El día que cayeron las hojas


Ayer volví a mi casa cuando eran casi las once y media de la noche. Fue un día de esos en los que no paras. A la hora del almuerzo estuve en el centro de Hilversum visitando las jugueterías para comprarles los regalos de cumpleaños a los hijos de mi amigo el Rubio. Tenía mi lista con los presentes seleccionados pero la cosa se torció cuando no los tenían en ninguna de las tres jugueterías que hay en el centro de la ciudad. Con el Rubio al teléfono y su mujer entrando a veces en la conferencia conseguí encontrar algo que les guste a los niños. Cada chiquillo es un mundo. A unas les gusta pintar, a otras jugar con muñecas, a otras disfrazarse, a ellos les van los coches o los aviones o los deportes o las complejas composiciones creadas con piezas de lego.

Con los regalos asegurados pasé la tarde trabajando y salí de la oficina sobre las cinco menos cuarto. Me encontré con la mujer del Rubio en la estación de Woerden y desde allí fuimos juntos a su casa charlando y disfrutando del fresco del otoño y de esos colores tan hermosos. Al llegar a su casa nos pusimos a preparar la cena mientras el Rubio se encargaba de traer a los chiquillos, los cuales llegaron saltando y gritando y colgándose de todos para darnos besos. Les di sus regalos y por suerte les encantaron, algo que puedes ver inmediatamente en sus caras. Después nos dedicamos a comer jamón ibérico, queso canario, fuet y así fuimos abriendo apetito para la cena. Tras la misma jugamos, cantamos, nos reímos y después de leerle un cuento a la hija del Rubio para que se durmiera pudimos relajarnos y sentarnos a disfrutar de nuestras cervezas, aunque previamente me pasé por la cocina de su casa y preparé doce magdalenas de chocolate para que los chiquillos se las coman. Esta semana ya he cocinado 3 tandas de 12 unidades y probablemente habrá otra ronda antes de que concluya la semana. La mayor parte las regalo en la oficina y a mis vecinos y amigos.

A la hora de marcharme, su mujer me alcanzó en coche a la estación de Woerden con mi bicicleta plegada en el portabultos del vehículo. El tren llegó al par de minutos y diez minutos más tarde yo pedaleaba por las calles de Utrecht, una ciudad que descansa y en la que a esas horas no ves a casi nadie. El aire fresco me acariciaba la cara mientras yo zigzagueaba con mi bici escuchando un audiolibro y a la vez perdido en pensamientos variados sobre lo dulce que puede ser la vida y lo afortunado que soy por estar del lado bueno del universo, de ese en el que sabes que posiblemente otros lo estén pasando fatal pero a ti parece no tocarte.

Al cruzar el parque que se encuentra al comienzo de Lunetten vi a lo lejos un par de erizos que buscaban comida y que se quedaron quietos al oír llegar mi bicicleta. Al llegar a mi casa acusé recibo de llegada y me acosté temprano porque estaba cansado.

Esta mañana al levantarme no noté nada extraño. Parecía un día más, otro día de otoño. Me duché, desayuné y me preparé para ir a trabajar. Cogí la bicicleta, comencé a pedalear y al llegar a la calle principal me sorprendió el aspecto. Toda la calle estaba llena de hojas, era como si no las hubieran recogido durante semanas. Pasé por ese mismo lugar ocho horas antes y allí no habían tantas hojas así que por la noche debió de pasar algo. Todo el recorrido hasta la estación central de Utrecht fue igual, calles llenas de hojas, carriles bici que parecían asfaltados de hojas de todos los colores y montañas de hojas en todos los rincones. Al llegar a Hilversum me encontré un panorama idéntico, una anormal cantidad de hojas. Mientras pedaleaba hacia la oficina veía una constante lluvia de hojas que caían de los árboles.

Anoche no fue la noche más fría, no llovió, no hubo viento, no hay nada que justifique esta súbita caída de hojas pero de alguna forma parece que todos los árboles están comunicados y colectivamente decidieron que en la noche del veintinueve al treinta de octubre era el momento adecuado para deshacerse de la mayor parte de las hojas y prepararse para el invierno.

Hoy a la hora del almuerzo nos fuimos al bosque a buscar setas para fotografiarlas y allí sucedía lo mismo. La alfombra de hojas era increíblemente tupida y aunque nos costó, al final encontramos un montón de setas con las que disfrutamos como enanos durante la hora que estuvimos fotografiándolas. Al volver vimos que los coches que están en el aparcamiento de nuestra empresa estaban cubiertos de hojas ya que la campaña aún no ha terminado.

A partir de ahora los días se harán más cortos rápidamente, volverá la oscuridad y todos cruzaremos los dedos para tener un par de semanas con diez grados bajo cero o más para que se pueda celebrar la Elfstedentocht, una carrera de patinaje sobre hielo de casi doscientos kilómetros entre once ciudades de Frisia que se celebró por última vez en el año 1997 y que de suceder, paralizará todo el país y lo convertirá en una gigantesca fiesta.


3 respuestas a “El día que cayeron las hojas”

  1. Aquí todos los días meto la pata, llego a casa después de caminar por el campo, totalmente obscuro y por mas que me digo que tengo que salir antes a andar mi hora diaria, nada, meto la pata de nuevo. Por lo demás las temperaturas son cálidas, hoy una máxima de 30º, pero no hace calor, porque esa temperatura dura un ratito solamente, de todas maneras de que esto se calienta, se calienta…
    Salud

  2. Aquí una de las coas por las que sabemos si ha llegado el otoño es por la cantidad de castañas. Normalmente, asoma octubre y salen las primeras, y durante todo el mes ya trabajan normalmente las castañeras en las calles. Este año están llegando todavía desde la semana pasada, tanto que andan carísimas si las tienes que comprar, casi un mes de retraso. Parece que al final, las temperaturas empezarán a conjuntarse a la época del año real a partir de hoy (según los meteorólogos, pero cualquiera se fía!).

  3. Aquí llegaron el sábado al mercado y me compré mi primer kilo del que salió la foto que puse. Anteriormente habíamos comprado en Praga pero las tuvimos que tirar porque no estaban buenas. Mi madre dice que en Gran Canaria ya llevan tres semanas comiendo castañas.