La llegada de la luz


Recuerdo cuando hasta hace un par de años me gustaba ir a trabajar tarde y llegar a la oficina sobre las nueve y media de la mañana. Mi viaje transcurría en el momento en el que las madres acompañan a los niños al colegio en bicicleta y también cuando las hembras ya talluditas y descartadas por viejas por la secta de los presuntos tocadores de niños iban hacia los institutos en los que probablemente les enseñan algo que les pueda valer en sus años futuros.

Con la llegada de los teléfonos androitotorotas comencé a ir a trabajar temprano, sobre todo porque esas mismas hembras están enganchadas como perras en celo a sus dispositivos de comunicación para pobres y en lugar de prestar atención a la carretera van mirando sus pantallas hasta que se estampan contigo o las atropella un coche. Me cansé de tener que ir con una atención extrema para evitar que uno de esos errores genéticos acabara con mi vida y opté por salir de mi casa a las siete y llegar a la oficina antes de que ellas dejen sus casas.

Gracias a la empresa de los cabezudos-koreanos-de-mierda, esa que copia los teléfonos de las otras y en donde la palabra originalidad brilla por su ausencia los tiempos están volviendo a cambiar y han convencido a las hembras que igual que con las pollas, cuanto más grande es el teléfono más mejor y por eso los hacen del tamaño de iPad mini y ellas los usan para telefonear y como no los pueden agarrar con una mano, ya no pueden mandar mensajes y comprobar el estado de sus doscientas más-mejores-amigas (y de los quince machos que controlan para ver si tienen la oportunidad de ser empaladas) en el CaraCuloLibro. Gracias a esos trastos gigantescos, ahora o ya no van en bicicleta y prefieren la guagua o cuando se ven condenadas a pedalear, se limitan a escuchar música, asumiendo que tengan unos auriculares con un cable lo suficientemente largo para cubrir la distancia desde el bolso en el que guardan el zapatófono hasta sus orejas.

Hasta ayer por la mañana, salía de mi casa en la más absoluta obscuridad y llegaba al trabajo de noche. Así ha sido desde algún momento de octubre y la cosa cambió esta mañana.

El fin de la oscuridad

El fin de la oscuridad, originally uploaded by sulaco_rm.

Por primera vez, el día amaneció poco nuboso y cuando el tren se detuvo en Hilversum alrededor de las ocho menos cuarto, no tuve que usar las luces en la bicicleta, un momento muy especial y entrañable porque supone el primer aviso de que incluso el falso invierno acabará en unas semanas y regresará el calorcito, las terrazas, las chochas en microfalda sin bragas para que les podamos ver el potorro y todas esas cosas que se agrupan bajo un paraguas denominado primavera. Ya estamos ganando dos minutos de luz cada mañana y otros dos minutos de luz cada tarde, lo cual supone una hora adicional de luz cada quince días o dos horas al mes. En menos que nada regresan los días eternos en los que nunca es de noche y los vampiros clásicos estarán bien jodidos. Hoy, once de febrero, hemos tenido el primer aviso, la primavera ya está llegando y con suerte se lleva el otoño monzónico que nos ha castigado durante los últimos seis meses.


5 respuestas a “La llegada de la luz”

  1. Aquí es de día hasta las 19 ya se está notando desde hace días, lo que pasa es que seguimos con un tiempo de mierda, hoy a las l8,30 ya no se veía casi nada, menos mal que el viento es del carajo y mi generador eólico mantiene mis baterías a tope porque lo que son las placas solares no me dan nada de luz y es que no vemos el sol ni de vaina… 🙁
    Salud

  2. Hay que ver cómo se nota ese aumento de luz. De pronto un día te das cuenta que son las siete y aún se ve, milagro, milagro… Qué ganas tenemos todos de primavera. 😉

  3. Muy buena la película. Hoy aunque parezca increíble está despejado, aunque con el temporal de viento previsto (el enésimo) es más que probable que luego se encapote. En mi jardín podría plantar arroz ya que el suelo ya no absorbe el agua.