Leche de la mala


Dicen que hombres y mujeres somos muy distintos y tenemos cabezones que funcionan con líneas de pensamiento muy diferenciadas. Mientras las mujeres son capaces de pasar horas pensando en temas diversos y maravillándose con la complejidad del diseño y el color de las ropas, los hombres tenemos una única línea de pensamiento que está directamente relacionada con el sexo. Somos animales sencillos y siempre tenemos en la cabeza alguna variación de lo mismo. Si nos presionan un poco, es probable que hagamos algo de esfuerzo para pensar en otras cosas, pero vamos, no es lo normal.

Hace dos semanas, al llegar a Málaga para pasar el fin de semana, me recibió en el aeropuerto mi amigo Sergio. Después del abrazo y los besos de rigor, caminamos juntos hacia el aparcamiento en el que había dejado su coche. Íbamos hablando y poniéndonos al día después de no habernos visto durante más de un año. Es algo que siempre me maravilla y que sucede con gran rapidez. Nos vemos y en unos instantes el vínculo que nos une se recupera completamente y es como si viviéramos en el mismo barrio y nos viéramos todos los días. Estábamos enzarzados en nuestra charla cuando llegamos al lugar en el que se encuentran las máquinas para pagar el aparcamiento.

Al entrar vemos que junto a una de las máquinas está la CHOCHA DEL MARTES. Una HEMBRA absolutamente perfecta. Alta, rubia y con un 0 por ciento de grasa en un cuerpo modelado por algún equipo de cirujanos con vistas a lograr la máquina ideal. Me recordó a los yogures esos con 0% de grasa que se comen las bostas que pretenden no ganar peso y que complementan dicho yogur con dos cerdos asados y tres kilos de papas fritas. Llevaba unos pantalones que se pegaban a las piernas como una segunda piel y que no dejaban ni una burbuja de aire entre ellos y el cuerpo. Era como una diosa que había descendido al país creador de la Alianza de las Civilizaciones para encandilar hasta al mismísimo Zapatazos, harto de ver esas orcas góticas que le tocaron en la lotería de la vida. Ella era consciente de los cuatro ojos que se clavaron en su culo y aprovechó para agacharse a recoger algo y regalarnos una espléndida visión del mismo. Al llegar a su lado, le sonreímos y mi amigo Sergio se puso a maniobrar en la máquina que estaba junto a la suya. La mujer parecía estar sudando la gota gorda y emitía ruiditos que no se sabe muy bien si eran de estupor o de decepción. Le prestamos atención y vemos que está tratando de meter la tarjeta de crédito para pagar por el mismo lugar por el que se introduce el ticket del aparcamiento. Si la máquina tuviese una sola ranura, esto sería hasta lógico pero cuando tiene dos y una de ellas parpadea como un chiringuito de feria para indicarle que espera con ansiedad el plástico del que se alimenta, la cosa tiene bemoles. La mujer empujaba su tarjeta por el sitio equivocado, uno en el que ni siquiera entraba y parecía inmune a las indicaciones que habían sobre la máquina y al festival luminoso de la segunda ranura. Como somos de natural bondadoso y más cuando se trata de ayudar a una pobre minusválida cerebral con un cuerpazo de toma pan y moja, le indicamos lo que tenía que hacer y se le iluminó una preciosa sonrisa en su cara. La evaluamos por última vez antes de ir a tomar el ascensor.

Lo esperábamos mirándola descaradamente y ella seguía allí, haciendo Dios sabe qué cuando se abrió la puerta del ascensor y sale otra chica, esta más modosita y que obviamente pertenecía a alguno de los clanes de orcos locales. Entramos al ascensor y ella entró de vuelta. Se queda mirando el panel con los botones como maravillada y sin saber que hacer y ejercitamos nuestra bondad absoluta y le preguntamos que a dónde quiere ir. Su destino es SALIDAS, el lugar en donde debería estar la rubia de la máquina ya que esa sí que era una salida de cojones. En el ascensor tenemos un botón con el número 0 y la palabra LLEGADAS en un tipo de letra enorme a su lado, después el botón con el 1, el botón con el 2 y a su lado en letras aún más grandes SALIDAS y el botón con el número 3. Ella mira todo esto y se pregunta a sí misma en donde estarán las SALIDAS. Le decimos que en la segunda planta y entonces pierde unos diez segundos mirando los botones antes de empezar a seguir con el dedo el 0, luego el 1, luego el 2 y luego el 3. Vamos, que a esta si no le dan la paga de subnormal es porque es tonta del bote porque a poco que le llenen los formularios la consigue y seguro que hasta le dan un plus por gilipollas. Nos cansamos de su incapacidad para pulsar el botón y lo hicimos por ella, aunque llegamos tarde porque ya había pulsado el 1 y el 3. Nos miró como si hubiésemos inventado la penicilina, asombrada de toda esa sabiduría que los hombres llevamos en nuestros interiores y que nos permite pulsar el botón de un ascensor en cuestión de milisegundos. El ascensor se paró en la primera planta y continuó su lenta ascensión hasta la segunda, en donde al abrirse le tuvimos que gritar que ahí estaban las SALIDAS para que se fuera. Cuando las puertas se cerraron de nuevos nos miramos y comenzamos a reírnos.

Han pasado dos semanas y todavía cuando me acuerdo me río porque no veas lo mala que tuvo que ser la leche que mamaron esas dos para acabar con los cerebros atrofiados.

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4 respuestas a “Leche de la mala”

  1. Ya, pero al menos la primera estaba buena, la segunda tampoco debia estar mal del todo ya que movisteis un dedo desinteresadamente, claro…jajaja
    Salud