El día del hasta luego chico


Ayer después de salir de trabajar y volar a mi casa estaba haciendo uno de los ciclos rutinarios para prepararme para las vacaciones. A las siete y media había quedado con mi amigo el Rubio para cenar en un restaurante tailandés haciendo uso de unos cuponcitos que le dan en la gasolinera y con los que comíamos dos y pagaba solo uno. La experiencia demuestra que mi amigo es de los de llegar a última hora así que me puse a hacer un montón de cosillas y cocinando contando que hasta las siete de la tarde no tenía que irme al centro. El cabrón decidió justo ese día alterar su rutina y me mandó un mensaje diciéndome que estaría en la estación a las seis y cuarto. Miro la hora, veo que tengo tiempo y opto por afeitarme, algo que salvo que esté de vacaciones nunca hago a diario y suele ser cada dos o tres días. Termino de afeitarme, aún tenía un ratillo y sigo a mi bola y cuando vuelvo a mirar el teléfono ha ajustado su horario de llegada y me informaba que era a las seis menos cinco. DRAMA total. Suelto todo lo que tengo entre manos y salgo por patas, agarro la bici y pedaleo con más afán que el chamo de la película E.T. El Extraterrestre pero aún así, llegué sobre las seis y cinco y en los últimos diez minutos podía oír los campanazos en el Güazap. Teníamos un montón de tiempo y tras la entrega de las magdalenas, en concreto una decena para que todos y cada uno de los miembros de la Primera Familia tengan algo decente que desayunar, nos buscamos un bar para tomarnos un par de cervezas antes de la cena. El Rubio siempre le dice a la Primera Esposa que yo soy una mala influencia y yo siempre le digo a la susodicha que su Primer Marido es una mala influencia y nos acusamos el uno al otro pero lo cierto es que a la hora de pedir las cervezas, no nos fuimos por esas amariconadas con un cinco por ciento de porcentaje de alcohol y tiramos directamente por las triples con lo que cuando llegamos al restaurante ya íbamos entonados.

Con los cupones teníamos que pedir de un menú especial y acabamos en-cochinados. Fue una embolia de comida y al salir de allí optamos por lo obvio, ir a un bar a seguir bebiendo, jurándonos por los lamparones de las bragas más sucias de Mafalda que sería una y no más Santo truscolán. Otra vez, el camarero mencionó cosillas riquísimas y de nuevo nos fuimos a las cervezas para hombres de verdad y no fue una, ni dos, sino tres.

Ya camino de la estación tuvimos la mala fortuna de pasar junto al Café Olivier y claro, son cienes y cienes de cervezas belgas allí esperando que alguien las adopte y nos daba pena dejarlas huérfanas y terminamos entrando con la sana intención de tomarnos una última cerveza MARICONA de las que se hacen para los ñangas. El puto camarero nos embaucó con una nueva que tenían solo con un escaso y minúsculo porcentaje de alcohol del 8,3% y salimos de allí a las once y media de la noche. Lo acompañé al andén en el que salía su tren, nos despedimos y después volví a mi casa en bicicleta usando el piloto automático. Llegué y fui directo a la cama a dormir y desarrollar la resaca que tengo hoy.

Para la posteridad y como recuerdo de ese día nos queda una foto en la que ya estamos desmejorados. Mi aura como siempre es tan intensa que hace que las fotos no salgan enfocadas, pero bueno, nos queda la intención:

El Elegido y el Rubio

5 respuestas a “El día del hasta luego chico”

  1. Lo que no entiendo es cómo puedes levantarte al día siguiente e ir a trabajar. Yo no daría pie con bola.

  2. Haces bien en despedirte como dios manda que andan las placas tectónicas locas… es coña, como decimos aquí, malo será!
    Ahí no hacen controles de alcoholemia a los bicicleteros?

  3. Hacen controles de luces en invierno. En teoría podrían hacer controles de alcoholemia a los ciclistas pero sería el fin del mundo y del partido político en el poder. Además, la mayor parte de accidentes son por ir enganchadas como perras al CaraCuloLibro o al Güazap, casi siempre son mujeres las que caen como moscas. Nosotros los alcohólicos vamos despacito y mirando al frente