Dentro del complejo de edificios de la Alhambra de Granada hay un Parador Nacional, el cual se hizo en un edificio que comenzó su andadura como la casa de algún infante moro y después se reconvirtió en un convento a partir de 1495, el primero que se levantó tras la reconquista de la ciudad. En este mismo edificio llegaron a estar enterrados los Reyes Católicos hasta el 1521. A principios del siglo XIX dejó de ser convento y se usó como cuartel y albergue hasta llegar a parador nacional en 1944. Por este lugar han pasado muchos famosos (pero de los de verdad, no la Princesa del Pueblo y similares) y el edificio es soberbio en su interior y el exterior da una sensación de paz y tranquilidad muy acorde con el lugar.
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El hilo de la mierda
Aquellos que se consideran «habituales» de estas tierras saben perfectamente que el tema secundario más brillante de este cansino mes de agosto ha sido la mierda. Tuvimos algo de mierda en De Bangkok a Utrecht pasando por Viena, seguimos más a fondo con la temática en la fantástica Algo que no se puede creer y la cosa continuó en la asombrosa Un olvido muy desafortunado.
Ahora os llega el turno a vosotros. Nadie puede negar que frecuentemente y quizás incluso con regularidad visita un baño, excusado, retrete o como queráis llamarlo y suelta lastre que no veas o jiña, caga o hace un número 1 según la forma en la que os refiráis al asunto. Ya sabéis lo que hay que hacer. Seguro que tenéis una historia buenísima que queréis contar y en los comentarios lo podéis hacer.
Abriré fuego con un par de sucedidos. De pequeño pasábamos los fines de semana en el campo y en el camping de Tauro, en aquel conocido como el Camping de arriba ya que obviamente estaba el camping de abajo que era el más cercano a la playa. En el de arriba, al otro lado de la carretera general, los baños eran hasta lujosos en comparación con las letrinas que lucía el camping más viejo. Pese a ello, yo no puse nunca mis nalgas en contacto con los retretes, sobre todo porque la limpieza no parecía ser el punto fuerte de los dueños y como me daba cosa, levantaba el asiento y me subía al retrete acuclillándome para aliviarme. Los fines de semana, cuando íbamos allí, yo en algún momento tenía un apretón, cogía el rollo de papel higiénico de la caravana de mis padres y cruzaba todo el camping saludando a la basca ya que todos éramos conocidos y todo el mundo sabía a donde iba y lo que haría. Al disparar desde altura, tenía que apuntar previamente y además procurar que al caer no salpicara, algo que seguramente alguna vez no logré evitar aunque no lo recuerdo especialmente. Lo que sí que recuerdo es un día que estoy algo mal de estómago, me entra un apretón y me voy al baño. Cruzo todo el camping con una sonrisa de esas falsas como las que ponen las folclóricas y manteniendo un paso vivo, subo a la planta alta de los baños ya que allí estaban los retretes, me espero a que uno esté libre, entro, me subo a la taza del baño como siempre solo que esta vez las señales eran más alarmantes, cierro los ojos, me concentro y chás, se montó un escándalo del copón. Tenía diarrea y lo que logré fue pintar los azulejos blancos y el retrete con mierda de la buena. Aquello fue un desastre. El baño quedó impracticable, pero eso sí, yo me alivié enormemente. Después tuve que esperar a que no hubieran moros en la costa, salir sigilosamente, cerrar la puerta y me marché directo a las duchas. Cuando ese mismo día se chismorreaba por el camping lo del cabronazo que había cubierto un retrete de mierda, yo me reía con todos y me asombraba e interiormente daba gracias porque nadie me vio.
Otra pequeña anécdota sucedió en esa misma época pero en el campo. El fin de semana que no íbamos al camping nos íbamos a un pequeño pueblo en la isla y allí tenía un amiguito llamado Juan Carlos que era el hijo de Feluca y que seguramente acabó como criminal de polígono periférico, igual que algunos de sus hermanos. Juan Carlos era de lo malo lo peor y siempre andaba maquinando trastadas. Uno de esos fines de semana, cuando llegamos a la casa el chiquillo iba a todos lados con una caja de galletas de mantequilla danesas, de esas que estaban deliciosas y que la gente solía regalar en las visitas. El chiquillo corría por el barranco, subía la montaña, saltaba, jugaba en el solar lleno de escombros que había delante de su casa y en ningún momento soltaba su caja de galletas danesa ni permitía que nadie viese su contenido, algo que incrementaba proporcionalmente mis ganas de saber lo que había allí dentro. En un momento de despiste, otro de los chiquillos le logró arrebatar la caja y la abrió. Lo que vimos nos dejó aterrorizados. Un pedazo de mierda del copón lleno de lombrices, que se estaban poniendo tibias a comer aquel pedazo de pastel. El que tenía la caja la dejó caer y salimos todos corriendo. Cuando volví a mi casa y se lo conté a mi madre, me tuvo todo el puto fin de semana lavándome las manos con jabón lagarto y espantando a Juan Carlos si se acercaba a la casa y yo creo que hasta controló el retrete para ver si me las había pegado.
La tercera historia tuvo como protagonista a un primo mío. Estábamos en la playa de Puerto Rico bañándonos, disfrutando de la eterna primavera Gran Canaria. En algún momento de esa jornada de asueto a mi primo le dio un apretón y como había que pagar por usar los baños de la playa, mi primo decidió que iba a ser que no. Se alejó de nosotros en el agua y de repente lo vemos como que se ahoga. Se hundía y volvía a aparecer, se hundía y volvía a subir como si lo estuviera atacando un tiburón. Después de una agonía de un par de minutos lo vemos que empieza a chapotear desesperadamente y comienza a huir del lugar. Entonces vemos que su bañador ha quedado atrás, flotando en el agua y cuando se dio cuenta regresó y escapó de la zona lo más rápido que pudo. Medio asfixiado, llegó junto a nosotros después de ponerse el bañador y nos explicó que había jiñado en el agua, algo complicado porque para hacer el esfuerzo tenía que dejar de nadar y por eso parecía que se estaba ahogando pero lo peor fue cuando la mierda salió y con esa maldad tan característica que tiene, en lugar de hundirse subió a la superficie, momento en el que lo vimos chapotear ya que estaba comenzando a verse rodeado y acosado por su propia mierda. Huelga decir que nos estuvimos riendo de él todo el día y llamándolo mierdoso.
Y ahora os llega el turno. Seguro que tenéis algún momento entrañable que queréis compartir …
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Patio de la acequia en el Generalife
De los patios del Generalife, el de la Acequia es el más conocido. Los chorros de agua que se pueden ver si uno se fija con atención se añadieron en el siglo XIX (equis-palito-equis o 19 para los que sufrieron las reformas educativas que asolaron la cultura en España).
Los arcos del muro de la izquierda fueron un aporte de los cristianos una vez echaron a la morisma y esta misma foto, dos milésimas más tarde, tiene la cara de Waiting asomando por el segundo empezando desde la esquina inferior izquierda que jamás llegaréis a ver. El punto de vista fue una volatada por probar algo distinto que no estoy muy seguro que funcione pero que dado que el sol ya machacaba la mitad del jardín con la sombra, al menos permite crear una forma triangular con el azul del cielo señalando hacia el Generalife. Las fotos simétricas tomadas desde el medio del jardín me parecen algo insulsas.
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Secretos
Una de las palabras más pateadas y malentendidas en nuestro idioma es la palabra secreto. El Diccionario de la Lengua Española lo define como cosa que cuidadosamente se tiene reservada y oculta y para aquellos que son lentos de entendederas y no pueden captar el concepto es algo que no sabe ninguna persona que no formara parte del evento a ocultar. Es bien sencillo y debería estar claro y sin embargo, una y otra vez nos encontramos con bosmongolo que corren a contar algo secreto a otras personas y que son tan estúpidos para confiar en que la información no se replique y transmita. En el momento en el que el secreto cruza la línea de las personas involucradas en el mismo y se expande se convierte en un secreto a voces y lo demás es historia.
Esto no viene a cuento de nada pero lo hablaba el otro día con mi amiga Waiting, la cual, al igual que un servidor, entiende que un secreto es algo que te llevas a la tumba y no cuentas a nadie. Lo comentábamos en una conversación en la que salía un montón de gente que te ha revelado esto o aquello. En mis tiempos de instituto y universidad yo era un repositorio de secretos tan grande que a la hora de tratar con la gente tenía que calcular cuidadosamente lo que quería decir para no desvelar información que ya poseía. Era una pesadilla y algo imposible ya que siempre acababa metiendo la pata y largando más de la cuenta. Después opté por una regla más sencilla: si me cuentas algo es porque como mucho se trata de un secreto a voces, o sea, de aquellos que se pueden contar. Si no quieres que lo diga, no me lo cuentes y así te ahorras el disgusto. Cuando transmití la buena nueva a los conocidos y pseudo-amigos que gustaban de esta forma de comunicación que supuestamente no ha de ser comunicada y que acaba en boca y oídos de todos, todos me miraron horrorizados, decidieron dejar de contarme las cosas y yo acabé enterándome de los mismos secretos a través de los canales de chismorreo habituales y además no tenía ninguna obligación de respetarlos y no transmitirlos. De hecho, cuando alguien conoce un secreto camina como si tuviera un petardo en el culo que le hace ir más rápido y prácticamente no respiran hasta que llegan a contártelo. Te dicen que no se lo cuentes a nadie y tú les dices que te la suda y lo vas a contar y eso no los detiene y te lo cuentan. De esto, alguien podría deducir que la mejor manera de mantener un secreto es respetar escrupulosamente la definición y mantener esa información cuidadosamente reservada y oculta pero como ya dije, el concepto nunca ha terminado de cuajar.
Todos mis amigos actuales saben que yo no estoy interesado en sus secretos y que si me los cuentan los haré públicos tan pronto como tenga oportunidad y ganas y además los haré públicos en mi bitácora y por suerte, ni uno solo de ellos ha compartido jamás conmigo alguno de sus secretos. Uno podría llegar a pensar que las relaciones no pueden ser auténticas sin secretos pero lo cierto es que son más saludables y sinceras ya que no hay que esconder ningún trasto en el ático. Tampoco creo necesario conocerlo todo de la gente, me conformo con pasarlo bien durante el tiempo que compartimos.
El domingo hablaba sobre los secretos o más bien la falta de los mismos que tenemos con mi amigo el Niño. Cuando él me contó Algo que no se puede creer sabía que yo lo iba a usar porque es un material explosivo y al confirmarle que finalmente vio la luz aquello que conozco desde hace varios meses, en lugar de poner el grito en el cielo y tacharme de traidor me obligó a traducirle todos los comentarios y contarle mi versión manipulada de la historia. Me ha pedido que aclare que él nunca hubiera obrado en el lugar que todos esperamos ya que no había suficiente presión de agua y no se veía yendo a la cocina a buscar un caldero y que con un bote de champú es muy fácil empujar el asunto hasta que pasa por el sumidero o más o menos, ya que la zona seguía despidiendo un tufillo algo sospechoso cuando se fue. Curiosamente, tengo un montón de historias fantásticas protagonizadas por el Niño que podría contar en cualquier momento pero que no lo hago por aquello de que le tengo un montón de cariño y no quiero dar más información que la estrictamente necesaria sobre él.
En fin, que secretos, lo que se dice secretos, no los hay, ya que cuando se cuentan dejan de serlo y la única manera de mantenerlos es no pensar en ellos y negar su existencia.