Los coños al sol


Como en años anteriores en Distorsiones no se considera inaugurada la temporada de primavera hasta que llegan los avistamientos. Por enésimo año relatamos las mismas experiencias que se suceden una y otra vez y que podéis leer en clásicos tan admi rados como Las minifaldas no son para las bicicletas y Primavera nórdica. Huelga decir que esta no es una anotación apta para sensibleros y tiquismiquis. Sugiero a los flojos de corazón que abandonen inmediatamente la lectura y se dedican a menesteres menos traumáticos. Y una vez hecha la advertencia, procedamos.

Ya está aquí. Me habían llegado rumores de su existencia durante mi estancia en Omán, pero fue volver a casa y unos días más tardes comprobarlo por mí mismo. Con los primeros calores sucede lo que todos nos tememos. En estas latitudes los medios de locomoción son otros, las máquinas propulsoras con energía biológica abundan y pasa lo que tiene que pasar. La primavera la sangre altera.

Así que visto que el sol sale por naciente y aprieta aunque no ahoga y que las nubes se tomaron una semana de vacaciones y nos han permitido observar ese azul precioso del cielo nórdico, me planté una tarde con mi amigo el holandés en el centro del pueblo a practicar el sano, honesto y sacrificado oficio de los avistamientos, ese arte milenario en el que el macho atisba buscando visualizar las cavernas del amor.

Lo más importante a la hora de ir de avistamientos es la posición. Un macho en una mala posición es o mariquita o retardado y definitivamente no disfrutará de la experiencia. Hay que colocarse de forma que se maximise la experiencia y a ser posible al sol, que de paso cogemos algo de color y abandonamos este pálido enfermizo que se nos ha quedado después de meses de nubes y oscuridad. Mi amigo el nórdico de esto sabe algo, aunque no lo suficiente y el va a lo cómodo. Un maestro en estas lides es mi amigo el turco, de quien he aprendido todo lo que sé. Así que pese a que él quería sentarse en un pub cerca de la estación de tren, lo obligué a sentarnos en el que se encuentra al lado de la comisaría, por múltiples razones, de las cuales las más importantes son:

  • Tienen más de veinte tipos de cerveza.
  • La primera línea de mesas en la terraza siempre está vacía porque este pub es veinte céntimos más caros que los otros y nosotros nos podemos permitir semejante estipendio.
  • El carril bici en ese sitio es en un único sentido y así es más fácil el sentarnos orientados hacia el lugar de los avistamientos.
  • Las hembras cuando entran en la calle reducen velocidad y los avistamientos son más largos.

Al neerlandés le dolía bastante el segundo punto, el económico, pero después de dos cervezas se olvidó del tema. Una vez en el lugar del crimen y orientados hacia el punto del horizonte por el que se las ve venir, lo demás es pan comido. Ayuda bastante el tener gafas de sol para que no vean como se te salen los ojos de las órbitas, que a veces uno no consigue superar la impresión inicial y se queda con cara de espantado. También ayuda el mantener el vaso de cerveza pegado a los labios, más que nada para que recoja la baba. Después todo es cuestión de suerte y de agilidad visual.

Súbitamente entra una bicicleta en la calle. Uno de esos viejos modelos de abuela, altos y hechos de hierro del de antes, que carecen de frenos de mano y que fuerzan las piernas con su amplitud en el pedaleo. Ella tiene un hilo de sudor perlado en su frente rubia y escaneando su cuerpo cual lector de códigos de barra vemos que su mini-top presenta pequeñas marcas de sudor en las axilas y se ha desplazado perceptiblemente hacia abajo, dejando al descubierto una gran cantidad de carne de pechuga. Ese mini-top rosado bien sudadito si me lo deja lo vendo en ebay y seguro que hay algún japonés que paga sus buenos euros por un tesoro semejante que llevarse a su napia para olerlo con fruición. La escasa prenda no cubre ni por antojo el ombligo, ese pequeño orificio en el que se macera el sudor más sabroso, ese que los entendidos denominan de Gran Reserva. Cuentan algunas leyendas urbanas que el secreto de Chanel no es más que la maceración de fragancias en ombligos de individuas a las que mantiene en las mazmorras de sus factorías. Yo por supuesto me lo creo a pies juntillas.

Nos habíamos quedado en el ombligo y lo mejor está por llegar. Saltamos a las terminaciones inferiores y nos encontramos con unos zapatos abiertos de plataforma que aunque dificultan el pedaleo, dan un aspecto soberbio a la hembra cuando abandona el vehículo de propulsión humana y le permiten bambolearse con desparpajo y mantener la atención de los machos que la rodean, que cruzan dedos y esperan con ansia que caiga para acudir a rescatarla. Semejantes zapatos solo pueden ir sobre la piel desnuda, a la que acarician con su roce. Desde ellos hasta el infinito se abre un inmenso océano de piernas interminables, piernas modeladas por años de ciclismo, piernas que ya no piensan en el movimiento necesario para generar la energia que debidamente encauzada se transformará en movimiento. Seguro que algún ingeniero es capaz de calcular el par y el momento de esos interminables apéndices, pero yo prefiero quedarme con el momento carnaza que sube y que baja, que sube y que baja. Y llegamos al punto de todos los puntos, al lugar de su secreto, a la meca de todas nuestras oraciones. Cubierto por un minúsculo trapito, a ser posible de tela vaquera que es más rígida y tiende a plegarse menos, nos encontramos con ese pequeño tesoro que juega a esconderse, que nos sonríe y seguidamente se oculta timidamente. Estamos hablando, por si aún no os habéis dado cuenta, algo que debería preocuparos y mucho, estamos hablando del chumino, el jardín de su secreto.

Se deberían decretar mil millones de misas por el alma del bendito que inventó estas mini-bragas que se llevan hoy en día y que engañan a sus propietarias pensando que cubren algo. Ese hombre, porque no pudo ser una mujer, merece un altar en cada casa, merece que su nombre sea recordado por miles de generaciones futuras. Gracias a él y a su minúscula prenda, los coños están hoy en día al alcance de cualquier ojo que los sepa buscar. La combinación bicicleta, minifalda vaquera y micro-braga alienta al investigador que sabe apreciar los descubrimientos. Mientras una pierna sube al encuentro del cielo la otra baja y la falda incapaz de ajustarse al cambio, muestra brevemente esa mata de pelo rubio que certifica la autenticidad del descubrimiento. Unos instantes después podemos calibrar la perfección del hallazgo desde otro punto de vista, el que nos da el otro pie al subir y el primero al bajar. Y entre medias, entre medias tenemos ese papayo que se marca sobre esa tela transparente y que resplandece orgulloso enseñando toda su orografía al cartógrafo que sabe apreciarlo.

En fin, que más podemos decir, que ha llegado la primavera y que se declara abierta la temporada de avistamientos.

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