Desde Gili Trawangan a Kuta


El relato comenzó en Desde Utrecht a Kuala Lumpur pasando por Abu Dhabi

Después de unos días de paz y comunión mística con mis entrañas, llegaba la hora de seguir mi ruta. Para los últimos cuatro días barajé varias opciones. Podía seguir hacia la isla de Lombok y hacer turismo por allí pero lo que me echaba para atrás es que es territorio de Malaria y en este viaje no me apetecía tomar las píldoras. Además, lo que más me llama la atención de esa isla es hacer una caminata al volcán enorme que tienen y las más interesantes son de cuatro o cinco días y tampoco es plan de acabar las vacaciones reventándome a caminar por el monte y nada más terminar coger un avión y regresar. Por eso, opté por volver a Bali y centrarme en la zona sur de la isla, concretamente en Kuta, el lugar en el que comenzó el mito y la leyenda de Bali y su principal zona turística. Como en ocasiones anteriores, a través de la aplicación en mi iPhone de booking reservé un hotel.

Me levanté temprano en mi pequeña choza y enseguida me puse manos a la obra para rehacer mis mochilas. Lo bueno de pasar cuatro días tomando el sol y poco más es que no había generado prácticamente ropa sucia, ya que siempre andaba en bañador y cuando me vestía para ir a cenar, llevaba siempre la misma camiseta, la cual aguantó bastante bien y ni siquiera se apergaminó. Antes de cerrar la mochila por última vez me duché junto a mis ranas, mis avispas, abejas, hormigas gigantes y demás animales del baño abierto y me llevé un susto de infarto cuando escucho un ruido por detrás de la valla de bambú como de alguien espiándome. Me pongo a mirar, flipando con el concepto inédito de alguien que con tal de verle el rabo al Elegido se arriesgue a tanto, cuando lo más fácil y sencillo es pedírmelo con cortesía y yo se lo saco y hasta si me pilla de buen humor le dejo que me lo sorba. Resultó que era una vaca, que andaba comiendo plantas por allí. Ella se asustó aún más cuando notó mi presencia y salió a velocidad crucero para seguir comiendo en otro lado. Tras las abluciones matutinas, cerré la mochila y me fui a desayunar al bar del Exile. Finiquité la cuenta y me quedé charlando con el empleado. A las nueve llegó mi cidomo, el equivalente de los taxis del primer, segundo y tercer mundo en las islas Gili y que resulta ser un pequeño carruaje tirado por un caballo pequeño o un pony talludito. Puse mi mochila en el interior, me subí y me marché del The Exile con mucho estilo y fastuosismo. En un cuarto de horas llegamos al embarcadero, pagué por el servicio y me fui a recoger mi tarjeta de embarque para el barco que no era otra cosa que un número. Los holandeses llegaron al poco y nos sentamos juntos a charlar (y en mi caso, a tomarme un helado ya que me apetecía).

El barco salía a las diez de la mañana pero llegó con un poco de retraso. En lugar de ir hacia Bali, primero se dirigió a Senggigi, una de las zonas turísticas de Lombok. Allí no se bajó nadie pero se subieron unos cuantos y seguimos la ruta hacia Padangbai. La duración total del viaje fue de unas dos horas. Cuando ya desembarcamos, nos despedimos efusivamente ya que no sabíamos si nuestros caminos se iban a volver a cruzar. Los holandeses iban hacia Sanur y yo a Kuta. Cinco minutos más tarde estamos todos en el mismo mini-bus ya que Sanur está en la misma ruta. Nos volvió a tocar un conductor Fitipaldi, de esos que se ganan el carné de conducir en un bingo de ciegos y honestamente, después de unas cuantas experiencias de estas, como que te da igual que el tipo al que le confías tu vida esté loco. En teoría y según nos habían contado en la isla, nos llevaban hasta el hotel. Lo extraño es que los conductores no nos preguntaban por el nombre de los hoteles, lo cual nos hacía esperar y temer lo peor, como siempre. Al entrar en Sanur, largaron a los holandeses en una calle que el conductor del mini-bus definió como Terminal de guaguas. Mi amigo holandés ni se molestó en discutir con él. Volvimos a despedirnos y jurarnos amistad eterna-hasta-que-se-gaste. Después yo seguí con otro pasajero hacia Kuta. A mí también me dejó en una calle rebautizada como Terminal de guaguas de Kuta y busqué un taxi para que me llevara a mi hotel, el cual tenía el exótico nombre de Hawaii Bali Hotel. De todos los que elegí en este viaje, creo que este fue el más desafortunado. Está en un extremo de la ciudad y entre Kuta y el hotel hay una especie de autovía, sin puentes o manera de cruzar que no implique jugarte la vida o pedir un taxi. Mi habitación era en la segunda planta y el sitio parecía lleno de asiáticos, es decir, turistas chinos, hindúes, malayos y de otras razas de esa parte del mundo. Los empleados eran todos empalagosamente amables, pero eso es algo que se espera en ese lado del mundo. Como me apetecía caminar, opté por cruzar la carretera en plan torero. Solo me tomó unos cinco minutos para llegar al otro lado y ni siquiera llegué a ver la luz al final del túnel. Después fui por un laberinto de calles estrechas petadas de motos en las que todo el mundo me ofrece taxi, moto, marihuana y putas, y las tías con los pies negros de mierda y callos como tacos de botas de fútbol me ofrecían SPA, que en Indonesia suelen ser masajes de todo tipo. Con mis auriculares bluetooth y mis gafas de sol, ninguneé a unos miles de personas y llegué a la zona más turística de Kuta sin problemas. Mi destino era un centro comercial, el Beachwalk ya que había leído que en su interior hay un cine. Efectivamente, tienen un cine y ese día se estrenaba Star Trek Into Darkness, así que me compré la entrada, un cubo de cotufas y un refresco y por primera vez en tres semanas, fui al cine. Salí de la película eufórico y como tenía algo de hambre, opté por comer en uno de los restaurantes de comida rápida del centro comercial. Después regresé a mi hotel y así acabó el día de la transición desde Gili Trawangan hasta Bali.

El relato continúa en Días de sol y playa en Kuta

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2 respuestas a “Desde Gili Trawangan a Kuta”

  1. Menos mal que no te pasó lo del chiste del Toro que el tipo saca el rabo para mear y del otro lado de la cerca se acerca un toro, «¡Toro, torito, torititíiiiiinnnn» 🙂
    Salud

  2. A mí me ha recordado el otro chiste del borracho que ve venir el toro (que para él eran dos), y ve una ventana por la que escapar (que para él eran dos), y se dice a sí mismo: ¡A que salto por la ventana que no es…y me coge el toro que sí es!…