De Kuala Lumpur a Chiang Mai


El relato comenzó en Otro de esos saltos gigantescos

Después de dormir un montón de horas en el avión yo fui el más sorprendido cuando sobre las once de la noche hora local me volvía a dormir y no me despertaba hasta las siete de la mañana. Esto entra directamente en la categoría de Grandes Milagros de la Humanidad excluyendo a los truscolanes. El domingo después de levantarme salí a la calle y al lado del hotel había un Old Town White Coffee, unos lugares que son muy populares en Kuala Lumpur y que sirven desayunos variados. Después pregunté como llegar al mercado central y me indicaron el tren que tenía que tomar. La primera vez que estuve en esa ciudad, yo de campeón decidí caminar de lugar a lugar y casi me derrito, con los treinta y pico grados y caminando por calles desiertas en las que solo pasaban los coches y en donde en muchos lugares no había ni aceras y cuando existían, tenían unos agujeros de un metro cuadrado que te llevaban directo al encuentro del alcantarillado si te despistabas. Por eso, esta vez fui más espabilado y cogí el tren, que total, por veinticinco céntimos de leuro no me voy a empobrecer. Kuala Lumpur tiene una red de transporte público increíble, con multitud de opciones, autobuses, metro, tren ligero, Monorrail, tren de alta velocidad al aeropuerto e incluso una guagua gratuita que te mueve por el medio de la ciudad y que se puso para que los turistas más truscolanes puedan ir gratis y aún así, quejarse, ya que es como se las gastan algunos.

La distancia total del trayecto en tren fue de poco más de un kilómetro, pero recorriéndola recordé el vía crucis que pasé por allí hace unos años, aunque gracias al mismo ya tengo las fotos. Me bajé cerca del Mercado Central, en la parada Pasar Seni. La prueba de que el mercado es solo, única y exclusivamente para turistas es que no abren hasta las diez de la mañana, cuando cualquier malayo que se precie está en la calle desde antes de las siete porque los días son cortos y hay menos calor a esas horas.

Desde allí fui a Masjik Jamek, una mezquita de estilo árabe y bastante antigua, en la que en esos días estaban haciendo un congreso con el sugestivo título de El turismo es bueno para el Islam en traducción pachanguera. Al salir me acerqué a la Plaza Merdaka, el corazón del independentismo malayo y el lugar en el que se forjó el país. Allí hay varios edificios emblemáticos y es muy agradable para pasear y hacer fotos. En el centro de la zona había una concentración de vehículos para algún evento que tenía lugar ese día y que estaba a punto de comenzar. Los ganadores se llevaban una cesta del estilo de las españolas navideñas pero sin jamón serrano, por aquello del Alá ese que tanta tirria le tenía a los cerdos y a los cristianos. Entre pitos y flautas maté tres horas y tenía que volver al hotel. De nuevo, opté por regresar con transporte público hasta KL Sentral y allí compré mi billete para el tren al aeropuerto antes de ir a recoger mi mochila y regresar.

El tren me llevó hasta la KLIA2, la nuevisima terminal para vuelos de bajo costo del aeropuerto de Kuala Lumpur y que se inauguró hace escasamente dos semanas después de años de retrasos y sobrecostos, lo cual nos suena conocido.

La terminal es preciosa, con un centro comercial antes de pasar el control de seguridad, todo en blanco impoluto. Lo más espectacular es el Sky Bridge, un puente para conectar la terminal principal y la satélite bajo el que pasan los aviones. Chulísimo y por suerte me tocó pasarlo y algunos privilegiados hasta han recibido el enlace al vídeo que hice con un avión pasando bajo el mismo. En este aeropuerto de bajo costo también te dan una hora de internet gratuita pero siguen fallando en algo. Si quieres ganar premios, si quieres ser el mejor aeropuerto, lo digo y lo repito, danos lo que necesitamos los viajeros, pon enchufes hasta en las bragas de las empleadas de información y no nos tengas luchando por los tres que hay en toda un ala del aeropuerto.

El avión llegó con media hora de retraso y fue salir el último pasajero y comenzar a entrar todo el mundo aunque por más rápido que lo hicieran, llenar el tanque tarda un tiempo y no se puede salir sin gasofa, así que tuvimos que esperar. El vuelo fue de dos horas y media de pura turbulencia, hacía siglos que no tenía un vuelo así, con el chocho de la azafata pegado al techo y ella con cara de pánico ya que le pagan por vender comida y bebida pase lo que pase y su cara de terror era absoluta.

Aterrizamos en Chiang Mai y después de salir del avión, control de pasaportes y visa y tras esto, las maletas ya nos estaban esperando (o las mochilas en mi caso). Al salir contraté por seis leuros un giga y medio de datos en Tres Gés al menos para todo un mes por la friolera de seis leuros con lo que en estas vacaciones no dependo de GüiFís durante el día. Un taxi me llevó a mi hotel por tres leuros y al llegar salí a pasear pero comenzó el diluvio universal y regresé y cené cerca del hotel y así fue como llegué al norte de Tailandia.

El relato continúa en De templos por Chiang Mai

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