En los alrededores del lago Constanza


Lo sé. Lo sé. No hay maldición más grande que ser UNOpuntoCERO. Aquellos que presumen de ser dosputocerolistas viven la vida de los seres inferiores, con sus amigos dosputocerolos y sus vidas ficticias. Actualizan sus estados, leen los cambios de los otros dosputocerolos que como ellos no son más que callejones sin salida en la gran carretera de la Evolución y lo único de lo que han de preocuparse es de no carecer de una conexión a Internet.

Para nosotros no es así. Centrándonos en mi caso, gran parte de mis amigos están desperdigados por el mundo y siempre tengo la sensación de estar en una gira perpetua que me lleva de uno a otro, ya que el contacto tradicional requiere de la presencia física de los individuos para que sea válido. Así, todos los años procuro pasar por Málaga, parar en Estambul, dejarme ver en Las Palmas de Gran Canaria, quizás asomarme por Cádiz si los de allí no vienen y visitar el sur de Alemania, eso sin contar con la frenética actividad dentro de los Países Bajos y que hoy me ha llevado a un lado del país (para cuando esto aparezca publicado) y el jueves, sábado y domingo me llevará a otros sitios. A mis dos amigos alemanes los conozco desde hace un montón de tiempo y aunque creo que ya he contado la historia, me voy a complacer a mí mismo repitiéndola.

Retrocedemos hasta finales del año 1997. Yo ya estaba por aquel entonces desencantado con España y me negaba a resignarme a vivir una vida que más bien parecía un malvivir. En esa época daba los primeros pasos para poder celebrar más adelante, el uno de julio del año 2000 la LIBERACI?N. Uno de esos pasos era reforzar mi dominio del inglés y sacarme el First Certificate of English. Mientras estudiaba en la universidad, necesitaba practicar y en aquellos años no teníamos un acceso a Internet como el actual. En aquel tiempo, en páginas muy pero que muy sencillas te topabas con unos tablones de anuncios en los que podías juntarte con otros que compartían los mismos intereses que tú. En uno de esos lugares dejé un anuncio buscando amiguitos-virtuales para intercambiar correos y practicar inglés (o quizás no dejé el anuncio y lo que hice fue responder a otros). De alguna forma entré en contacto con 3 alemanes, 1 alemana y varios norteamericanos. Con estos últimos el trato duró muy poco ya que para ellos se limitaba a una asignatura en su formación y no era más que una tarea a realizar durante un periodo de tiempo. Con los alemanes, la relación que arrancó para ambas partes como una manera de usar el inglés fue a más. Uno de los alemanes desapareció súbitamente pero la chica y los otros dos siguieron y en el caso de uno de ellos, esos correos enormes desembocaron en la chispa de la amistad. En 1999 pasé un fin de semana en los alrededores de Düsseldorf visitando a un amigo del que solo conocía lo que había leído y del que nunca había visto una foto. Fueron tres días fantásticos y desde el primer microsegundo nos llevamos bien. Creo que en los primeros treinta minutos ya éramos amigos-para-siempre. Al final de ese mismo año regresé a Alemania para acudir a su fiesta de compromiso y pasé en Münster un fin de semana del que aún se habla. A comienzos del 2000 él me visitó en Gran Canaria con su novia y cuando el 1 de julio del 2000 emigré a Holanda, no tardé mucho tiempo en ir a verlo. Al mismo tiempo seguía tratando con el otro alemán y también lo visité en Frankfurt durante el verano del 2000 con la excusa de una fiesta que dio en su casa y de la que tardé por lo menos cuatro días en recuperarme de la resaca. Con la chica alemana el trato también era muy frecuente y solo se perdió un par de años más tarde, al casarse con un americano que no concebía que su esposa pudiera tener amigos y que la obligó a dejarlos, por supuesto regalándole un Porsche para minimizar el drama emocional.

En esta década he seguido viendo a mis dos amigos alemanes y el trato siempre ha sido muy fluido, particularmente con «D», al cual veo casi todos los años y con el que hablo a menudo. Anteriormente vivía en Donauschingen, el lugar en el que nace el río Danubio, una pequeña ciudad preciosa de la que solían haber fotos en esta bitácora hace un montón de tiempo. En la actualidad viven en otra pequeña ciudad cerca del lago Constanza, lago que los alemanes conocen como Bodensee y los holandeses como Bodenmeer. Desde hace un tiempo los quería ir a ver pero por unas razones o por otras, nunca cuadraban las fechas y ha sido el fin de semana pasado cuando por fin he podido ir. Aunque intenté buscar algún aeropuerto cercano y hacer el viaje en avión, las conexiones eran malísimas, al igual que con los trenes así que pese a odiar conducir, no me quedó más remedio que alquilar un coche y hacer los setecientos cincuenta kilómetros que nos separan conduciendo. Del viaje en coche no merece la pena hablar, salvo para comentar lo fabulosas que son las autopistas alemanas. Las casi ocho horas de viaje las pasé escuchando el séptimo libro de Harry Potter por enésima vez, en este particular homenaje que le he hecho a la saga regresando a los siete libros y dándome una panzada con los mismos. Ya sé que soy un bicho raro por poder apreciar y disfrutar plenamente de la historia mientras conduzco y no necesitar fijar la vista en una página como parece ser la norma habitual. Mi cerebro realiza la tarea mecánica de conducir de manera refleja y procesa las palabras leídas del libro sin más problemas.

El viernes por la tarde llegué a Pfullendorf y tras el abrazo de rigor fue como si nos hubiésemos visto la semana anterior. El viernes hablamos y hablamos y hablamos y nos reímos con historias pasadas y aventuras que hemos protagonizado juntos y acabamos casi a las cuatro de la mañana y con una moña del copón, ya que las botellas de medio litro de cerveza Erdinger volaban.

El sábado, tras un desayuno alemán que te deja poco menos que embarazado bajamos al lago Constanza para hacer turismo y acabamos en un crucero a la isla de Mainau, un lugar increíble y en el que hay una especie de jardín botánico con una colección de árboles exóticos fantástica y en la que destacan enormes secuoyas, esos árboles gigantescos. En la isla me tropecé con unas cuantas Phoenix Canariensis, las palmeras que marcaron mi infancia y adolescencia y que da igual el lugar del mundo en el que me encuentre, identifico inmediatamente. Por la tarde regresamos a tierra y después de una cena alemana en la que acabas sudando, pasamos por un bar en el que celebraban una noche increíble y con luna llena con todos los empleados vestidos de vampiros y lobos. Nos echamos unas buenas risas en el lugar y al regresar a la casa continuamos poniéndonos al día hasta bien entrada la noche.

La mañana del domingo, tras otro desayuno de campeones, nos acercamos a Beuron para caminar por el parque natural de Obere Donau, un lugar entre bosques con el río Danubio serpenteando y castillos y monasterios como los de los cuentos pincelando unos paisajes preciosos. El tiempo durante el fin de semana fue perfecto y disfrutamos caminando por el lugar, escalando laderas y saludando a todos los caminantes que cruzaron su camino con el nuestro. Por la tarde, después de despedirnos y prometer que nos volveremos a ver pronto, otra ración de coche a través de Alemania para llegar a mi casa por la noche.

Ayer estaba muerto de cansancio pero muy feliz y más al saber que durante el invierno hay vuelos a un aeropuerto muy cercano desde el que la gente va a las estaciones de esquí en Austria y Suiza y por el que procuraré visitarlos de nuevo y así ver aquel lugar completamente cubierto por la nieve.

Mi próxima parada será en Gran Canaria y después … después quizás cruce el charco y pase unos días en Nueva York

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Una respuesta a “En los alrededores del lago Constanza”

  1. Me pasa igual que a tí, odio conducir y me encanta Alemania, es un país al que fui por primera vez hace bien poco y que me ha enganchado y además me gusta la comida, los paisajes, las ciudades y las gentes. Envidia cochina de tu escapadita.