De influencia, desprecio y casi todo lo demás


Esto es algo recurrente y que en sucesivas iteraciones he tratado de explicar para convencerme a mi mismo porque sigo sin captarlo. El disparo que provocó este nuevo interés en un tema tan cansino fue un artículo en un periódico italiano que elegí para discutir en clase la semana que viene, ya que si no controlo a la plebe, terminamos leyendo artículos interminables de páginas y páginas sobre localidades en el culo del mundo, que alguno de los desgraciados que estudia conmigo ha visitado y pretende que lo sepamos todo sobre el sitio.

Saltando de tema y hablando de italiano, del grupo que llevamos años estudiando juntos solo quedamos cuatro, el resto se cansó, lo ha dado por completado o quizás hayan muerto y no nos hemos enterado. Por eso, por ser un grupo tan pequeño, nos han fusionado con unos que comenzaron un año más tarde y tenemos nueva carnaza en la clase y nuevas mentes que tampoco comprenden la pronunciación de la combinación de letras eu, que en italiano es igual que en el español pero los holandeses lo pronuncian trincando el culo con fuerza a la vez que aprietan para tratar que escape un peo y tanto esfuerzo bajuno se les refleja en la cara, que se les pone en el modo totorota. Ayer, por primera vez en este curso, me tocó leer un texto en la clase y después del suplicio de algunos de mis nuevos compañeros, el profesor parecía que estaba a punto de correrse de gusto y existía el riesgo de que lefara en la mesa y nos pringara nuestros preciosos libros con su leche de la vida.

Volviendo al tema original, al parecer, nuestras personalidades se forman en base a la percepción que tienen los demás de nosotros, nos dejamos manipular y moldear por lo que piensan o dicen los demás. Esto antes era muy limitado, no había redes sociales, nuestro mundillo era corto y cercano y así, era fácil poner las etiquetas y teníamos el arretranco de la calle, el jacoso, el maricón, la bollera, la ordinaria, la verdulera, la novelera, el maltratador, el exhibicionista (al que ahora llamaríamos pederasta porque enseñaba su miembro solo a niños) y similares. En el colegio, dependiendo de nuestras luces y nuestra capacidad para la comunicación, prosperábamos más o menos y el resto de compañeros de clase y escuela nos empezaban a meter en nuestro nicho social. Eso ahora parece que sucede a una escala masiva si tienes redes sociales porque hay un sanedrín de gente a la que estás de alguna manera conectada que te están juzgando y están dando sus veredictos sobre ti. El filósofo insiste en su artículo en el hecho que la identidad del julay se construye sobre las relaciones sociales y si te dan palos por ahí, tu identidad se va al traste y fracasa. Esto choca completamente conmigo y me parece algo absurdo porque a mí las redes sociales me sudan la polla, no estoy en prácticamente ninguna y les doy la misma importancia que a las redes de alcantarillado de la ciudad, solo como sistemas de recogida de mierda. Mi rechazo a la idea es que yo modifico y altero mi identidad según me conviene, la he ido ajustando a lo largo de toda mi vida pero nunca fue para mejorar o incrementar mis relaciones con los demás y es más probable que sea al contrario, que mis niveles de tolerancia con la estupidez ajena ahora mismo están tan cerca del cero absoluto que resulta difícil verlos.

Ahora bien, igual el chamo tiene razón. Conozco un montón de julays que viven en un círculo del qué-dirán, hacen las cosas no porque quieren sino porque deben o porque tienen miedo de la respuesta ajena. Para ellos, su identidad sí que depende de terceros, está forzada desde afuera y los convierte en rehenes de esa percepción exterior. Conozco a una que se autodenomina influenciadora, que en lo que a mí respecta, nos podemos ahorrar la lotería si hay que elegir a alguien para carne de cañón en primera línea y la podemos poner directamente a ella, que su odiosa personalidad seguro que también sirve de escudo. Cualquiera que acepta a esa persona en su círculo social para atender a sus mensajes y ser influenciado, para mí es también carne de cañón. A la influenciadora, la tengo bloqueada en mi teléfono, en mi güazá, en mi correo, básicamente en todos lados y siempre que me la cruzo en Gran Canaria me monta un número para que la desbloquee. Tiene que dolerle también que los amigos comunes que tenemos se niegan a pasarle mi número de teléfono porque ya saben cuál será mi reacción a su acción.

Miasma así explica la razón por la que tiendo a tratar solo con gente que los demás deben considerar no-sociales, o lo que en los Países Bajos llaman asociales, gente que se la trae al fresco lo que tienen que decir los otros y viven de espalda a ellos. Son gente con carácter, que hacen y dicen cosas interesantes y que no tienen miedos de emplear la palabra correcta a la hora de referirse a algo o alguien.


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