Guerra Eterna


? Yo no elegí mi destino. Yo no pedí ser quien soy, no hice nada que no estuviera ya escrito en el Gran Libro y no puedo escapar a esta maldición que ha caído sobre mí. Yo no soy libre ? dijo resignado y sin mirar al otro a la cara. Estaban en una vieja iglesia en algún lugar del centro de Europa, uno de esos edificios pequeños y oscuros casi sin ventanas en los que el aire tiene substancia y los rayos de luz cuando consiguen entrar marcan su traza en el mismo. Un crucifijo carcomido por las termitas descansaba junto al altar de piedra, hecho de una pieza única de roca y basto en su diseño. Parecía frío y poco cristiano y ni siquiera los utensilios del cura distribuidos sobre el mismo conseguían humanizarlo. Unas pocas velas creaban tinieblas en la iglesia y desde una de ellas, a punto de acabarse, salían volutas de humo que buscaban el negro techo para fundirse en ese falso negro y darle algo de brillo. Solo había seis bancos, tres a cada lado, lo que nos da una idea de lo pequeño del lugar. Junto a la entrada principal, la única, una cuerda se bamboleaba cansinamente, esperando que alguien tirara de ella para que la campana solitaria hiciera su trabajo. Solo ellos dos estaban en el recinto sagrado, de pie y en guardia.

Un montón de instantes se encadenaron en un silencio solo roto por el crujir de la cuerda y por los chillidos del viento que llegaban desde la puerta y algún cristal roto en las ventanas. Ambos eran conscientes de lo importante que era aquel encuentro, en la Guerra Eterna jamás se habían parado a hablar, se conocían desde siempre y sin embargo eran unos perfectos desconocidos el uno para el otro. Se acercó a un rincón en el que había una pequeña Virgen y velas apagadas, cogió una de ellas, la encendió y se la puso a la Virgen. Los destellos arrancaban colores gastados de la imagen y lanzaban sombras que parecían volar a su alrededor buscando algo. Se volvieron a mirarse. Ambos estaban cansados. Se acercó al otro y le puso una mano sobre el hombro. Fue un movimiento casual, de amigo, pero él lo rechazó con vehemencia. Sus ojos se cruzaron.

? Yo no puedo cambiar quien soy ? le dijo ? he de seguir hasta el final porque no hay más alternativas. Quiero que lo comprendas.

? No es cierto. En tu interior tienes lo necesario para rebelarte contra tu destino, puedes alzarte de entre los tuyos y alterar la línea que según tú está tan claramente definida. Tiene que salir de tu interior, solo tú puedes hacerlo pero no quiero que me digas que no es posible. Lo es. Mira a tu alrededor. Este mundo cambia constantemente, se salta capítulos que ya estaban escritos y crea otros de los que no sabíamos nada. Mira en tu interior. Tú también cambiaste, en un momento determinado de tu vida abandonaste el sendero y elegiste otra ruta. Ahora puedes volver al camino principal, puedes volver a unirte a nosotros. Nadie te juzgará, no podemos hacerlo porque también nosotros pecamos. Te abrazaré como a un hermano y te protegeré con mi vida si fuera preciso.

Después del vehemente discurso se quedaron mirándose uno al otro, el Bien y el Mal cara a cara. Aunque parecían hermanos y adoptaban formas humanas, no lo eran. Los Soldados de Dios llevan desde siempre en guerra, sin un claro ganador, batallas fratricidas entre dos facciones que quieren al mismo Señor. Ninguno puede explicar por qué su lado es el bueno, por qué ellos deben ganar y los otros merecen la derrota. Su Dios jamás ha expresado preferencia alguna sobre unos u otros. En realidad los dejó a todos de lado y eligió la Tierra, ese planeta en el que a partir de una única célula surgió la vida, se diversificó y con ella llegó el azar y un montón de leyes que cambian con el tiempo y que no parecen tener lógica alguna. Los hombres no son más que un estadio de ese planeta que goza del antojo del Dios de todos, una minúscula y errática etapa que parece abocada al desastre, que culminará con la destrucción completa de la vida en la Tierra o con la consagración de los hombres como los Hijos de Dios. Por eso su guerra es tan estúpida. Ambos han perdido. Han ganado los hombres. Hagan lo que hagan no habrá diferencia, ?l no les prestará atención, no le interesan. En algún momento de la eternidad se cansó de ellos y ni siquiera se dieron cuenta. Tan enfrascados estaban en la Guerra de todas las Guerras, aquella que enfrenta al Bien contra el Mal, los Ángeles contra los Demonios, ángeles todos porque surgieron de una misma raíz.

El ángel miró a su hermano demonio y en sus ojos se podía ver su resolución. Quería que se uniera a él, que cambiara de bando. Quería romper el equilibrio entre los dos grupos. El demonio dejó que lo mirara y mientras pensaba en lo cansado que estaba, en la eternidad que llevaban luchando, saltando de batalla en batalla, siempre vivos, siempre iguales, sin vencedores ni vencidos.

? En el corazón de todo demonio hay un ángel ? insistió ? Vuelve con nosotros, regresa a casa ??

? ¿Por qué? ¿Qué ganaría? ¿Cual es la diferencia entre este o aquel bando? Todos estamos perdiendo o es que no lo puedes ver ? sus preguntas no esperaban respuesta porque ambos saben que no la hay. La luz seguía entrando en la iglesia por las pequeñas ventanas y creaba claros y oscuros unidos por el brillo del polvo en el aire.

? ¿Por qué? Porque perteneces al grupo de los demonios, porque vuestra mera existencia es una aberración hacia Nuestro Señor, porque ?l no está contento con lo que hacéis o cómo lo hacéis. Por eso, porque estáis equivocados y porque hay que restablecer el equilibrio para recuperar su favor. Vuelve con nosotros, por todo esto, si tú lo haces otros te seguirán, serás un ejemplo y quizás consigamos acabar con esta Guerra Eterna ? de nuevo sonaba a gran discurso, a drama épico y tuvo que reconocer que se dejaba llevar por el momento, que le encantaba ese tono melodramático y que él sabía que si triunfaba en su empeño no sería por su palabrería, que el cambio debía venir del demonio.

? Nuestro Dios ya no nos quiere. Ríndete a la realidad. Da igual si volvemos a ser uno, si nos presentamos ante ?l como hermanos. Nos vencieron los humanos y es a ellos contra los que tenemos que luchar, son ellos el enemigo a batir, es lo que ni tú ni tus hermanos angelicales podéis ver ? el demonio también sabía que estos mismos argumentos los llevaban usando desde tiempos inmemoriales y se repetían una y otra vez con la única diferencia del lugar en el que lo hacían. Su guerra se desarrollaba ahora en la Tierra, en el Paraíso de su Dios, en el Edén que surgió de la Vida. Resultaba irónico que todos hubieran acabado allí, en aquel planeta. Para ellos que tenían todo el Universo a su alcance y que podían ir adonde quisieran y terminaron confinados voluntariamente en aquel pequeño lugar, en aquella roca llena de vida mortal.

? Así sea. Vuelve con los tuyos Hermano, regresa con los demonios y sigue desafiando a tu Dios, sigue rompiendo su alma ??

? Adiós Ángel, volveremos a encontrarnos ?? una y otra vez ?? hasta el final de los tiempos.

La pequeña iglesia quedó en silencio, ambas presencias desaparecieron dejando en su lugar un aire frío con un olor dulzón. Unos instantes más tardes se abrió la puerta y entró la primera anciana. Casi era la hora de la misa del domingo, la hora del único servicio semanal que se hacía en aquel lugar dejado de la mano de Dios ??

Cuando escribí la historia sabía que serían dos partes, un juego en el que cuento más o menos lo mismo pero mirándolo desde ángulos distintos. Si te apetece seguir leyendo y quieres ver el otro lado entonces te sugiero que saltes a Corazón de ángel


Una respuesta a “Guerra Eterna”