La casa de la montaña


Cuentan que las luces de la casa se podían ver encendidas en las obscuras noches de invierno, que la gente escuchaba gritos lejanos que provenían del interior del edificio. Muchos en el pueblo juran haber visto esas luces y escuchado los gritos pero lo único cierto es que la casa está abandonada desde hace más de un siglo y se está cayendo a cachos.

Ya nadie sabe muy bien quién vivió allí y los registros del pueblo desaparecieron en alguna de las batallas que sucedieron por aquellos lares durante la segunda Guerra Mundial. Tampoco hubo nunca mucho interés por ocupar el edificio y devolverle algo del esplendor que quizás tuvo en su momento. Está lejos de todo, sin carreteras ni caminos que te acerquen, sin agua en sus alrededores y acompañada por un espeso bosque que parece rodearla aunque no se atreve a tomar posesión del terreno y quizás las vistas serían lo único que animaría a alguien a mudarse allí. Ni siquiera los jóvenes del pueblo subían al lugar. No hablaban de ello pero lo temían.

El día que la caravana de vehículos llegó al pueblo nadie se lo esperaba. Se pararon a comprar algunas provisiones en el lugar. Decían pertenecer a un grupo de meditación y querían perderse en el campo durante una semana, en algún sitio lejos de todos. Las tres horas de caminata les pareció algo bueno ya que así estarían solos. La falta de agua no les importaba, la llevarían con ellos y si necesitaban más mandarían gente al pueblo. Alguien les marcó en un mapa el camino y los vieron subir por la ladera, ayudándose unos a otros y muy decididos.

Esa fue la última vez que se supo de ellos. Fue hace dos semanas. Nunca volvieron a bajar. Y lo malo es que nadie quería subir.

Avisaron a la policía estatal y estos mandaron un equipo de investigadores. Estuvieron merodeando alrededor de los coches de los excursionistas y tomaron muchas notas pero no hicieron ningún esfuerzo por ir tras ellos. Se marcharon prometiendo volver y cuando lo hicieron era otro equipo, más preparados para subir a la montaña. Tenían emisoras y subieron siguiendo el mismo camino. En ese grupo iba yo.

Al salir del pueblo probamos las emisoras y contactamos con nuestros compañeros. Todo iba bien. El día era perfecto para caminar, ni muy frío ni muy caluroso. Llevaba una pequeña mochila con algo de equipamiento médico y agua. Si veíamos algo raro avisaríamos para que manden el helicóptero así que no teníamos que preocuparnos y llevar un exceso de equipo.

Caminar por el monte es siempre agradable, es una actividad que te permite pensar en tus cosas ya que es muy mecánica. De cuando en cuando veíamos aparecer la casa a lo lejos y así sabíamos que la dirección era la correcta. Eso y un GPS que marcaba nuestra posición en unas cartas militares. Tras una hora habíamos recorrido más de la mitad de la distancia y el paisaje comenzaba a cambiar, era más agreste, con menos senderos creados por los animales. Cuando nos metíamos en el bosque caía la temperatura y nos rodeaba una penumbra bastante espesa. Las pinochas cubrían el suelo y a veces tenía que andar con cuidado para no resbalar. En lo alto de los árboles se oía de cuando en cuando un pájaro pero mayormente predominaba el roce de las ramas y las hojas. No había ningún tipo de matojos bajo la cúpula formada por los árboles. Solo veíamos otras plantas en los claros en los que parecían haberse refugiado. Unas zonas extrañas en las que los árboles habían muerto o desaparecido. Algunos de esos claros eran más grandes que los otros y varios parecían recientes.

Mirando hacia la casa me pareció ver luz en una ventana pero la impresión fue muy fugaz y no pude confirmarla. Ya estábamos cerca del lugar y no veíamos ningún rastro de los desaparecidos. Me maravilló el tamaño del edificio. Era más bien una mansión de dos plantas con al menos cinco ventanas por cada lado. Parecía tener una planta cuadrada. No había cristales en las ventanas. Para construirla seguro que subieron todos los materiales con burros o caballos. Las vistas eran preciosas, con todo el valle a sus pies. A lo lejos se podía ver el pueblo y la carretera que llegaba serpenteando al mismo. Nos dividimos en dos equipos. Yo entraría con un compañero en la casa y los otros dos revisarían los alrededores. Nos acercamos al hueco de la puerta, la cual había desaparecido seguramente comida por el tiempo. Encendimos las linternas y entramos cuidadosamente. No había arañas ni rastro de otros animales. ?nicamente el tiempo parecía erosionar el edificio y pequeños montones de polvo se acumulaban en algunos rincones. La casa estaba vacía, sin muebles, sin nada. Una sucesión de habitaciones en muy mal estado y en las que la madera se estaba pudriendo. No nos atrevimos a subir la escalera porque no daba la impresión de aguantar el peso de una persona y en un tramo estaba rota pero allí no había entrado nadie.

La puerta trasera estaba tirada sobre el suelo de la cocina y desde allí se salía a una especie de patio posterior. Allí no había nada. Ni nadie. Avisamos al otro equipo usando las emisoras y ellos tampoco vieron nada. Ni mochilas, ni restos de hogueras o de un campamento. Nada. Allí no había estado nadie en mucho tiempo. No había ni dibujos en las paredes de esos que dejan los jóvenes cuando hacen sus excursiones para fumar y beber escuchando música.

El edificio no parecía tener sótano, al menos no había ninguna entrada. Caminamos por los alrededores y lo único peculiar era la forma en la que la vegetación se detenía en sus alrededores y se negaba a avanzar hacia la casa, como si alguien o algo aún ejerciera de jardinero y no permitiese la invasión de las plantas.

Volvimos hacia el pueblo por otro camino y tampoco encontramos nada que se saliera de lo habitual. En una ocasión escuchamos un grito desgarrado pero pudo ser algún ave. El sonido me puso los pelos de la nuca de punta, parecía una mujer a la que estaban torturando. Seguimos la dirección del ruido pero solo encontramos un claro, una de esas anomalías en el bosque en la que un pequeño matorral estaba comenzando a crecer.

Al final de la tarde estábamos de vuelta al pueblo sin noticias de la gente desaparecida. Dos equipos más de rastreo se unieron a nosotros y en los días siguientes batimos la zona pero nunca encontramos nada. Tras unas semanas las familias de algunos de ellos se llevaron los vehículos. Nunca sabremos qué pasó en aquel lugar o a donde fueron los excursionistas. En el pueblo nadie habla de la casa en lo alto de la montaña. Algo malo vive allí y lo mejor es dejarlo en paz.


6 respuestas a “La casa de la montaña”

  1. He comenzado a leer el relato y me ha dado miedo, se me ha metido el miedo en el cuerpo desde aquello que me contaron de aquella vieja que podía ver (o no) a través de la ventana de aquella casa. Leo este relato mañana cuando haya luz de día. Un besote.