaron hasta quedarse afónicos mientras los ninguneaba.

Salí y fui andando a la terminal de autobuses, que está a unos cien metros. Tenía que pillar uno para Batuan. En internet leí que salen cada media hora los que tienen aire acondicionado. Los dos primeros que llegaron eran de los de aire caldeado y estaban llenos, pero lo que se dice con gente poco menos que saliendo por as ventanas, los pasillos pegados con al menos la misma cantidad que llevaban sentados y gente colgando por las puertas que no cerraban. El tercero sí que era con aire acondicionado y estaba lleno, sin asientos libres pero me pude poner en el pasillo. Supuestamente era un viaje de hora y cuarto y no me molestaba. El colega, cuando finalmente salió, avanzó veinte minutos e hizo una parada de otros veinte. Después avanzamos otros veinte minutos y de nuevo una parada eterna, punto en el que conseguí asiento. Lo de la hora y cuarto se convirtió en un viaje de tres horas con innumerables paradas de descanso. Vinimos llegando a Batuan a las dos menos cinco. Salí de la guagua, miré en los andenes y encontré otra con aire acondicionado para Surigao. Me subí y de nuevo, petada, así que de pie en el pasillo. Esta no era tan lujosa como la anterior y en lugar de los tradicionales cuatro asientos por fila, tenía cinco, con una configuración de tres + dos. En los grupos de tres asientos a veces había sentadas hasta seis personas, padres con cuatro niños o así. Esta no hizo tanta parada técnica y tras una hora llegó a un sitio en donde se bajó un montón de gente y pillé asiento para las siguientes dos horas. En el viaje se puede ver que toda la isla de Mindanao es verde, al menos el norte. También que hay gente muy pobre por aquí. En los colegios que pasábamos se veía que estaban preparando los colegios electorales ya que al día siguiente hay elecciones en este país. En teoría y según el gobierno holandés, yo no debería andar por aquí. Esta zona está en código naranja por riesgo de altercados debido a las elecciones. La isla a la que iré mañana (que en el momento en el que sucede ese viaje es el día de las elecciones) está en la zona verde y yo saldré de aquí antes de que cierren los colegios electorales. Regresando al relato, tardamos algo más de tres horas en hacer el recorrido y llegar a Surigao. Desde la terminal de autobuses hasta mi hotel hay una distancia de ochocientos metros y estaba quemado de estar sentado o parado todo el día así que opté por caminar, con el placer añadido de escuchar los gritos de todos los que pretenden sacarte un pasto te por llevarte al hotel y su frustración por como los ignoraba. El hotel resultó muy occidental, con una habitación que podrías ver en cualquier lugar de Europa y se llama ParkWay Hotel. Cené en un restaurante que hay al lado y di el día por concluido. 

El relato continúa en Desde Surigao a Siargao de chiripa milagrosa

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