La llave


Ayer comencé mi rutina habitual con un ligero pero significativo cambio. Parece que el invierno ya acabó y volvemos a entrar en el entretiempo entre estaciones, ese en el que no es ni una ni otra y que aquí en Holanda o es como la semana pasada y te caen baldes de agua a trote y moche o el clima es seco como esta semana pero la temperatura oscila entre los tres o cuatro grados por la mañana y los diez a quince por la tarde, con lo que los abrigos de invierno se vuelven (en mi caso) saunas móviles cuando estás volviendo a casa y los llevas puestos. Por eso, desde ayer, cambié a mi maravilloso cortavientos de catorce leuros, que usa para mantenerte caliente la energía que produces cuando pedaleas con la bici y es perfecto para estos entretiempos. El problema es que tiene un bolsillo minúsculo en el pecho y me obliga a usar la cartuchera para el pedazo de teléfono que tengo, ya que lo de llevarlo en el bolsillo no es lo mío. Suma a esto que finalmente me llegó el tarjetero que ha substituido a mi cartera y ayer salía de mi casa antes de las seis y media prácticamente como una nueva versión de mi mismo, el Elegido, the Chosen One, de Uitverkorene, il Scelto. El nuevo tarjetero también ha introducido un nuevo cambio ya que en la otra cartera la tarjeta de transporte público va en una solapa y puedo pasarla por los lectores sin problemas y ahora debo sacar la tarjeta y volverla a guardar y como esa misma tarjeta me vale para el aparcamiento de la bici, en un corto periodo de tiempo la tengo que usar dos veces mientras estoy con la bici en mis manos en una maniobra de la más grandísima dificultad y que aún estoy tratando de optimizar.

Esta semana estoy dejándome llevar en mi casa y salgo relajado para pillar el tren de las menos cuarto o el de las menos catorce, que llegan con un minuto de diferencia y que me permiten seguir hacia Hilversum en el de las menos ocho minutos y en lugar de hacer una contrarreloj hasta el aparcamiento de la estación de tren, tardo dos o tres minutos más y disfruto de la soledad de las calles, sin peatones, sin corredores, sin gente paseando los perros y con el ocasional gato que cuando me ve huye aterrorizado o recibe por primera vez el toque que le doy con la bota si se acerca a mi bici, algo que ya no sucede porque todos los que me puedo cruzar en mi ruta tienen una buena memoria y según me ven, se alejan. Llegué al aparcamiento de la estación, puse mi bicicleta en el estante superior de los aparcamientos, como siempre y en la misma zona que siempre y antes de subir al andén miré si el tren de las menos cuartos traía retraso para si no subir al andén del otro, que es más puntual, como efectivamente sucedió. Después vino la rutina habitual, llegar a la estación de Utrecht Centraal cuatro minutos antes de la salida del segundo tren y cruzar la estación desde el andén veinte hasta el uno usando el túnel del sur. Ya en el tren me dediqué a hacer mis niveles del Duolingo. Cuando llegué a Hilversum, salí del tren, me acerqué al lector para pasar la tarjeta y en ese instante una subrutina cerebral que seguro que estaba a pleno rendimiento se disparó.

¿Dónde está la llave del candado de la bicicleta que dejo en Utrecht? Me llevé la mano al bolsillo en el que la guardo junto con las llaves de la casa y no la encuentro. Saco las llaves para mirar si están mezcladas y no está allí. Por un instante pensé que se me había caído en el tren hasta recordar que voy sentado y de caerse lo habría notado. Era posible que se hubiese caído cuando subía al andén pero tampoco me parecía probable así que la única conclusión válida es que no cerré el candado de la bici y la dejé en la estación, en el aparcamiento vigilado, con la llave colgando del sistema de seguridad. La opción era pillar un tren de vuelta e ir hasta allí o vivir el resto del día sin saber si la bici estaría al regresar o si estaba allí y no tengo la llave. Opté por esto y seguí hacia el trabajo con la bicicleta que tengo en Hilversum.

Por la tarde, salí como siempre a las cuatro menos dieciocho minutos de la oficina, pedaleé hasta la estación, dejé la segunda bicicleta amarrada y a esperar el tren para volver a casa. En Utrecht Centraal hice el cambio de trenes, para el que en el regreso tengo seis minutos y al llegar a la estación de destino, ya desde fuera, por los cristales, vi que mi bicicleta, fácilmente reconocible por las alforjas que lleva en la parte de atrás, seguí en su estante y pude ver que del candado que bloquea la rueda y que en el catálogo español de cierta cadena de deportes francesas llaman wheel lock, con lo que no debe haber palabra en el idioma, la llave seguía puesta. Entré, bajé la bicicleta y fui al empleado para que compruebe que la bici estuvo aparcada por menos de veinticuatro horas y no tenía que pagar nada. En algún lugar muy obscuro y dentro de mi, algo giró y al menos en los próximos días, prestaré más atención hasta que me acostumbre al tarjetero, que ha sido sin lugar a ninguna duda la causa del cambio en mis rutinas, altamente automatizadas. El hecho de que tengo que sacar y guardar la tarjeta de transporte del mismo varias veces cuando estoy aparcando y pensando en subir al andén es lo que provocó el despiste.


8 respuestas a “La llave”

  1. Yo con tan sólo variar el orden de las tareas automatizadas que ejecuto cada día con el piloto automático ya cometo un error seguro. Pensaba que tenías jornada intensiva de 7 horas, de 8h a 15h. Yo este año tengo la jornada intensiva de 7h a 15h y el cambio es brutal!

  2. A mi estas entradas me encantan, le tengo horror al alemán y en cuanto se me olvida algo me pongo a temblar, así que siempre me consuela constatar que tengo mejor memoria que muchos jovenzuelos… 🙂
    Salud

  3. Doverinto, la tengo. De 7 a 15:42 y suelo caminar una hora, aunque solo debería usar 42 minutos para la tarea. Trabajamos 8 horas. Yo también cometo los errores al cambiar la rutina.

    Genín, el año pasado no sucedió pero en años anteriores, a veces cada mes o mes y medio me olvido de las llaves en la cerradura de la puerta de las bicicletas. Por suerte mi jardín está carrado y nadie las ve y mi vecino le mando un mensaje y las recoge.

  4. Más bien al revés, que la mujer de este solo cocina un plato y gracias a mi tiene una dieta variada porque les paso comida con frecuencia.