La historia de los Unicejulares


Uno que ha estudiado a los grandes y que se sabe la vida de la Pantoja al dedillo no deja de darle vueltas al cerebelo ni cuando está tirado en la playa, en paños casi menores, con todos sus pelos al sol y por culpa de esos calentones termina pensando en cosas en las que no debería. La semana pasada, mientras sufría una de esas crisis de calma y reconciliación conmigo mismo y mis interioridades miraba yo hacia el horizonte infinito del océano Atlántico y disfrutaba con el batir del mar sobre las rocas de la agreste costa de la Garita cuando la palabra unicejular cruzó mi mente. En aquel instante me compadecía de todos esos pobres y toda esa gentuza a la que Dios ha castigado teniendo un PC y no un MAC y supe que una de mis múltiples misiones en esta vida sería el contar la historia de los unicejulares y hablar por ellos, cual Portavoz de los Muertos en plena faena. Hoy, queridos lectores, ha llegado ese momento.

Los Unicejulares son esos hombres y mujeres de ceja única que todos conocemos y que el gran Dios de los cristianos puso en este mundo por una razón específica. Sin saberlo han formado parte de nuestra historia y desde el comienzo de los tiempos los hemos mirado de reojo y con algo de desconfianza. Son una casta de descastados, gente ingrata y poco cariñosa a la que necesitamos porque su papel es muy necesario. No vamos a ir por todos los periodos históricos porque no acabaríamos nunca pero por ejemplo en el gran Egipto eran los capullos de los sacerdotes, unos cabronazos que jodían al populacho y regulaban las vidas de los demás para mayor gloria del faraón y desespero de la plebe y en esa época gustaban de afeitarse la testa. En su rol procuraban abusar tanto como podían y por ello eran odiados. De su perversa imaginación surgieron ritos que había que seguir para conseguir algo y se reservaban el derecho divino de cambiarlos cuando y como les convenía.

En la Edad Media los teníamos metidos en los monasterios, con ese pelado moldeado con escupidera que hemos visto tantas veces en el cine y copiando sin parar libros y más libros mientras conspiraban, envenenaban y falseaban tanto como hiciera falta. Bajo su abnegada dedicación divina subsistía su Plan Maestro para dominar el mundo y usaron la religión tanto como pudieron.

Saltándonos un par de épocas llegamos a mediados del siglo veinte. Las religiones estaban en declive, su poder menguaba segundo a segundo y hasta la aparición de la informática no encontraron una tabla de salvación a la que agarrarse con fuerza. Según iban pasando los años se fueron haciendo más fuertes, fueron creciendo como grupo, abandonaron sus madrigueras en las que estaban escondidos desde tiempos inmemoriales y sintieron la suficiente confianza para dejarse ver en el mundo exterior. A comienzos de los ochenta ya se oían rumores de su existencia y la gente se preguntaba con curiosidad por ellos y fue a finales de esa década cuando se produjo la gran explosión y saltaron a la palestra.

Los unicejulares se reencarnaron en los informáticos, ese grupo de gente extraña que soluciona vuestros problemas con las diabólicas cajas frente a las que pasamos la mayor parte del día. Pasaron a controlarnos, a dirigirnos, a saber lo que hacemos, con quién, cuando, como y donde y nosotros, almas puras e inocentes, les dimos todo ese poder sin pararnos a pensar en las consecuencias. En cada empresa, en cada colegio, en cada rincón de nuestro mundo surgió un unicejular que supuestamente estaba allí para facilitarnos las cosas. Siempre con su característica ceja única que los identifica, siempre con esas gafas de culo de botella y siempre provocándonos ese desasosiego cuando por desgracia tenemos que tratar con ellos.

Su desvergüenza llegó a tal extremo que nombraron un Sumo Sacerdote y a nosotros nos pareció bien. Crearon su corporación diabólica, esa que ha reglado nuestras vidas con productos raramente innovadores, difíciles de usar, absurdamente adorados por los comemierdas que siempre han pululado por esta tierra y para mayor cachondeo, le pusieron un nombre que da a entender que es una empresa pequeña de software. ?nicamente un pequeño grupo supo ver la amenaza y trataron de contrarestarla con una empresa que tira de la mismísima Biblia para recibir su nombre y que se identifica con ese objeto que nos puso en el camino de la perdición. Los pocos que la seguimos sabemos que nuestro es el Reino y pese a perder esta guerra aún confiamos en ganar la batalla contra el mal.

En este siglo veintiuno en el que nos ha tocado vivir, los unicejulares dominan nuestro mundo con sus sistemas operativos deficientes, sus equipos sin glamour, sus pantallazos azules, sus incomprensibles mensajes de error y su prepotencia a la hora de no permitir la competencia y solo un puñado de bravos guerrilleros sabemos que detrás de cada unicejular lo que se esconde es el mal en su estado más puro. Piensa en ello la próxima vez que te compres un ordenador, decide si quieres recuperar tu libertad o depender de uno de esos unicejulares que disfrazados como amigos se pasan por tu casa día sí y día también para arreglar tu equipo, instalarte ese nuevo software ilegal o configurarte aquello que al parecer tanto necesitas. En el Reverso Luminoso de la Manzana te seguiremos esperando. ¡Abre los ojos!


3 respuestas a “La historia de los Unicejulares”

  1. Jejeje, muy bueno, como siempre!.

    Feliz año (con retraso), que sepas que sigo visitando con la regularidad que la avalancha de trabajo me permite tu blog.

    Un saludo!.

    P.D: Ya tenemos letra en el himno…

  2. Kike, no somos legión pero seguimos creciendo. De los que pasan por aquí regularmente, una gran parte lo hacen desde sus flamantes Mac.

    Atreyu, leí la letra del himno y un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Tendré que estudiar más para sacarme la nacionalidad holandesa ya mismo.