Lefadas corporativas


Como casi todo el mundo, yo también me prostituyo y gracias a esa labor tan lucrativa, todos los meses, unos días antes del final de los mismos, cae una cantidad de guita en mi cuenta bancaria y así no me siento tan mal por vender el usufructo de mi cuerpo a otros durante ocho horas al día. Esta semana, al regresar de las vacaciones, sabía que al encender el ordenador del trabajo, el lunes a las siete de la mañana, algo malo o malísimo me estaría esperando en el correo electrónico. Por suerte, mi portátil se negaba a encenderse y me dio como media hora de libertad, café y tertulia de cafetera, hasta que descubrí que el problema es conocido y que sucede a los portátiles de hache-pé que están enganchados como perras en celo a sus estaciones de acoplamiento. Una vez resuelta la inconveniencia mecánica, miré mi correo y tenía ciento y pico correos inútiles esperándome y entre toda esa marabunda, predominaba un tema, con muchos signos de admiración y color rojo para darle importancia. También vi que me habían arruinado mi mañana de integración en el prostíbulo y me habían puesto una reunión de treinta minutos a las nueve y media, ya que aquí todo quisqui sabe que si intentas encerrarme por un tiempo mayor, me aburro y me voy porque tengo clarísimo que las reuniones de trabajo son también pérdidas de tiempo en el trabajo y yo prefiero perderlo tomando café, charlando o tirando de los mondongos e intentando que me cuelguen hasta las rodillas, que como todo hombre, ha sido mi sueño desde que nací y aún pueden bajar mucho más.

A la hora concretada, entro en la pecera, una de las muchas salas que tenemos con pared de cristal para que todo el mundo te pueda ver. Allí me esperan cuatro pájaros de la empresa, los mismos que se han pegado una semana de jolgorio, alegría y cosa buena mandándose sin descanso correos electrónicos y al parecer, han mantenido al menos dos reuniones al día durante todo ese tiempo, aunque visto que no hay nada solucionado, más bien perdieron el tiempo. En este tipo de eventos corporativos, si los quieres limitar, lo mejor es tirar a matar, acarajotar al enemigo y después neutralizarlo, así que mi primera andanada, ya llevaba bastante metralla:

– Después del jolgorio de la semana pasada, ya tenéis que ser capaces de reconoceros unos a otros solo por el sabor de la lefa, que os habéis pasado la semana comiéndoos las pollas mutuamente – Y observé sus caras mientras el proyectil explotaba y los noqueaba. Tras un rato, uno consiguió recuperarse.

– ¿Por qué lo dices? – me preguntó.

– ¿Por qué? Porque habéis hecho doce reuniones en cinco días laborales, habéis enviado una cantidad dantesca de correos electrónicos y hasta donde yo sé, yo soy el ELEGIDO, la persona que en este prostíbulo define lo que se puede o no se puede hacer en materia de homologación y cumplimiento normativo y en ese tiempo, habéis determinado lo que hay que hacer y la habéis CAGADO – informé.

– Ahora que todos estamos alineados, quiero que sepáis y tengáis claro que lo que no vamos a hacer es chuparnos las pollas unos a otros. Ya sé que eso os mola mazo, pero mejor lo practicáis entre vosotros y asumid que éste cipote no lo cataréis. Si alguno tiene una necesidad imperiosa de lefarse, lo hacéis en la intimidad y guardáis la lefa y la mandáis al país en el que está el golpista ese al que tanto le gusta la crema truscolana, que ya podéis adivinar cual es su ingrediente principal. – aclaré.

– Y en lo relativo al problema, el día que alguno de ustedes realmente trabaje y haga algo con su cerebro y no con su boca, me mandáis la marca y el modelo del producto, yo informo a la fábrica en Asia y así, sin necesidad de chupar pollas, se arregla todo. Y con esto y sin un bizcocho, hasta luego Luuuuuuccccaaaasssss – rematé.

Me sobraron veintipico minutos. Han pasado cuatro días y aún nadie ha elegido el producto alternativo con lo que yo no he podido aún informar y comenzar los cambios en Asia. Ha quedado meridianamente demostrado que la eficiencia no es el punto fuerte de muchos de mis colegas, pero oye, ellos también se prostituyen, su cliente es el mismo que el mío, nos paga a todos muy bien y además, tiene un aire acondicionado delicioso y optimizado exáctamente para el lugar en el edificio en el que yo estoy sentado, ya que al haber sido yo el que se quejó durante años del sistema de acondicionamiento del airote, lo arreglaron para complacerme a mi y ni siquiera tuve que tragar la lefa de otros. Y pronto se van todos de vacaciones y me quedo casi solo en la oficina pasándomelo bien.


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