Los líos habituales


La semana pasada tenía atada y bien atada mi agenda desde varias semanas antes y en el caso de algunas de las citas, meses. Había quedado para ir a cenar un día con la Chinita, otro día con colegas en el Cartouche, el hogar de las costillas y seguramente el restaurante (o bar con algo de comida) al que he ido más veces en mi vida, incluyendo restaurantes de comida rápida que puedo haber visitado con frecuencia en mis años pre-emigración. Un par de días los tenía reservados para películas y el sábado había quedado con mi amigo Quique, el cual cambiaba de avión en Schiphol, el mejor aeropuerto Europeo, como sabemos todos salvo los truscolanes y se las había apañado para tener siete horas que íbamos a aprovechar y ponernos al día, hablar, comer, hablar y comer aún más. No creo que haya ningún lector hoy en día que recuerde a Quique, así que os diré que es uno de los lectores más antiguos, que se acabó cansando, algo que refuerza mi convencimiento de que me repito más que un político truscolán e incluso hizo un par de viajes conmigo, ya que juntos visitamos por primera vez Praga y también estuve con él en Roma, aparte de ir por Valencia a verlo y recibir una visita suya en Holanda (o varias, aunque en las otras mi casa no ha servido de posada).

Las actividades de la semana se fueron desarrollando según el plan previsto. La semana pasada era relativamente tranquila ya que la zona central de los Países Bajos estaba celebrando las vacaciones de invierno, con lo que no tenía clases de italiano y mi amigo el Rubio y todas su prole andaban esquiando fuera del país. El miércoles saltó la alarma cuando Quique canceló la visita por culpa de un accidente haciendo deporte. De siempre se ha sabido que es mejor no hacer deporte para evitar estas cosas y el suyo lo demuestra. Tuvo que apañar en el último instante un cambio de planes, conseguir a alguien que lo substituyera en el trabajo que iba a hacer y aparte de eso, se cayó la cita del sábado. Como yo soy de natural positivo opté por montarme otro día de pruebas con la receta de los cruasanes, la cual es trabajosa y no termina de salirme bien. El viernes felicitaba al Rubio por su cumpleaños mediante FaceTime, con el en las pistas en las que esquiaba en Austria y una vez más me maravillaba con la tecnología que llevamos en nuestros bolsillos todo el tiempo y en el caso de los pobres y facinerosos en sus bolsos y mochilas ya que no hay manera de meter un zapatófono con androitotorota en el bolsillo, a menos que seas un jugador de la NBA de más de dos metros de altura con unas manos como remos y unos bolsillos como bolsas de supermercado. Mientras hablábamos le comenté que mi cita del sábado se había anulado y que lo vería el domingo para llevar a las Unidades Pequeñas al cine, algo que ya estaba acordado. Al Rubio se le abrieron los cielos al conocer la noticia y en seguida me apuntó para una misión instantánea y terrorífica. Durante la semana habían cambiado el techo de su cocina y tenía una pila de escombros en la puerta de su casa, los cuales había que llevar al centro de reciclaje de su ayuntamiento y solo lo podíamos hacer entre las doce y las cuatro de la tarde, que se corresponden con el horario de apertura de dicho lugar en su villorrio. Quedamos en que movíamos el cine para el sábado y como me conozco al equipo, el sábado por la mañana después de mi momento chocolate con Churros hice un Brownie y rastreé mi congelador y nevera para ver que tenía disponible. Acabé con dos bolsas de pollo korma, un cuarto de tortilla, el Brownie, seis cruasanes de mi intento anterior y el resto de cosillas que me llevo siempre conmigo, aparte de un par de mudas de ropa y unas botas de esas de marinero de luces para trabajar en el jardín, que aquí con las lluvias eternas siempre te mojas.

Después de vernos nos pusimos manos a la obra y nos tomó llenar el remolque que alquiló para su coche cuatro veces para deshacernos de los restos del tejado. En el centro de reciclaje nos explicaron el lugar en el que iba cada producto y tras la primera visita nos convertimos en expertos. En la última nos llevamos a las Unidades Pequeñas y a la Primera Esposa y nos dejaron en el cine, en donde vimos La Lego película – The Lego Movie. Al cine entro como si fuera obeso como muchas de vosotras y vosotros, ya que escondido en el abrigo tengo la pitanza para los chiquillos y así nos ahorramos el sablazo, ya que lo de cobrar precios abusivos por las golosinas en los cines parece universal. Después de la película nos recogió la Primera Esposa y regresamos a la casa. Como yo aportaba la cena, nos dedicamos a jugar y matar el rato y después de cenar celebramos el cumpleaños del Rubio con el Brownie, al que le pusimos unas cuantas velas. Después me obligaron a ver las mil fotos de la semana esquiando y algunos de los vídeos y como se hacía tarde, me quedé a dormir allí, lo cual implicó una ingesta masiva de cerveza. A las ocho de la mañana la más pequeña de las unidades ya estaba preguntándome que cuándo pensaba preparar los Pannenkoeken y a las nueve de la mañana tenía una torre con veintipico y nos sentábamos todos a desayunar. A media mañana regresé a mi casa y al final pasé la tarde del domingo entretenido haciendo los cruasanes y en paralelo preparé un Estofado de carne y cerveza Guinness que hacía tiempo que lo venía diciendo y nunca terminaba de hacerlo. Planeé un fin de semana de un tipo y finalmente resultó otro distinto aunque igual de interesante.

Mientras tanto, una conocida me decía que se pegó los dos días adelantando trabajo. Creo que se lo tomó a mal cuando le dije que probablemente no tiene vida ninguna porque a mí me faltan horas para hacer cosas solo o en compañía de otros y el trabajo se queda en la oficina y de allí no sale de ninguna manera.


10 respuestas a “Los líos habituales”

  1. No me extraña que no te llegue el tiempo, a mi me pasa constantemente y eso que no curro, de hecho ya sabes que suelo bromear diciendo que no entiendo como a la gente le queda tiempo para trabajar 🙂
    Salud

  2. sulaco, aquí puedes entrar al cine con lo que quieras para comer de fuera, no hace falta esconderlo, pero si, lo del sablazo si lo compras dentro, es universal.
    En el cumpleaños de mi hermano hace unos días, le pusimos las velitas a un roscón de reyes que estaba más que de muerte y del que no sobró ni una miga. Si llega a ser tarta, seguro que no tendría tanto éxito.
    Carpe Diem.

  3. Coño, en Canarias tampoco te dejan entrar comida al cine. Galicia debe ser otro universo. Yo siempre llevo mi zumito de los del Lidl, que me salen a menos de 20 céntimos y un paquetito de m&m chiquitito que me venden en otra tienda por cuatro perras gordas. Las cotufas las dejo para cuando me apetece en mi casa y me hago 40 g y no el barreño que te ponen en los cines.

  4. ROSCAS, coño, que se dice ROSCAS, no me uses palabros chicharreros que son cuasi truscoslanes. 😉

  5. Una de las ventajas de ir con la parienta es que si quieres llevar algo de comer al cine, simplemente lo metes en abismo insondable de su bolso y no hay problema. En el improbabilísimo caso de que pretendieran revisárselo sería complicado encontraran nada entre los 2.185 objetos que siempre lleva con ella.

  6. Yo nunca las he llamado roscas, usaba palomitas o palomitas de maíz pero después de mezclarme con venezolanos, comencé a llamarlas cotufas y esa palabra me gusta más.

    Jc, yo uso una mochila pero cuando voy a casa del Rubio básicamente llevo una enorme para la comida y bebida y la dejamos en la casa.

  7. No conocía de lo cotufas, me había despistado la palabrilla, pero hijo es que me canso de sólo leerte, no paras, qué actividad, y yo cada día más floja.

  8. La última vez que fui al cine me compré fuera un barreño de esos de palomitas por la cuarta parte de lo que me cobraban en el cine (5 metros más allá como mucho) y no me pueden decir ni palabra. El tema viene de un héroe que denunció el que, aunque permitieran el acceso con comida y bebida a las salas, solo pudieras comprarlas allí, obstaculizando el libre comercio y la competencia. Así que, o no permiten entrar nada, o si venden palomitas allí y te dejan entrar a las salas con ellas, puedes comprarlas donde te de la gana.

  9. Aquí aplican lo de reservarse el derecho de admisión y con esa norma se saltan la otra. Te devuelven el dinero de la entrada y te mandan a casita. Eso sí, jamás les he visto decirte que abras la mochila, con lo que si lo pasas discretamente no hay problema alguno.

    En lo que son aún más talibanes es en lo referente a la edad. Si una película es para mayores de 12 años e intentas colar a un chaval de 6, no te dejan. Cuando la última de Harry ChapaPotter rechazaban gente a porrillo porque era 12+, algo totalmente comprensible viendo los tetones de la Hermione y como estaba como una perra en celo buscando la manera de clavarse el pincho del Ron.

  10. ¡Horas!…Esas que nos torean, y desaparecen sin permiso. ¡Cómo odio el tiempo!…

    Planear un fin de semana, y que te salga otro distinto…es el pan nuestro de cada día (en mi caso). Claro que también me pasa en el día a día; no hay manera de que consiga hacer lo que me propongo (siempre hay algún cambio imprevisto). Pero, como bien dices, muchísimas veces el cambio no está mal.