11. Er Dani y sus bolas


Desde la última vez que hablamos der Dani han pasado cuatro meses y ya va siendo hora de continuar con el reslato del día de su cumpleaños. Si has llegado hasta aquí y nunca has oído hablar der Dani quizás quieras saber lo que te has perdido. Para averiguarlo tendrás que realizar un viaje por el tiempo que a buen seguro te dejará con un extraño sabor de boca. Abróchate el cinturón y retrocede hasta 1. Todos queremos ser como er Dani. Continúa después con 2. Conozcamos ar Dani y ya habrás entrado en calor y estarás dispuesto para afrontar la realidad de los 3. Lugareños der Dani y 4. Conocidos der Dani. Tras haber conocido a sus vecinos y a él mismo tendrás el dudoso honor de intimar con 5. La Carmen, hermana der Dani. No hemos acabado ni mucho menos, la cosa sigue en 6. Er Dani y la metrosexualidad y a partir de aquí dejamos el local en el que estábamos y emigramos 7. Camino del restaurante con er Dani. Una vez llegamos al restaurante se produce una nueva ronda de presentaciones en 8. La Gayola y los amigos der Dani . El encontronazo entre la Gayola y sus colegas tendrá terribles consecuencias que se dilucidarán en 9. Las verdades de los amigos der Dani momento en el que la Gayola saca a relucir los trapos sucios de la concurrencia. Finalmente llegará la entrega de premios en 10. Regalos para er Dani y en ese punto lo habíamos dejado, así que subamos el telón y que continúe el relato.

Hace tanto tiempo que las pesadillas ya se han diluido un poco en mi memoria pero aún así he de exorcizar mis terrores favoritos y afilar mi gruesa pluma para terminar de narrar lo acontecido aquel aciago día de marzo del 2005 en el que conocí a er Dani y padecí el dudoso privilegio de la invitación a su cumpleaños.

Nos habíamos quedado en los instantes posteriores a la entrega de regalos por su augusto cumpleaños. Tras acabar ya nada fue lo mismo. La poca gente que quedaba en el lado del comedor en el que nos encontrábamos apuraba la comida para poder marcharse y er Dani seguía enseñando sus gafas de sol de marca a todos y restregando la camisa exclusiva a quien tuviera a bien de ponerse frente a sus narices. Pasados los minutos pareció entrar en un nuevo ciclo de actividad. Se convulsionaba de una manera extraña y de repente comenzó a gritar y a decir que iba a hacer un strip-tease. Yo ya me lo creía todo. Los demás le aplaudían la idea y coreaban su nombre para animarlo. Dani, Dani, Dani. ?l sonreía desde su ceguera inducida y movía las manos jaleándolos para que siguieran. Tras un rato agarró una silla y la puso a un lado. Creo que todo el restaurante estaba pendiente de él. Los camareros lo miraban con la desgana producida por haber visto esta escena repetida una y otra vez a lo largo de los años de oficio pero para alguien tan puro y divino como yo esto era algo nuevo. En todos mis años de penosa existencia en este valle de lágrimas jamás he tenido el privilegio de asistir a un strip-tease de algún conocido/a o amigo/a. Llamarlo clasismo, altivez o como queráis pero lo cierto es que en los entornos en los que yo me he movido este tipo de expresión creativa siempre ha estado considerado como muy de clase baja o como diría mi amiga la divina low class.

En unos instantes el coro de energúmenos en el que me incluyo estaba aplaudiendo sincronizadamente y er Dani se había encaramado en la silla como si de la cabra de un gitano se tratara. Pensé que se daría una buena hostia pero siempre recuperaba el equilibrio en el último instante y conseguía seguir haciendo sus gansadas, sacándose la camisa que llevaba por dentro del pantalón para dejarla suelta y moviendo las manos cual molino de viento. La Gayola gritaba más que ninguno, más alto, más fuerte y más ordinariamente. Entre tanto chillido creo que ella era la que se desgañitaba con un sácatelo tooó pero podría estar equivocado. Er Dani comenzó a quitarse la camisa y sus movimientos se vieron acompañados por silbidos. Justo detrás de nosotros había un cristal enorme que daba a la calle y la gente se comenzó a parar para mirar el espectáculo que sucedía allí dentro. Se terminó de desabotonar la camisa y se la sacó mostrando su pechito de profesor de judo. Le tiró a la Gayola la camisa que la cogió y se la restregó por el pecho, por la entrepierna, por el hocico y por todos lados. Estaba como fuera de sí, sus ojos se habían cerrado hasta dejar unas minúsculas pupilas como ensangrentadas que expresaban lo ávida que estaba de este tipo de eventos. Er Dani ya sin camisa se tocaba los pezones, el pecho y el ombligo para delirio de sus fans que debíamos ser nosotros. La gente en la calle también aplaudía.

Las gafas se las dejó puesta y ahora comenzó con el cinturón. Nos alejamos un poco de él porque si le daba por agitar el cinturón igual nos arreaba un latigazo a alguno y aquel tipo no estaba en sus cabales. Mi amigo Sergio y otro colega aprovechaban la distracción para vaciar la botella de whisky de doce años que había quedado como olvidada en la mesa. Como suponía, cuando terminó de quitarse el cinturón comenzó a hacer molinos con él con tan mala suerte que se arreó un latigazo a sí mismo con la hebilla y del golpe perdió el equilibrio y se cayó al suelo. Fue una hostia de esas que se recuerdan. El aire se llenó con las atronadoras carcajadas nuestras y de los circunstanciales espectadores del evento. Er Dani se levantó gritando no pasa ná, no pasa ná y volvió a subirse a la silla. Tenía un moretón rojo allí donde la hebilla le había golpeado pero si le dolía no lo daba a entender. Sin darnos tiempo a respirar se empezó a desabotonar los vaqueros. La Gayola estaba más alterada que la niña del exorcista. Gritaba y balbuceaba sin pararse a coger aire. Daba más miedo ella que él. Después de acabar con los botones pensé que aquello ya había terminado, que la gracia ya estaba hecha. Me equivoqué. Intentó sacarse los pantalones pero los zapatos eran un obstáculo insalvable. Seguía encaramado en la silla, con el pantalón a la altura de las rodillas y enseñando unos gallumbos de la marca esa que lleva el nombre de un hijoputa que cuando en Europa nos negamos a participar en la guerra de Irak nos insultó a todos y cada uno de nosotros. Me refiero al Jilfinguer ese de los cojones. Obviamente uno no se puede quitar los zapatos cuando está subido en una silla así que se dejó caer para sentarse con tan mala suerte que la silla se fue hacia atrás y se arreó otra hostia. Las risas se redoblaron. ?l se quedó tirado en el suelo aún sentado y comenzó de esa guisa a quitarse los zapatos. La postura era tan ridícula que se le salían los huevos por un lado de los boxers, que esos artilugios no están pensados para ese tipo de posición.

Cuando acabó la tarea se puso en pié y preparó de nuevo su escenario. Se subió de nuevo a la silla y continuó con la tarea que había dejado a medias. Se sacó los pantalones y los agitó cual lazada sobre su cabeza amenazando con lanzarlos. Nosotros le seguíamos el juego gritándole y él gritaba también algo aunque nunca supe muy bien el qué decía. Nuevamente la agraciada fue la Gayola que hundió su nariz a la altura de la bragueta e inspiró profundamente para después lanzar un grito desgarrado de alegría y felicidad mirando hacia el cielo. Ahora sé muy bien lo que significa el adjetivo dantesco. La Gayola trincó la ropa que ya tenía en su poder y la estrechaba contra su pecho. Er Dani mientras tanto gritaba y saludaba a la gente del restaurante y a los que lo miraban desde la calle.

Se dio la vuelta en la silla y se quedó de espaldas a nosotros. Sus amigos debían saber lo que venía a continuación porque comenzaron a silbar la canción que se volvió inmortal en la película nueve semanas y media. ?l agitaba la pelvis con movimientos compulsivos y movía las manos de arriba a abajo como si fuera uno de esos tipos que están en los aeropuertos indicando al piloto donde debe parar el avión. Sin previo aviso agarró el boxer y se lo bajó inclinando su cuerpo al mismo tiempo. Las glorias de la familia salieron despedidas hacia atrás y tuvimos un maravilloso plano de sus huevos. Fue el acabose. Todos gritaban y aullaban mientras er Dani trataba de canalizar toda su energía y no caerse de la silla en la que estaba. La Gayola se lanzó a por los huevos y casi consiguió agarrarlos pero er Dani intuyó que algo malo sucedía a sus espaldas y se enderezó subiéndose los gallumbos. Cuando se giró se encontró con la Gayola frente a él y a falta de algo mejor le arreó un morreo de esos de pesadilla. Aquello terminaba el espectáculo y lo certificamos aplaudiendo a rabiar para que el hombre viera que había merecido la pena.

La gente en la calle se disolvió y tras esta escena estaba claro que en aquel lugar al menos ya no nos quedaba nada por hacer así que pedimos la cuenta y la dividimos entre todos. Tras eso dejamos el restaurante y nos encaminamos a un pub que era propiedad de uno de los de nuestra banda para continuar la fiesta pero esa es otra historia y tendréis que esperar para leerla.

Continúa tu camino, caminante que has llegado hasta aquí y salta al siguiente capítulo llamado 12. Er Dani y más de lo mismo

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3 respuestas a “11. Er Dani y sus bolas”

  1. La historia der Dani es sin duda mi preferida de lo que he leido en esta bitacora… espero que pronto nos obsequies con los ultimos capitulos de esta increible aventura.

    Por otra parte, vuelvo a mi malisima costumbre de corregir las faltas de ortografia de la gente… «…y se calló al suelo».

  2. Gracias por el aviso. Ya setá arreglado. Muy posiblemente esta noche o mañana por la noche continúo la historia porque tengo casi escrito el siguiente episodio, que es de esos de transición. Después debería venir el episodio final pero me acordé esta mañana releyendo la historia al completo que pasó algo más en el pub y quizás lo alargue con un episodio extra en el que volvería a aparecer la hermana der Dani, la Carmen. Y quizás la vuelta a Benalmádena tenga materia como para otro episodio pero eso está lejos en el tiempo y prefiero no pensarlo.

  3. hehehehe, muy buena.
    Imaginando lo del striptease, recordé que en la despedida de soltero/a de unos amigos, que hice en una casa de una tía mía, uno de los primos del novio encerró a todas las mujeres en una habitación y les hizo un striptease completo en contra de su voluntad.
    Quiero decir en contra de la voluntad de ellas, ya que él es chico, gordo y feo.

    Según cuenta la leyenda, y como leyenda que es, es cierta, la novia estaba horrorizada y buscaba el punto de la habitación que la alejara lo máximo posible de aquel «ser», mientras, el resto de chicas simplemente festejaban en un acto reflejo por no hacerle caso a las arcadas que su cuerpo les provocaba.

    Mientras tanto, el hermano del susodicho al cual le tocó toda la vergüenza que le faltó al nacer a su hermano; Trataba de echar la puerta abajo e impedir que aquel acto inhumano se llevara acabo. Su insistencia fue un fracaso, así que tras aquella aberración, un nutrido grupo de mujeres tuvieron a bien en darle de comer a los peces de la mar.