No te lo vas a creer


El relato comenzó en Un salto a Gran Canaria algo complicado

Nos habíamos quedado llegando al aeropuerto. Nuestra pequeña y fortuita comunidad creó unos vínculos muy estables y ya que estábamos, decidimos pasar todos juntos el control de seguridad. Recordaréis que éramos cuatro: El Elegido o De Uitverkorene, una señora ya rondando los sesenta que iba a Palma de Mallorca para pasar unos días con su familia y ver a su hijo correr en la maratón que se celebraba allí el domingo pasado y que al parecer estaba vinculada a esa isla ya que su familia tiene al menos tres restaurantes. Una chica joven que se encontraría con una amiga para pasar unos días de sexo, mojitos y música Pop en Palma de Mallorca y finalmente un hombre rapado al cero y que iba a Gran Canaria por tercera vez este año de vacaciones y por cuarta a las Islas Canarias. Al ir a entrar comprobaron nuestras tarjetas de embarque, el tamaño de nuestro equipaje y el peso, como sucede S I E M P R E en el aeropuerto de Eindhoven, algo que ha causado más de un disgusto a esos que tienen un concepto muy ligero del tamaño o el peso del equipaje de mano y que ven como los bloquean y los mandan a facturarlos. En mi caso, yo llevaba menos de cuatro kilos así que la chica me regaló una sonrisa dulzona y seguí adelante. El azar había colocado al otro hombre en primer lugar, a mí en segundo, la señora mayor en tercer lugar y la chica en cuarto. Todos sacamos nuestros dispositivos mágicos y maravillosos, los líquidos, nos quitamos cinturones, chaquetas y demás y lo echamos todo en la máquina esa que tiene una tele y que al parecer es capaz de encontrar cosas no permitidas. La máquina de rayos equis-y-griega y zeta comenzó a tragarse las cosas y de repente se produce un alboroto y vemos como una de las agentes de seguridad corre para agarrar la maleta del chamo. Detienen la cinta y las nuestras quedan atrapadas en sus interiores o en el tubo de plástico que sale de ese trasto y no teníamos posibilidad de recuperarlas.

La chama le pide que abra la maleta y él lo hace, riéndose y tomándoselo a la ligera. ?l le dice que sabe lo que ha visto e intenta sacarlo pero la mujer le pide bruscamente que ponga las manos a la espalda y la deje hacer su trabajo. ?l vuelve a tratar de sacar algo pero la mujer se pone seria y le exige que se deje de milongas y mantenga las manos en su espalda. Ella se lanza a rebuscar en el interior de la pequeña maleta, pescando algo. En el centro, estratégicamente colocado, hay un pañuelo envolviendo algo. Es de esos floreados que yo jamás tendría en mi casa pero bueno, cada loco con su tema. La mujer empieza a desenvolver lo que oculta y cuando lo hace, aparece una taleguilla de cuero con pinchos con un arnés para cubrirse los güevos y la polla y dejar el culete al aire. Seguro que esto tiene un nombre técnico pero como uno no entiende, os tendréis que conformar con mi cutre-descripción. Los pinchos son enormes y la cosa está ligeramente engrasada o al menos rezuma algún tipo de sustancia líquida. Todos estamos en estado de pasmo total, flipando con lo que vemos y mentalmente reubicando al chamo aquel en el Universo de los julandros, ese en el que un ojete es también un orificio de entrada y la gente se sabe de memoria las letras de las canciones de los Village People. La mujer que realizaba el trabajo pone cara de circunstancias y el hombre nos mira y dice: Uuups.

Todavía estamos procesando la información recibida e incluso tensando nuestra capacidad de procesamiento neuronal imaginándonos al chamo con aquello puesto y paseando por la playa de Maspalomas cuando la mujer reacciona y dice que eso no es lo que buscaba. ?l trata de meter la mano para sacar lo que está convencido que provoca el problema pero ella le grita y le dice que las manos a la espalda. Nosotros estamos allí como palmeros, esperando que nos den la entrada para empezar el espectáculo y un poco descolocados. La mujer se lanza de nuevo al interior de la maleta, buscando con manos eficientes algo y hablando con el compañero que miraba la pantalla y que la avisó y preguntándole por el lado en el que había visto el objeto extraño. Pasan los segundos, ella pesca, nosotros miramos y el propietario de la maleta que se está poniendo rojo y como estaba rapado al cero, la cabeza al completo era como una bombilla. La mujer encontró algo, agarró el objeto con contundencia y lo sacó con cara triunfante. No llevaba los guantes de silicona que normalmente usan para ese trabajo y cuando vio lo que tenía en su mano, su cara se transformó lentamente en una de asco. Allí, frente a nosotros, teníamos un consolador metálico enorme, un objeto que brillaba y que ella agarraba como quien sujeta una polla para que no se le escape. A nosotros y a los que esperaban detrás de nosotros se nos ponen los ojos como culos de botella de grandes, la mujer agita aquello como si fuera la varita mágica de Harry chapaPotter y fuera a producir un Expecto Patronum y su legítimo dueño no sabe para donde mirar. Nadie dice nada y todos intentamos que nuestras calenturientas mentes no se imaginen en donde acaba aquel objeto seguramente con cierta frecuencia. Todos damos un paso hacia atrás, tratando de poner algo de distancia y en eso que su dueño se recompone, nos mira con la más inocente de sus miradas y que por más que quisiera no nos iba a convencer y nos dice: ¡Que molestos que son los controles de seguridad en los aeropuertos!.

Ninguno dice nada ya que todavía no nos hemos recuperado. La mujer decide que el espectáculo debe acabar, coge la maleta y se la lleva a un lado, liberando la cinta y nuestras maletas y mochilas comienzan a correr buscando a sus dueños. Recogemos nuestras pertenencias en silencio, abochornados por lo que acabamos de presenciar, ya que no hay nada peor que la vergüenza ajena y seguimos adelante. Un par de minutos más tarde llega sin aliento La GaYoLa, el nuevo nombre que le ha asignado mi malvado cerebro y que parpadea en una burbuja sobre él. Se pone a hablar con nosotros como si no hubiéramos presenciado algo místico e increíble y como nadie sabe qué hacer, seguimos la conversación. Por mi cabeza corren mil preguntas: ¿Quién coño se lleva un consolador de metal en el equipaje de mano? ¿Se lo pondrá junto con el tanga de pinchos? ¿Será un miembro del clero y le gustará tocar niños? ¿Lavará esa cosa después de usarla? ¿Olerá a mierda? ¿Es Maspalomas Sodoma y Mangorra? ¿Sueñan los androides con vibradores de hierro? ¿O quizás de acero esmaltado? ¿Afectará esto a la prima de riesgo? ¿Y a la cuñada?

Pasó el tiempo, siguió la conversación y llamaron para embarcar. Nos despedimos de las dos chamas y se me pegó como una ladilla a un güevo y fuimos al avión juntos. Se sentó a mi lado en el avión y puso la maleta en el compartimiento que estaba sobre mi cabeza. Yo me imaginaba aquella estaca apuntando hacia abajo, sobre mi cráneo, dispuesta a caer en caso de turbulencias y estaba al borde de un ataque de pánico. Estuve por mandarle un mensaje al piloto y pedirle que condujera con cuidado. Cerraron las puertas y ya estábamos listos para salir cuando el piloto nos avisó que no le daban permiso para encender los motores desde España hasta quince minutos más tarde y que la duración del vuelo iba a ser de casi cinco horas, en lugar de las cuatro habituales. Maldije mi mala suerte y me resigné. Dormí en posición de moto aparcada, esa que puso tan de moda la madre del rey cuando la dejaban a la puerta de los saraos. Lo hice por si algo caía desde arriba y así lo más que haría sería golpearme el costado. Aunque el tiempo parecía correr lentamente, de alguna manera y sin ninguna incidencia seria llegamos a Gran Canaria, tras el mercadillo habitual de venta de productos buenos, bonitos, ricos y baratos, únicamente con el retraso por la larguísima duración del vuelo y que nos ahorró la cornetada que dan en los Ryanair cuando aterrizan sin retraso.

Al salir del avión corrí como si fuera la niña re-poseída del exorcista y me estuvieran persiguiendo con un crucifijo para exorcizarme y busqué a mi madre, que me había ido a recoger al aeropuerto. Así, con este suceso que parece sacado de una novela de Tom Sharpe, llegué a Gran Canaria.

El relato continúa en Un regreso primerizo y pionero

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8 respuestas a “No te lo vas a creer”

  1. DIOS!!! hacía mucho tiempo que no me reía tanto con un post, fue como estar allí. Y sería una suerte que fuese yo la que estuviese allí, porque si está mi madre le da un ataque de ansiedad que ni que la maleta fuese suya. Bueníiiiiiiiiiiiisimo!
    PD.- si el consolador brillaba al sacarlo digo yo que estaría limpio, lo del «coso» ese de pinchitos ya no estaría tan segura… arghsh……

  2. ¿Seguro que no había cerca una cámara oculta grabando las caras del resto de los pasajeros? 😉 De todas formas, el hombre tenía razón, en los carteles con la lista de objetos prohibidos creo que no salen ni los consoladores ni los tangas de pinchos…

  3. Jc, no puedo entender como mi inocente botella de agua es un arma terrorista de destrucción masiva y un cilindro metálico que parece la estaca con la que mataron al Conde Drácula es un objeto inocente y típico para llevar cuando viajas. Con esa cosa, igual hace el agujero de un dónut, se lo endiña por el orto o asesina a alguien en el avión.

  4. Por todos los dioses, que panzada de reir, me duele el pecho y la zona del ombligo…jajaja
    ¡Te has superado!
    Salud

  5. Que rápido se les olvida que ésta es la mejor bitácora sin premios en castellano. Que su autor sea un gandul y no haga cosas como esta más a menudo no quiere decir que no sea capaz de desvariar y distorsionar siempre que quiere.