Objetores


Ayer hubo una fuerte perturbación en la Fuerza, una de esas que se notan en todo el mundo y que produce efectos colaterales por todos lados. Por primera vez en la historia del mundo mundial, Waiting, la afamada autora que ya casi nunca escribe en su propia bitácora conoció a el Niño, ese mitológico ser del que muchos dudan su existencia pero que es real, de carne y hueso y de más de un metro noventa de estatura. Ahora el Niño puede fardar con el Rubio porque ambos conocen a otros dos de ese selecto grupo que forman los Cinco.

Lo malo de juntar a la gente es que se terminan conjurando contra uno mismo y estos dos me salieron objetores de amistad y se quejan todo el tiempo de la tensión y el stress que supone el pertenecer a un club en el que no se puede solicitar la entrada y del que se sale por caminos misteriosos y seguramente nada agradables, algo que seguramente podrían confirmar algunos de los que se cayeron del círculo de confianza hace tiempo. Las pretensiones suyas es que los aparte de los Cinco para poder tener una vida normal, así que mejor les mandamos un recado y les informamos que eso no es posible, que igual que uno no elige entrar en el mismo, tampoco puede evitar formar parte del mismo.

Soñar es gratis así que dejémoslos que sueñen. Después de vernos una sesión doble con momento de ninguneo a conciencia entre ambas cuando fuimos al The Three Sister y las cabronas de las camareras se hacen las locas para evitar que pidamos, nos encontramos con er Pisha de Caí y nos fuimos todos a cenar juntos. Al Niño le gustó el lugar y ya lo ha etiquetado como restaurante para citas, lugar para llevar a las hembras y amancebarlas un poco, encandilarlas y asegurarse que queden algo aletargadas antes de lanzarse a fondo y picarlas con su aguijón del amor (versión apta para todos los públicos y abierta a la imaginación de los románticas) o empalarlas hasta los pelos de los güevos (en versión más cercana a la realidad).

En la segunda película que fuimos a ver Waiting tenía sentado al lado suyo a una pareja de terroristas musulmanes de mierda que llevaban escondido en un bolso el cutre-menú del MacDonalds y que se comían en la oscuridad, mordiendo ambos la asquerosa hamburguesa y seguidamente besándose para transferir fluídos de uno al otro. La película tenía un cartel de pibonas del copón, todas de cuerpos cuasi-perfectos y trabajados por grandes cirujanos y la musulmana, con ese bigotón a lo Penelope y esa ceja gorda y continua que le circula desde un lado de la coronilla al otro se terminó mosqueando y forzó a su hombre, ese ser delicado y amoroso que la hace caminar cuatro pasos por detrás de él cargando las bolsa, a marcharse de la película cuando aún no habían pasado ni veinte minutos. El hedor que ambos echaban a comida barata no puede ser descrito y nos queda la satisfacción de saber que reventarán de cáncer algún día y yo miraré hacia el cielo y veré nacer una estrella y me acordaré de esos dos sub-humanos.

Todo esto podría haber configurado un fin de semana bastante completo pero en el mío no fue ni la mitad de la misa ya que el viernes después de salir del trabajo y con la mochila cargando más de once kilos dejé a La Dolorsi en el aparcamiento de bicicletas vigilado de la estación de Utrecht y seguí en tren hasta Woerden en donde me recogió el Rubio para pasar parte del fin de semana con la Primera Familia. Yo llevaba una bolsa llena de Lacitos de hojaldre que no duraron un suspiro y al llegar a la casa tuvimos el reparto formal de regalos, la cena y la sesión de juego con los niños, a los que nos costó un montón meter en la cama. La tertulia acabó cerca de las tres de la mañana y con un montón de litros de cerveza invertidos en nuestras tripas y por la mañana, a las ocho y cuarto, abro los ojos y la hija de mi amigo el Rubio está mirándome con cara de lástima infinita y me pide que prepare Pannenkoeken y ayudado por ella y por su hermano, hicimos el desayuno para todo el mundo mientras el papuchi sobaba como un venado. A las diez de la mañana y con un grado bajo cero, otros seres humanos seguro que se resguardaban del frío mientras yo y el Rubio podábamos los árboles del jardín y recogíamos las ramas que caían sobre el canal helado, con unos escasos dos centímetros de hielo, insuficientes para patinar pero lo bastante gruesos como para aguantar el peso de las ramas que caían. Estuvimos tres horas cortando árboles y generando una montaña enorme que aún no sé como hará el hombre para deshacerse de ella y los dejé comiéndose las diez Magdalenas que les había llevado y que hice la noche anterior.

Volviendo al comienzo de esta anotación, tanto Waiting como el Niño recibieron de regalo Lacitos de hojaldre y Magdalenas y no los vi quejarse ni objetar a la comida.

Tras todas estas boberías, está claro que la vida es comer y disfrutar comiendo y a ser posible, en compañía de la gente a la que quieres, por más que algunos tengan ideas tan absurdas como la de la objeción ?? 


4 respuestas a “Objetores”

  1. Todo el mundo tienen derecho a objetar, y particularmente Waiting tiene derecho a todo lo que le de la real gana…jajaja
    Salud

  2. Eso Genin, OLE OLE OLE asi mismo jajajaja. 🙂
    Sulaco: No te quejes tanto que te queremos igual. A mi lo de estar entre los 5 algo no me gusta, debe ser que vi como terminaron los jackson 5 y me da miedito, pero bueno, la mas negrita del grupo soy yo asi que mejor me dejo de paranoias.
    Besitos!