Descansando en Mandalay


El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam

Con los cambios de horario, cancelaciones y demás de los vuelos dentro de Birmania, calculé un día flexible entre medias por si acaso. Al final este día me vino de perlas para recuperarme ya que después de siete días seguidos de turismo, estaba hecho mierda y las agujetas eran de escándalo. Tras levantarme e ir a desayunar maté la mañana escribiendo todo lo que vi en los días anteriores ya que llevaba algo de retraso. También siesteé y escuché el audiobook que me traía entre manos. A mediodía volvimos a superar los cuarenta y el aire acondicionado no podía con la caló tan grande.

Desde el motel llamaron para confirmar mi vuelo, cambiado de hora dos veces anteriores antes de cancelarlo y cambiarme de compañía (inicialmente debía volar con Air Mandalay y ahora iba con Air Bagan) y me enteré que lo habían adelantado 50 minutos al horario previsto.

Por la tarde hablé con el dueño y le dije que quería pelarme porque con esta melena a lo Camilo Séptimo o quizás Octavo no hay quien viva en estas tierras. Me dijo que me iba a mandar al «Mejor» peluquero de Mandalay. En seguida me eché a temblar y me imaginé un chamán o algo parecido, vestido como un Arapahoe y echándome rezados y escupiéndome hierbas mientras invocaba a sus espíritus para que le indicaran el pelado para mí. Después de esto me tenían que llevar a un cibercafé para dar señales de vida con familia y amigos y de allí me iría a cenar.

Me monté como siempre en el Budchingo y yo iba como cerdo al matadero. Paramos delante una peluquería súper lujosa y en la que había como diez peluqueros cortando el pelo. Me llevaron a la planta de arriba y yo pensé: ahí está el chamán o las putitas sin dientes que te la maman masajeándotela. Me equivoqué. Arriba había como treinta peluqueros más y encima aire acondicionado. Tenían unas sillas de teca como tronos de emperadores para esperar y como yo era no autóctono me pusieron de asistente al único allí dentro que hablaba inglés. Se saltaron los turnos y cuando quedó uno libre me tocó a mí, que tuve que esperar unos insufribles tres minutos.

Yo le decía lo que quería al traductor y el se lo decía al otro. El concepto es más bien simple, descargar lastre para no gotear tanto con el calor pero ellos andaban confundidos. Como algunos dicen que exagero le pregunté por la cantidad de peluqueros que trabajaban allí y me dijo que en total son CINCUENTA, diez en unas camillas para lavar la cabeza súper-chulas y los otros cuarenta cortando. Ahora por fin he descubierto el secreto asiático más bien guardado: todos los tíos se tiñen el pelo y por eso raramente vez a alguien con canas. Cuando acabaron y me dijeron el precio casi me tienen que sentar y darme una tilita para recuperarme: SETENTA CENTIMOS DE LEURO (1000 kyats), la pelada más barata desde que nací. Con este maestro al que ya tengo en un podio por siempre y para siempre y al que incluiría en mis oraciones si supiera rezar o quisiera hacerlo, lo cual no es el caso porque los dioses saben que no me llevo con ellos, son diez las personas que han cortado mi pelo y esta es la tercera vez en mi vida que sucede fuera de Gran Canaria. Les quise dar otros setenta céntimos de leuro ya que me sentía super-generoso pero no los aceptaron.

En la puerta me esperaba el Budchingo para llevarme al ciber y allí estuve algo más de una hora poniéndome al día de lo que sucede en el mundo y no queda bloqueado por los firewalls del gobierno birmano. Hora y media de surfeo con refresco incluido me costó otros setenta céntimos (1000 kyats), lo mismo que la pelada. Crucé la calle en plan novillero toreando coches, bicis y motos y entré en el restaurante Yunan, uno de barbacoa chino. A la entrada eliges lo que quieres y te lo hacen a la barbacoa, unas chinas con dientes que seguramente no chupan nabos ni hacen finales felices.

Hice mi pedido y se hicieron la picha un lío ya que me lo trajeron y además un plato de cangrejos que no tenían en las neveras que hospedaban los pinchitos y que estaban del copón. Para cuando se dieron cuenta del error yo ya me los había hincado con gusto. Dejé el equivalente a cuarenta céntimos de propina y el chino casi me abraza y se echa a llorar de la emoción y desde allí caminé de vuelta a mi B&B ya que estaba a dos manzanas.

Así acabó mi último día en Mandalay y que me sirvió para recuperarme, descansar y cortarme el pelo.

El relato continúa en De Mandalay a Bagan


4 respuestas a “Descansando en Mandalay”

  1. Yo quiero que me laven la cabeza en una camilla!!! eso tiene que ser el summun!!!!!!! y encima seguro que te presionan puntos de acupuntura durante el lavado…. mmmmmmmmmmmmmmm
    ah, y por cierto, mejor no te digo cuanto pago yo como mínimo una vez al mes cuando voy a la peluquería, porque es para echarse a llorar…. mejor pienso en las camillas lava-cabezas…. mmmmmmmmmm

  2. Descojonante este relato, te has superado. Lo que me alucina es que te acuerdes de cuántas personas te han cortado el pelo, me parece una contabilidad graciosísima. Me gusta cómo ha quedado el aspecto de la bitácora y el sitio éste para escribir los comentarios se ve muy amplio.