Los de acá


Siguiendo con el relato de mi misera vida, monótona donde las haya, hoy mientras paseaba por los infinitos pasillos de nuestra oficina hablando con el inalámbrico, me cruzó por la cabeza un pensamiento tonto, o más tonto de lo que suele ser habitual por estas orillas. La cosa es que cuando pienso en mis amigos (o las personas a las que otorgo ese dudoso atributo) se pueden dividir en dos grupos. Los amigos de allá, los de España, tienden a ser sedentarios y no mueven mucho el culo. Son gente que alquila un apartamento y se va de vacaciones a la playa o se queda en casa contando las monedas que se han ahorrado al no coger vacaciones. Quizás sea por las circunstancias del país, en donde un título universitario no vale nada y los oficios económicamente rentables son en los que nadie quiere trabajar. La cosa es que cuando miro al otro grupo, al de los amigos de aquí, del centro de Europa, es justo al contrario. Están (estamos) continuamente de gira. Es rara la semana en la que todos coincidimos en suelo holandés. Cruzamos continentes, saltamos océanos, escalamos cimas, buscamos tesoros bajo el mar con el único fin de descubrir el mundo. Esta semana, sin ir más lejos, tengo a una amiga en Sicilia y otro de mis amigos, al que vosotros habéis aprendido a apreciar porque hablo mucho de él, está en Irlanda. La semana pasada otro estaba en Dinamarca (¿o era Suecia?). Nos mandamos correos continuamente y tratamos de cuadrar agendas para vernos pero es casi misión imposible. Creo que dejé de sorprenderme por esto hace mucho. Recibo los correos con las fotos del último viaje, envío los míos y nunca hasta ahora me había planteado que esto no es muy normal, al menos de donde yo vengo. Gracias a todos estos desplazamientos cuento con una ingente cantidad de anécdotas que debidamente alteradas acaban en esta página. A veces nos montamos conferencias telefónicas y hablamos tres o cuatro, porque es la única forma de estar todos juntos, aunque sea solamente de palabra y siempre estamos al quite para comenzar una cadena de correos en las que hay que teclear rápido para que otro no te pise la respuesta. Hablamos dos o tres idiomas distintos, los mezclamos informalmente y hemos acabado por crear nuestra propia jerga, un cóctel de palabras y expresiones con las que definimos estados anímicos, marcamos territorios, juzgamos y condenamos y en definitiva, nos sentimos vivos. En nuestra tribu de apátridas entran y salen personajes de una forma continua. Los abrazamos como hermanos y unos meses más tarde han desaparecido completamente de nuestro universo. Sufrimos, amamos, disfrutamos, reímos y lloramos todos juntos. Al principio pensaba que era una familia virtual, pero no, son parte de mi familia, son mi familia real. Toda esa gente son los que hacen que me sienta vivo. Todos ellos conocen esta página y varios la pasan por google o por yahoo para leerla en inglés, aunque siempre prefieren llamarme y que les cuente las cosas en nuestra propia jerga, ese idioma al que yo llamo distorsio.

Hoy va por ellos, les dedico esta anotación a mi familia de acá, en la que están representados cuatro continentes y gracias a la cual he conseguido pasar estos cinco divertidísimos años. Sin ellos no habría sido posible y gracias a ellos sigo aquí.