Esta es parte de mi vida


Vamos a hacer algo novedoso y prácticamente nunca antes visto en la historia de la Bobosfera, vamos a poner en mi diario personal lo que realmente hice ayer durante el día. Este es un ejercicio tan saludable como cualquier otro de ombliguismo, para recordaros a vosotros mismos que cuando se quiere, igual hasta se puede.

Ayer, como todos los días durante la semana, me levanté a las seis y veinte, aunque me desperté sesenta segundos antes de que sonara la alarma de mi teléfno güindous de cien leuros por ese despertador interno e increíble que tengo y que sabe calcular el tiempo con una precisión pasmosa. Lo primero es lo primero, así que me fui directo al TRONO y eché el jiñote y cuando bajé la cisterna pensé que había vuelto a tupir el retrete porque le costó bajar por las cañerías. Después me duché, me vestí y bajé a desayunar con desayuno de pobres, un cruasán de los que hice hace casi dos meses y que aún tengo congelados. Huelga decir que se te pone morcillona cuando comes algo tan exquisito. Acompañé el cruasán con un capuchino épico. Me lavé los dientes y salí a las siete en punto hacia la estación de tren en bicicleta escuchando el audiolibro de The First Fifteen Lives of Harry August. Aparqué mi bicicleta en la zona habitual, recogí dos periódicos gratuitos y bajé al andén de mi tren, el cual salió a su hora, las siete y veinticinco. Llegué a Hilversum a las ocho menos diecinueve, busqué mi cutre-bicicleta en el aparcamiento de la estación y pedaleé los setecientos metros que me separan del trabajo. Le di a la recepcionista un periódico, el otro se lo dejé sobre su mesa a un colega y pasé la mañana pollardeando en la oficina.

A las doce me fui a caminar, solo porque el Moreno estaba trabajando desde su casa. Me acerqué al centro para ir al mercado a comprar castañas, que en Hilversum las venden más baratas (3,95 leuros el kilo) y de mejor calidad que en Utrecht. Por el camino paré en un par de tiendas más y como desde mi oficina hasta el mercado son unos veinte minutos a trote más que ligero, ni de coña podía regresar a tiempo así que aproveché el tren de la una menos catorce para acercarme hasta la oficina e hice los setecientos metros finales andando. Pollardeé durante la tarde y a las cuatro y un segundo dejé la oficina. Tomé el tren de las cuatro y seis minutos y a las cuatro y veinte estaba de regreso en Utrecht. Volví en bicicleta a casa y al llegar, encendí el horno para precalentarlo a ciento ochenta grados y puse a calentar en un caldero el Caldo de millo que iba a cenar y que hice la semana del frenesí del millo, cuando compré como veinte mazorcas y preparé una cantidad dantesca de este plato. Me puse manos a la obra e hice la masa para doce Magdalenas que quería regalar hoy a la gente del grupo de costura de cierta organización que emplea personas con minusvalías y que tenía que visitar hoy para recoger una chaqueta y dos pantalones que me están arreglando. Como estaba de antojo, mientras se horneaban las Magdalenas preparé la masa para unas Snickerdoodles y así de paso me llevo unas cuantas a Estambul, que seguro que la hija del Turco flipa y obliga al padre a invitarme con más frecuencia. En algún momento durante el tiempo que cocinaba pasó el cartero a traerme el regalo de la hija del Turco que compré la noche anterior por Internet.

Después, sobre las seis de la tarde, me afeité y a las seis y media salí por patas en bicicleta a clase de italiano, evitando el centro de la ciudad, en los alrededores del Oudegracht porque si están las tiendas abiertas, aquello es un infierno. En la clase vivimos el drama de los dialectos y sus ventajas para la música Rock. La clase de italiano acabó a las ocho y media y desde allí fui a un supermercado que está en la ruta para aprovisionarme de harina. Llegué a mi casa, volví a encender el horno y preparé doce Magdalenas más, aunque estas las repartiré llevando cuatro conmigo a Estambul, una para la recepcionista de mi empresa sin chocolate ni mermelada de moras, tres para mi mucama y cuatro que he puesto en mi contenedor de almacenaje de productos al vacío producido tras la extracción del aire para tener un desayuno fresco el lunes por la mañana. Hice el reparto de toda la comida en bolsitas, descargué los episodios de las series que estoy siguiendo y después vi el séptimo episodio de la segunda temporada de The Leftovers y el noveno de la primera temporada de Granfathered. En paralelo hice una purriada de ejercicios de italiano en el Duolingo, actividad que también hice durante los dos viajes en tren del día y que hizo que el total de puntos conseguidos ayer fuera de ciento setenta y cinco, aunque solo necesitaba treinta. Leí las cosillas que me interesan y sobre la medianoche me lavaba los dientes, me ponía la férula dental y en menos de ciento ochenta segundos estaba dormido.

Vamos, un día tan soso como otro cualquiera resumido en ochocientas y pico palabras.


3 respuestas a “Esta es parte de mi vida”

  1. Pero no vale, te has dejado lo mas importante, cuanto calculas que podría ser el peso del jiñote en cuestión… 🙂
    Salud

  2. De medio kilo a un kilo puede ser cualquier peso. Más o menos el bracito de un niño chico, pero con buenos huesos y músculos.