Las guerras Plof: Un mal comienzo


Una vida tranquila y descansada como la mía puede llevar al descuido y este al olvido y aquel al despiste. Es lo que casi me ha sucedido. Vivía feliz sin recordar que en mis vacaciones en Gran Canaria presencié un suceso espeluznante que merece ser recordado. Pero antes de relatarlo, un aviso institucional:

ATENCI?N: Dadas las carencias lingüísticas de quien esto escribe y su asumida ordinariez y vulgaridad se ruega a los lectores despistados que se detengan en este punto y sigan su camino hacia tierras más propicias.

Ahora que solo hemos quedado unos pocos procedamos a horrorizar a la audiencia con el relato de lo que pasó en la playa de Amadores un día de finales de Agosto.

Como cada mañana llegué temprano para aprovechar el sol mañanero y aparcar de gratis junto a la avenida. Lo hice conduciento mi viejo Mazda 121, el mismo que ha muerto hoy y por el que ruego un minuto de silencio como familiar directo. Pese al disgusto por la muerte de mi coche me trago mi drama interior y escribo estas líneas sin sentidos entre lágrimas de cocodrilo. Vuelvo al asunto. Como siempre me posicioné cerca del final de la playa, en el poco espacio que no está abarrotado de hamacas. Siempre me ha gustado tumbarme en la arena y disfrutar del sol y el calorcito que se transmite a través del suelo. Ese día era viernes y por desgracia era la última vez que visitaba esa playa ya que el domingo volvía a Holanda y el sábado me quedaba en la Garita. En el agua había un parque acuático instalado por la empresa propietaria de Amadores que explotaban con dos magos (en el sentido canario de la palabra, que no es otro que el de campesino inculto) que jamás habían tocado el agua del mar y que lo solucionaban todo a golpe de pito. Por lo que se ve nadie había pedido permisos al ayuntamiento y el concejal había acudido allí a pillar tajada, rectifico, a clausurar el asunto hasta que los papeles estén en regla. Los magos avisaron a sus patronos y allí comenzó una guerra de gritos, amenazas y llamadas de teléfono. Mientras esto sucedía llegó una guagua (vehículo de transporte de masas conocido en otros lugares como autobus) cargada de chiquillos de Mogán o Puerto Rico. Para cualquiera que no haya visto niños del suroeste de Gran Canaria les diré que son como versiones en pequeño de vuestros delincuentes favoritos, hablan a grito pelado, carecen de educación y porque su papá el bestia ese sin estudio que tiene un taxi Mercedes los malcría se creen los dueños del mundo. La mayor parte de ellos nacen con la uniceja, esa marca que los distingue y les garantiza un puesto en el Olimpo de los magos. Hace cuatro años ese grupo habría sido puro y verdadero pero con el fenómeno de la inmigración ILEGAL las islas se han llenado de gentuza que viene de fuera. Entre ellos se podía ver un par de manzanas podridas según unos y ecuatorianos según otros, que la distancia entre los conceptos es cada vez más ínfima.

Los chiquillos tiraron tierra, jodieron al prójimo y patalearon por los alrededores cuando la playa se estaba llenando. Los ecuatorianos se vieron pronto vigilados por un par de individuos maduros de su país, es decir una pareja de ecuatorianos que llegó en un coche y se pusieron bajo una sombrilla. Si alguien hacía una foto de aquella playa y la ponía en un periódico pidiendo a los lectores que señalara lo que estaba fuera de lugar, todo el mundo pondría una cruz sobre los dos ecuatorianos. Ella era modelo tanqueta, de esas con culo tamaño tambor y una falda larga que descubría unas playeras Moisés. Para la parte superior había escogido una prenda de licra dieciocho tallas más pequeña que luchaba valientemente por no reventar ante las ingentes presiones que estaba sufriendo desde aquel cuerpo serrano. La jeta era la habitual en estos casos y para aquellos que no se puedan hacer una idea les sugiero que vayan a cualquier boca de metro en Madrid y sabrán lo que quiero decir. El compañero de la tanqueta era un rústico con botas, pantalones de vestir raídos, camisa de no se sabe muy bien qué y gorro folclórico. Dos de los niños parecían estar emparentados con esta simpática pareja. A todos los chiquillos se les regaló globos y andaban por allí tirándolos y haciendo las típicas chiquilladas. Yo por suerte estaba bien arriba y a salvo de ellos. Como el parque acuático estaba cerrado los chiquillos mataban el aburrimiento entre juegos. Los niños ecuatorianos no se integraban y estaban con sus familiares. Lanzaban tierra alrededor molestando a la gente que estaba allí desde antes que ellos llegaran y los dos adultos les reían las gracias y también tiraban arena. Estamos hablando de turistas que pasaban unos días en las islas y tenían que padecer la falta de educación de esa gente. En un momento determinado la chiquilla que estaba con ellos lanzó el globo, se despreocupó del mismo y el viento lo empujó unas decenas de metros hasta que fue a parar a una jaima de guanches canarios. Un chiquillo de esa familia agarró el globo y lo reventó. La niña ecuatoriana lo descubre y empieza a gritar y señalar hacia el niño. Los adultos saltan como galgos y van corriendo allí a buscar pleito y empiezan a insultar al chiquillo que ha explotado el globo. Era un niño de unos cinco años y quien lo abroncaba estaba bien entrado en la treintena y quizás más, que esta gente a mí me parecen todos igualitos que las momias de Discovery Channel y no sé calcular la edad. Con la bulla salió la madre del niño de la jaima y allí se montó el Belén. La tipa era una jinameña, la expresión máxima de la involución que se ha producido en las Canarias, una poligonera doctorada en la universidad de la vida.

Las poligoneras están equipadas con varios procesadores y despliegan su encanto en cuestión de milésimas de segundo. Fue salir de la tienda y comenzar a gritar:
¡Mira! ¡Puta sudaca de mierda! ¡Qué haces gritándole a mi hijo, hedionda! ¡Te voy a coger y te parto la cara, asquerosa, puta india!
Los ecuatorianos no se esperaban esta bienvenida y trataron de insultar a la jinameña que giró su cabeza hacia la jaima y gritó:
¡Ayose, vete a buscar a tu padre y dile que venga enseguida! – y acto seguido vemos a un chiquillo corriendo por la arena en dirección a los bares.
Los inmigrantes ilegales seguían desplegando su falta de educación, equiparable a la de la mujer que les hacía frente, solo que a ellos no los entendía porque hablan un español raro, al menos para mis exquisitos estándares, que por algo me educaron en colegio público.
¡Vete de esta playa, zorra sudaca, puta mona, que te bajaste del árbol el otro día y te crees que eres la dueña de mi país! ¡Mira, como vuelvas a acercarte a mi hijo te parto la cara hija de puta y te mando de un toletazo directa a la selva de la que te escapaste!
Había una pareja de extranjeros a mi lado y me preguntaron si podía hacerles una traducción simultánea a la que me presté y les dije que les estaba diciendo que ellos eran unas malas personas y que con sus vestidos inadecuados estaban estropeando las vacaciones de bellas personas europeas que habían pagado un dinero por pasar unos días en el paraíso subtropical que son las Canarias. Los extranjeros no estaban muy convencidos de la precisión de mi traducción pero no tenían nada mejor a lo que agarrarse.
Estábamos en esto cuando aparecieron tres poligoneros. El supuesto padre del niño, el Yonatán, tenía un tremendo tatuaje en el brazo que decía amor de madre y que suelen indicar que el que lo porta ha pasado algún periodo encarcelado. Con él venían el tío del niño y el abuelo, ambos con pinta de armario y con bastantes claros entre sus dientes negros. Entre aquellos tres tíos se veía claramente que podían levantar un contenedor sin que se les descolocara una pestaña. Los ecuatorianos en ese momento comenzaron a comprender el gran error que habían cometido metiéndose con aquella tipa. Se les veía asustado y su prepotencia previa había dado paso a un rictus de pavor en sus caras. El mensaje de los hombres fue claro y contundente cuando la Jenny jinameña les explicó la situación:
Como se muevan de debajo de su sombrilla y los vea volver a mirar a mis niños, les parto la columna en cuatro y los mando de vuelta a su mierda de tierra en dos momentos, putos sudacas de mierda. Yo se lo traduje a los extranjeros suavizado diciéndoles que los ha invitado a descansar y tomar el sol y disfrutar de las playas canarias sin molestar a los otros bañistas.

Fue mano de santo. Los ecuatorianos no volvieron a decir esta boca es mía en las dos horas que permanecieron en la playa. La tanqueta nos regaló dos momentos memorables. El primero fue cuando se tumbó y levantó un poco los pies y le pude ver las bragas modelo telón de teatro con mechón negro marcado y lamparón a juego. Vomité junto a mi toballa y aguanté como un campeón. El siguiente momento entrañable vino cuando la tipa sacó un desodorante y se puso desodorante en los sobaquillos y lo mismo hizo su acompañante. No se pusieron bañadores, no se metieron en el agua, no volvieron a mirar atrás en todo el tiempo que pasaron allí y ese enternecedor instante abandonada por Rexona lo recordaré por siempre.

Aquella fue la primera batalla de un enfrentamiento que seguramente tendrá más episodios y yo tuve el inmenso honor y el privilegio de poder presenciarlo.

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7 respuestas a “Las guerras Plof: Un mal comienzo”

  1. Juas, juas que bueeeno!!! XD
    ¿Ves? son este tipo de peripecias las que hacen de este blog un remanso de palabras de plata, y lenguas sin pelo.

    El combate «King Konga Sudaca VS Poligonera Torbellino» hubiese sido tan memorable como ver a Godzilla y Rodán calentándose los costillares en primera línea de playa.

    En fin, coñas aparte, está visto que en España vamos de culo y cuesta abajo… =(

  2. Yo si no viajara a España cada dos o tres meses no podría mantener una bitácora abierta, no tendría el contenido de calidad ínfima necesario para esto, que ser una estrella inMediatica de la blogosfera es muy sufrido. No sé ni para qué me llevo el iPod a la playa si al final me paso el tiempo con las parabólicas buscando conversaciones que fizgonear.

    El momento Rexona sí que me dio vergüenza. Ver esa tía con el desodorante de bola allí dale que te pego sudando como una cochina fue asqueroso.

  3. No hay ciudadano europeo preparado para entender una conversación con un jinameño a menos que haya nacido o se haya criado en las Canarias.

  4. Entre los que me incluyo, pero los jinameños son una raza única y que hay que ver para creer. Crecen respirando el humo de una central eléctrica que les vomita su carga de contaminación directamente encima y entre eso, el clima canario y las alturas a las que se crían porque las torres de edificios allí son de veinte pisos, el resultado es dantesco.