Mi vida con un indonesio


La historia de hoy apareció en la lista de distribución de Distorsiones allá por Septiembre del 2002. Es uno de esos cuentos añejos que me gusta volver a leer de vez en cuando.

He tenido un par de semanas de vértigo. Por circunstancias operativas tuve que asilar durante dos semanas a un indonesio en mi casa durante la semana. Esto me ha permitido extender mi universo racista hasta límites francamente insospechados. Cuanta más gente de países exóticos conozco, más tengo claro que como los europeos nada de nada y como los españoles, absolutamente nada superior.

Afronté la llegada del indonesio con resignación. Previamente el mamón, al que no había visto gastarse un duro en mucho tiempo y al que recordaréis por el despliegue de zapatos que posee y que perdió en su totalidad cuando practicamos el Wadlopen nos invitó un día a cenar en Eindhoven, algo que contaré en otra historia. Con ese bagaje, habiéndose gastado algo de dinero en mí, no tenía más remedio que permitirle quedarse en mi casa. Así que el lunes cuando salimos del trabajo, nos venimos a mi apartamento y comenzamos nuestra convivencia.

Lo primero que me extrañó fue lo pequeña que era su mochila si supuestamente se iba a quedar una semana. Yo para cuatro noches necesito:

  • Cuatro calzoncillos
  • Cuatro pares de calcetines
  • Cuatro camisetas más una camisa o cuatro polos de Springfield
  • Un pantalón
  • Un pulóver
  • Un abrigo
  • Un chubasquero
  • Pijama
  • Pasta de dientes, cepillo, férula dental, medicinas para la alergia y el asma (por si acaso), desodorante, crema hidratante, champú, acondicionador
  • Reproductor de MP3, móvil, cargador de móvil, cámara de fotos, libros

… y posiblemente olvido unas cuantas cosas imprescindibles.

En fin, que yo salgo cargado como una mula y este llega a mi casa con una mochila semivacía y tamaño mini. La abre y me da un pasmo de muerte. Sólo traía champú, pasta y cepillo de diente, pijama y una toalla de bidé para secarse en la ducha. La toalla le dije que se la metiera por donde quisiera y que usara una de las que hay en mi casa, que para eso mi madre me ha obligado a tener 6 juegos de toallas todas de tamaño gigante.

Se me puso un mal cuerpo de morirse sólo de pensar que me iba a pedir ropa prestada, que una cosa es la amistad y otra bien distinta es el intercambio de prendas de vestir. Qué equivocado estaba. Cada día cuando llegaba se sacaba los calcetines y los ponía en la escalera extendidos para que se orearan. Al tercer día, el gato de la vecina (los franceses que habían antes de la china) ya no subía a mi casa del tufo que había en la escalera. La camiseta tanto de lo mismo. Se iba al baño, le hacía un CHÁS CHÁS con un poco de agua en los sobacos y la tendía hasta la mañana siguiente. Sobre los calzoncillos no tuve valor para tratar de averiguar que hizo con ellos, pero a mí me picaba todo el cuerpo y no hacía más que pensar en ladillas como gorriones atacándome.

Yo para contrarrestar los olores me dedicaba a cocinar con muchas especias, para matar el tufillo a queso que provocaban los calcetines. Claro, a base de macerarse los dedos con esos calcetines hiperusados, tenía unas uñas como pezuñas de caballo. Es que según salía de mi casa el viernes, todo a la lavadora.

Encima en mi casa es que se oye todo porque las paredes son de madera. Si es que cuando mis vecinos follan yo hago de jurado de Eurovisión y otorgo puntuaciones. Pues este, se metía por la mañana en el baño, encendía el extractor y ni con esas. Joder con las tripas que tiene el hijoputa, si parecía que cada mañana teníamos en mi casa el parto de la burra. De hecho, después de tres días tuvimos que empezar a usar el desatascador porque las cañerías ya no daban para más y la segunda semana tuve que comprar un producto desatascador porque la mierda trancaba todo y mi desatascador ya no movía nada en las cañerías.

A pesar de estos pequeños inconvenientes, he sobrevivido a las dos semanas y ahora aprecio aún más mi origen europeo. Esto me lleva a disertar un poco por el desprecio entre razas. Para el indonesio los chinos son inferiores, los ve como de segunda división. Yo a él lo veo también inferior, así que el chino, si aplicamos la lógica, como que es un bicho ínfimo. Por estas tierras se considera que lo peor del mundo musulmán son los marroquíes y después vienen los turcos. Es decir, que más vale turco que marroquí, pero ambos por debajo de los asiáticos, así que los tendríamos que colocar tras los chinos. Yo, como nunca he terminado de captar el concepto de racismo, pese a que la gente se empeña en ponerme ese adjetivo, tengo amigos turcos, chinos, suecos, indonesios, holandeses, alemanes, españoles, americanos, peruanos, argentinos, belgas, ingleses y posiblemente me deje a alguien atrás. Jamás he tenido problemas con ninguno de ellos.

Uno se termina acostumbrando a todo este baile de costumbres aunque os rogaría que aquellos que vengan a verme, traigan la ropa suficiente, que soy muy aprensivo.


8 respuestas a “Mi vida con un indonesio”

  1. Hubo otro asiático quedandose en mi casa y fue incluso peor, pero esa historia no la pienso contar ya que mi psicoanalista no me lo permite

  2. No es por llevar la contraria, pero en España hay guarros asi o peores. Cuando fui estudiante en Granada, comparti piso con un individuo de un pueblo de la provincia de Cordoba cuya tacañeria le llevaba a hacer cosas como no comprar nunca papel higienico. Cuando mi otro compañero y yo nos hartamos de comprarlo nosotros siempre, decidimos guardarlo bajo llave en nuestro cuarto y solo sacarlo cuando la necesidad lo requeria. No sabemos como lo hizo, pero aguanto mas de una semana sin usar papel hasta que se decidio a comprarlo. Y eso es solo un pequeño ejemplo…

  3. Seguro que en España los hay. Yo por suerte no tuve que vivir en un piso de esos, pero recuerdo la casa de uno de mis amigos, un piso de chicharreros en Las Palmas y aquella cocina tenía animales alucinantes. La raña y la suciedad colgaban de todos lados. Y en otro piso el retrete daba más asco que los baños de los bares a las cuatro de la mañana.

    La cosa es que cuando uno lo vive por una temporada es cuando lo ve claro.

  4. A mi me pasó algo parecido. Fue hace más de 500 años. Estaba tranquilo en casa que queda bien al sur. El muy sucio (guarro) llegó con una banda que eran más sucios (guarros) todavía. Todos juntos formaron una inmundicia (guarrería). !Lo que fue aquello! No solo me llenaron la casa de mierda, sino que también la expandieron por todo el continente. Medias (calcetines), no trajeron ni sucias, y para colmo se llevaron todas las que yo tenía. Estos hombres no tenían rasgos mongoloides, sino más bien ibéricos y arios. Esta gente no me sacó hasta los escarpines mientras impavido yo miraba . Después, con los bolsillos llenos, se fue. Lo busqué durante años y cuando reclamé lo mío, se cagó de risa. Y me dijo quedate con tu guarrería.

  5. Bonita interpretación de la historia, aunque sesgada. Desde siempre unos han pisoteado a otros. En eso no hay nada nuevo. Mira hacia atrás y verás que la historia siempre se repite, con diferentes nombres. Los imperios nacen, crecen y desaparecen. Así sucedió con Egipto, Mesopotamia , Grecia, Cártago, Roma, los Incas, los Maya e incluso el Español. Historias como la que tú cuentas las tienen todos. Hay que superarlo y seguir adelante.

  6. Eres un maldito español apestoso, y racista. LA FAMA DE ESPANA EN AMERICA ES QUE USTEDES NO SE BA?AN! POR SI NO LO SABIAN!

  7. Vaya por Dios. Que venga una putilla cualquiera que vive en el reino unido a llamarme racista manda güevos, cuando está claro quien es la racista por aquí, porque yo, querida meretriz de mierda, tengo amigos de todas las nacionalidades e incluso podría correrme en tu cara, si te pasas por holanda, sin despreciar tu asquerosa jeta por tu raza.

    Así que amiga Rocío Valeri ([email protected]), anda y que te folle un doberman.