Del trío que conforma el Círculo de confianza, esos tres amigos en los que confío ciegamente hasta que dejo de confiar, el más lolailo e imprevisible es Sergio. Desde que lo conocí en el año 1992 he orbitado alrededor de su universo o quizás somos como los cometas y nos encontramos de cuando en cuando en la inmensidad del espacio. He estado un número incontable de veces en Málaga para visitarlo e incluso en una ocasión el vino a los Países Bajos con su parienta. Fue en invierno y aunque lo pasaron bien, siempre me dicen que quieren regresar con los niños, forma eufemística de llamar a los dos adolescentes que son sus hijos. La semana pasada yo seguía mi rutina habitual y el lunes me llama Sergio y me pregunta si pueden venir a verme. Supuestamente iban a buscar billetes y después me llamarían y como no sucedió, asumí que como en ocasiones anteriores, su atención se desvió en otra dirección. El martes le pregunto por el güatzap y me dice que no cree que vengan y el miércoles a las cuatro y cuarto, estoy entrando al tren que me llevará a casa cuando me llama y me dice que llegan a la mañana siguiente. A esas alturas yo ya tenía mi fin de semana medio encauzado y tuve que deshacer algunas cosas.
El jueves llegaron a Holanda por la mañana y mientras yo trabajaba, ellos se subían a la capital del país, a Amsterdam a pasar el día y ver cosillas. Por la tarde nos encontrábamos y a partir de ahí comenzó el fin de semana con ellos. Como alquilaron un vehículo, el viernes madrugamos y salimos en dirección a Alkmaar para ver el mercado del queso que sucede en esa ciudad del norte de Holanda los viernes durante un par de horas y solo en el periodo comprendido entre abril y el primer fin de semana de septiembre. Después almorzamos pannenkoeken en esa ciudad y seguimos nuestra ruta hacia Volendam, el pequeño pueblo de pescadores que mantiene todo el encanto de los villorrios de la época del Cuéntame como cagó. Esa tarde/noche estuvimos por Utrecht y cenamos en el épico Oudaen, lugar al que solo llevo a la gente que me gusta.
El sábado tenía un evento que no podía cancelar. La Unidad Pequeña Número 2 de mi amigo el Rubio se examinaba para conseguir su certificado C de natación, el tercero en una serie que te lleva desde la supervivencia a saber nadar. Yo le había prometido al chiquillo que iría a verlo y así, a las ocho y media estaba en camino para Woerden y según los padres, cuando el coche en el que venían llegó a la piscina y me vio sentado en un banco a la entrada jugando con mi dispositivo mágico y maravilloso se le iluminó la cara de la alegría. Cuando se examinó para el certificado «A», el obligatorio, eran más de cien niños. Cuando hizo el examen del certificado «B», eran unos cuarenta y en esta ocasión solo eran nueve. El examen comienza con los niños totalmente vestidos, con zapatos, calcetines, pantalón largo, camisa y chaqueta. Han de saltar al agua y mantenerse durante unos tres minutos a flote (pero sin hacer el Cristo Rey Tocaniños). Después han de nadar de espalda sujetos a una pequeña plancha de corcho durante un par de minutos y finalmente han de ser capaces de salir por sus propios meådios del agua subiendo a una plataforma que hay en la misma. De lo que se trata es de que sepan como se maneja su cuerpo cuando tienen ropa y caen al agua y puedan desenvolverse sin problemas.
El segundo segmento requería diversas pruebas de natación, y entre medias debían pasar por un agujero que estaba a un metro de profundidad y al que llegaban después de ir sumergidos durante diez metros. Además de esto debían nadar con diversos estilos, haciendo un montón de piscinas. En el tercer segmento se centraban en la natación de espalda y en el cuarto y último lucían todos los estilos salvo el Mariponsón en un estallido final que culminaba con música a todo meter y felicitándolos por haber conseguido el certificado. Por supuesto, el Rubio y un servidor hicimos fotos a destajo, vídeos, más fotos y aplaudimos junto con la Primera Esposa y las Unidades Pequeñas número 1 y 3. Al terminar y mientras esperábamos por la ceremonia de entrega de certificados aprovechamos para tomarnos un cafelito los adultos y unas tostadas los niños y para darle mi regalo por haber hecho un gran trabajo. Los chiquillos aprovecharon para convencer a la madre de lo necesario que es que yo los lleve a ver esta semana Verschrikkelijke Ikke 2 o Gru – Mi villano favorito 2, que es el nombre por el que la conocéis muchos. Con una sincronización perfecta, en ese momento apareció Sergio y su familia a recogerme y se produjo un suceso histórico y que de tan improbable, estaba catalogado de imposible. Dos de los tres miembros del Círculo de confianza estrecharon manos y se vieron las caras. Al poco nos separamos y seguí ruta hacia Kinderdijk, ese lugar fascinante con un montón de molinos de viento. Alquilamos bicis y lo recorrimos en las mismas, parando a hacer fotos. Después seguimos la ruta hacia Delft, la ciudad Real por excelencia y allí almorzamos y visitamos el centro de la ciudad. Por la tarde, en lugar de ir a cenar por ahí compramos algo y cenamos en mi jardín y al día siguiente preparé un desayuno holandés con Poffertjes antes de salir hacia Hoge Veluwe, el parque de las bicicletas blancas y el lugar en el que hay un museo de Van Gogh escondido y del que muy pocos turistas saben nada. Hicimos unos treinta y cinco kilómetros a lomos de las bicicletas blancas, ellos vieron el museo mientras yo me relajaba afuera y estuvimos allí todo el día. Esa noche regresamos a cenar al centro de Utrecht y regresamos a mi casa caminando (hasta más o menos la mitad de la distancia, momento en el que tomamos la guagua).
El lunes yo comencé trabajando desde casa y cuando ellos se fueron, fui a trabajar. Fueron unos días intensos y que me dejaron con las reservas energéticas al mínimo, pero mereció la pena y espero que regresen pronto.