Nadador paralimpio


Hay que estar con los amigos a las duras y a las maduras, en los buenos tiempos y en aquellos no tan buenos. Por eso cuando mi amigo holandés me llamó el lunes y me preguntó si quería ir a nadar con él solo podía dar una respuesta. Desde que le comenzaron los problemas de espalda ha pasado por un calvario terrible. Yo y otros hemos hecho lo posible por ayudarlo aunque imagino que la procesión va por dentro. El lunes era un día complicado para mí porque toca cine con otro colega y eso es sagrado. Además ese día ya había quedado para que alguien me pasara información reservada sobre la futura reorganización que ya es imparable y estaba bastante interesado en saber si tengo que liar la manta y buscar trabajo o todavía tendré silla por algún tiempo. No comentaré nada sobre el resultado de esa reunión conspiratoria porque por estas tierras pasan compañeros de empresa a mirar y admirar esas fotos impresionantes que muy de cuando en cuando salen del objetivo de mi cámara.

Volviendo al tema, como el lunes no podía ser entonces quedamos para ir a nadar el martes después del trabajo. Me llevé el bañador en la mochila y listos. Al día siguiente viajaba a la gran Alemania, ese país díscolo al que un vaquero acarajotado y medio gilipollas que malgobierna un país definió como la vieja Europa. A las cinco nos fuimos a casa del colega por una carretera secundaria que cruza entre lagos. El sol está casi tocando el suelo y la atmosfera suda con un rojo tan fuerte que te hace pensar que estás entrando a las mismísimas calderas del infierno, aunque el hielo en los canales tiende a desmentir esta especulación sin sentido. La escena es de esas que te dejan sin aliento.

Recogimos a la hija de mi amigo, pasamos por su casa, agarramos toallas y nos fuimos a la piscina. Al llegar en la recepción nos dicen que estamos equivocados porque nosotros queríamos hacer ir a la sesión en la que se puede nadar en las diferentes calles por libre y ese día, el martes, lo que hay es natación para niños. La mujer mira en internet y nos dice que en ninguna otra piscina de esa ciudad se puede hacer lo que queremos ese día y finalmente optamos por entrar. Pasamos por los vestuarios a cambiarnos, nos damos una duchita de agua caliente que me hizo plantearme la posibilidad de esperarlo allí y finalmente llegamos a la charca cubierta. En total había trece unidades humanas sin contarnos a nosotros dos. Unas cuantas madres con sus hijos y un padre con su hija. Nosotros no pegábamos ni con cola allí, parecíamos dos pervertidos que se habían metido para ver el chiquillería. Como estaba vacía nos pudimos agenciar todo un cuarto de la piscina para nosotros y comenzamos a nadar. La primera ida y vuelta fue de puta madre. En la segunda se me empezaron a cansar unos músculos que parece ser que tengo en los brazos y que se deben usar para ese tipo de actividades deportivas. Cualquiera que me conozca sabe que yo el cabezón lo tengo superdesarrollado y espabilado pero el resto es material de desguace, salvo la barriguilla cervecera que me permitía flotar en el agua cuando nadaba de espaldas.

En la cuarta tanda yo pensé que me moría. Los brazos me daban unos calambres de que te cagas y de no ser porque los pies están acostumbrados al pedaleo y tienen fuerza motriz, me iba directo al fondo. El vigilante de la piscina me miraba alucinando, a mí y a mi amigo que tampoco iba mejor que yo. Parecíamos dos ballenas a punto de irnos para el fondo. Después de un descanso volvimos al tajo e hicimos cuatro piscinas más (ida y vuelta). En la última tanda yo ya no movía una mano pero por lo demás bien, si descontamos que la piscina empezaba a acusar la falta de agua porque yo me la tragaba toda, boqueando al intentar coger aire. Después de un nuevo descanso hicimos dos últimas vueltas. En la final, todos los chiquillos en pie me aplaudían y sus madres aplanaban el agua de la piscina con sus manos para que yo pudiera llegar a buen puerto. El vigilante gritaba algo que imagino eran ánimos. De vez en cuando conseguía sacar la cabeza lo suficiente como para ver que seguía lejos de la meta. Tras mucho esfuerzo y sacrificio llegué y como pude salí del agua. En total fueron diez tandas en la piscina. Toda una odisea que demuestra lo excelente que es mi condición física.

Estuvimos como veinte minutos en las duchas dejando que el agua calentita calentara los músculos. Mientras estábamos en ello aquello se empezó a llenar de ballenatos, de mujeres michelín. Una cosa de mal rollo de la muerte. Salimos escopeteados hacia los vestuarios, plagados de tipas con más barriga que tetas y con unos muslos como sacos de papas que nos miraban lascivamente y que se veía a la legua que si podían nos hacían una encerrona y nos practicaban guarrerías serxuales hasta dejarnos exhaustos. En la recepción preguntamos la razón de tamaña invasión de cachalotes y nos dijeron que a las siete y media comienza la hora de piscina para gordas que quieren perder peso, algo que no consiguen pero al menos simulan hacer ejercicio y matan una hora lejos de la comida.

Como experiencia ha sido mejor de lo que esperábamos y creo que lo vamos a repetir una o dos veces por semana, con lo que espero el recuperar esos músculos perdidos y poder exhibirlos en la playa el verano que viene. Tras el palizón la mujer de mi amigo nos tenía una cena de campeones y unas cuantas cervezas para recuperar líquido, que uno mea mucho mientras nada y eso no es bueno. Pensaba que a la mañana siguiente no podría ni mover los brazos del dolo pero no ha sido tan malo como esperaba. Espero que de esto no se enteren ni el chino ni el turco (ambos fuera del país en este momento) porque me matan. Llevan años tratando de arrastrarme a una de esas piscinas y yo negándome en redondo. Que quede bien claro que esto lo hago porque mi amigo lo necesita, que a mí sólo me hace falta una buena conexión a Internet, calefacción y una cervecita holandesa o belga para ser más feliz que el Pupas.

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4 respuestas a “Nadador paralimpio”

  1. Ni yo me creo lo de las duchas en baños públicos. Desde entonces me pica todo el cuerpo y me veo hongos por todos lados. Y sí, sé nadar aunque con la edad y la sofisticación ha quedado reducido a dos estilos: pa’lante y pa’trás. El primero en braza (o como coño se llame a ese que es una mezcla entre natación canina y esotérica) y la marcha atrás la hago gracias a mis potentes piernas curtidas gracias a la bicicleta.

  2. lo que yo quiero es ver una foto con gorrito de piscina, gafas de piscina y pincita de la nariz a juego, que debes estar ufffffffffffff