No me entra en la cabeza que haya gente dispuesta a salir de casa, coger el coche o la bici o el autobús o caminar, vaya a un restaurante de comida requete-basura y se pida algún sub-producto fabricado en algún lugar recóndito y hasta se justifique a sí mismo por lo difícil que es cocinar y el mucho tiempo que toma cuando hay cosas como los Crostinis con aceitunas y alcaparras que haces en unos pocos minutos y que está delicioso. Tristemente sucede un montón. La foto la vimos por primera vez en diciembre del año 2008 y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
-
De Yangon a Bangkok
El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam
El día que me marchaba de Birmania comenzó con una buena ración de lluvias monzónicas. En Yangon, como en toda Birmania, la electricidad se va continuamente y lo normal es tener varios apagones al día. Las infraestructuras no son capaces de copar ni con la demanda ni con las condiciones extremas a las que están sometidas día tras día. En las habitaciones del Winner Inn tienen linternas con baterías recargables que usas hasta que arrancan sus generadores. Fue poner un pie fuera de la cama y llegó el apagón. Un par de minutos más tarde recuperamos ese intangible elemento tan necesario para nuestras vidas y retomé la rutina mañanera con mis abluciones matutinas y esos instantes en los que tomas las decisiones importantes sentado en el trono o si lo decimos más al estilo de la Isleta, jiñas. Este es un buen momento para repetir algo ya dicho en varias ocasiones anteriormente. Cuando era un infante, a mí me sacabas del retrete de mi casa y yo me trincaba y me volvía un agarrado de cojones y no había manera de soltar lastre. De esa época guardo dos récords históricos: 10 días sin jiñar en un campamento al que fui 20 días (la siguiente fue 10 días más tarde al volver a mi casa, con lo que posiblemente me convertí en campeón europeo) y el otro fue en mi primera visita a Estados Unidos en casa de mi tío. En esa ocasión engordé siete kilos en veintiún días pero durante los siete primeros no obré nada. Llegado el momento del parto (porque fue un parto y creo que el retoño pesó al menos dos kilos) tupí el retrete y no veas la vergüenza que pasé. Ahora, voy dejando la semilla en baños de Yangon, Mandalay, Bagan, el lago Inle o Bangkok sin problemas. Aún me falta mucho para alcanzar los niveles de mi amigo el Turco, que obra cinco veces diarias o del Niño que le va a la saga con cuatro o el Rubio con sus tres veces diarias.
Regresando al viaje y dejando estas historias colaterales que no interesan a nadie, me comí el escaso desayuno y lo completé con un montón de galletas de sésamo. Estas galletas han sido el descubrimiento máximo, saben igual que unas que hacían en una pequeña fabrica que había cerca de la calle Serdeto en la Isleta y que tengo idealizadas en mi memoria. Por desgracia no hay forma de averiguar la receta. Me quedé repantingado en mi habitación hasta las doce, básicamente tocándome los mondongos porque no me quedaba nada interesante que ver en la ciudad. Quince minutos antes del check-out me trajeron la ropa que había dejado para que me la lavaran. Al parecer se les había traspapelado. Me quedé una hora más en el hotel, surfeando un poco con su cutre-conexión a Internet y a la una un taxi me llevó al aeropuerto.
Allí me dijeron que hasta las tres y media no podía cruzar a la «Zona Segura«. Encontré un sitio para sentarme en el que podías apoyar la espalda contra la cristalera y me dediqué a escuchar un audiobook y jugar con el iPad. La terminal internacional tiene DOS puestos para comprar comida y ninguna tienda por fuera de la zona controlada. Además, está dividida en dos, la mitad izquierda es salidas y la mitad derecha es llegadas. Yo estaba sentado justo al empezar las llegadas y la separación es a través de unos cristales enormes por los que puedes ver a la gente al llegar. Comentar también que la cantidad de vuelos internacionales que llegan a Yangon diariamente es de unos diez. Sobre las dos y media de la tarde se comenzó a llenar la zona en donde yo estaba de gente, con niños y todos muy nerviosos, más o menos lo que sucedía en Europa hace veinte años cuando ir al aeropuerto a recoger a alguien era un evento memorable. Efectivamente, un empleado apareció y encendió la escalera mecánica (y yo que pensaba que era de esas con sensores de seres inhumanos) y la plebe se alborotó al máximo. Cuando el primer pasajero apareció fue la locura y les daban unos recibimientos que ya quisieran para ellos los primeros astronautas que fueron a la luna. Después, la gente caminaba en paralelo junto a sus familiares mientras estos pasaban el control de pasaporte y recogían su equipaje. Viendo toda esta ceremonia maté el rato y a las tres y veinte fui a pagar el impuesto de aeropuerto para dejar el país, que vale diez dólares y es el ultimo momento en el que sientes que te están ordeñando. Pasé el control de seguridad con todo en los bolsillos y una botella de un litro de agua en la mano (como debería ser en todos lados) y me acerqué a los mostradores de facturación, lugar en el que los empleados nos hicieron esperar media hora antes de comenzar el proceso.
Ya tenían las tarjetas de embarque de todo el mundo impresas pero como no saben en cual de las tres colas te vas a poner, una vez comienzan hay un mercadeo de tarjetas entre los empleados. Como en Birmania para yodo parece que hace falta un montón de gente, uno hace el embarque y otro le pone la etiqueta de facturación a la maleta. Como siempre, me pusieron diez kilos de peso, una falsedad intolerable porque mi maleta no llega a los nueve.
Fui al baño, en el que lo tenían todo inventariado y un empleado limpiaba detrás de ti (y estaba inmaculado) y después pasé el control de pasaportes, en el que volvieron a hacerme una foto (¡Vete a saber para qué!) y después de eso, unas pocas tiendas que según mi guía de viajes tenían precios abusivos. Me acerco a la primera y alucino en colores, los precios son inferiores a los que me pedían en los mercados y tiendas incluso cuando los mandaba a tomar por culo y comenzaban a rebajar. Me gasté todos los kyats que me quedaban comprando cosillas para la familia y una camiseta, la única que me llevo de Birmania ya que estoy intentando dejar mi adicción a las camisetas y porque tengo una pila de unas treinta sin estrenar ?? y unas sesenta en rotación en mi armario ??
Con los últimos 5000 kyats cené y después bajé a la sala de espera y eché raíces allí hasta que llegó el avión y embarcamos, el cual aterrizó puntualmente. El viaje de vuelta se me pasó en un suspiro y lo más memorable fue ver la Pagoda Shwedagon al despegar en el atardecer, un punto dorado en medio de un universo caótico y algo obscuro. Me llevo muy buenos recuerdos y grandes experiencias de Birmania ??
Aterrizamos diez minutos antes de la hora prevista y al salir pasé el control de pasaportes, recibí mi visa GRATUITA y entré nuevamente en Tailandia. Como viajaba de nuevo por la mañana y aterricé casi a las ocho de la noche, reservé un hotel cerca del aeropuerto y que tenia transporte desde y hacia el mismo. Me acerqué a la zona en la que están los representantes de todos los hoteles y encontré al que me correspondía. Había otra gente esperando pero en mi caso fue llegar y salir. El hotel era el Regent Suvarnabhumi. Me registré, encontré un supermercado cercano en el que repuse las cosas que se me habían acabado durante las dos semanas anteriores y así acabó esta jornada de transición que comenzó en Myanmar y acabó en Tailandia.
El relato continúa en De Bangkok a Koh Samui
-
iPhone 3G blanco enamorado de sus auriculares bluetooth Nokia en el club de las 500
Yo debo ser la única persona en el universo que ha acoplado unos auriculares bluetooth a su mágico teléfono móvil iPhone para ir escuchando la música, los audiolibros y los podcasts sin el engorro y el retraso tecnológico de los ancestrales auriculares tradicionales. O eso o tengo un don increíble para no cruzarme con nadie que los use. Desde que en junio del 2009 escribí la anotación iPhone OS 3.0 en la que vimos por primera vez esta foto, he comprado cuatro auriculares bluetooth más. Dos de ellos son exactamente este mismo modelo, ya que tras un año de uso intensivo los productos Nokia se degradan en exceso y la batería te dura menos que una jiñada. Los otros dos son Philips, algo más grandes y que uso en mi casa, con mi iPad y mi mac mini. Hoy le damos a esta foto la bienvenida al Club de las 500.
-
Finiquitando Yangon
El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam
Como lo de los transportes en Birmania no es muy de fiar, planeé un día extra que me sirviera de colchón por si los planes sufrían algún cambio. Al final todo salió más o menos bien y como llegué el viernes a Yangon y no salía hasta el domingo. El sábado me propuse levantarme tarde pero mi reloj interno parece que no leyó el memorando y a las siete estaba totalmente despierto, así que me puse a ver una peli por la tele para matar tiempo. Bajé a desayunar casi a las nueve y fue lo mismo de siempre, solo que en cantidades menores. El Winner Inn es un negocio de chinos y estos son siempre eficientes y con precios ajustados pero no esperes nada más allá de lo mínimo imprescindible. Tras desayunar cogí la mochila de la cámara, el agua, la guía y me eché a la calle. La Pagoda Shwedagon está relativamente cerca así que fui hasta allí, no para entrar sino para hacer fotos de los accesos y buscar un restaurante que está en mi guía y que la vez anterior no fui capaz de ubicar. Lo encontré y después decidí rodear la Pagoda y ver todos los accesos. En algún momento tomé el desvío equivocado y me perdí, algo que me sucede continuamente pero que no me detiene. Mi incapacidad para orientarme es antológica. Mi amigo el Rubio siempre flipa conmigo porque consigo indicar el camino erróneo sistemáticamente, así que cuando duda, me pregunta y si mi respuesta coincide con lo que él creía, entonces ya sabe que va mal.
Una vez volví a encontrar el camino, enfilé hacia el Museo Nacional de Myanmar, al cual no llegué porque al capullo que hizo la guía de Lonely Planets puso dos números 26 y yo fu al equivocado. Una vez acepté que no fue mi culpa, retomé el paseo y quince minutos más tarde llegaba a la dirección correcta. Esto me sirvió para pasar por delante del recinto ferial en el que se celebraba algún tipo de feria de comida y cosas de los cabezudos de Asia, también conocidos por coreanos o si queremos ser correctos, los cabezudos coreanos de mierda que es como hemos aprendido a despreciarlos todos. Al parecer buscaron figurantes para la feria pero en este país la gente tiene cabezas de tamaño normal y no los barreños de cincuenta litros de los coreanos de mierda así que le pidieron al gobierno Canario que les cediera los Papahuevos cabezudos de la Palma.
En la puerta del Museo Nacional unos cuantos ladillas que quieren hacerte de guías. Los ninguneé y me mantuve con los auriculares puestos haciendo como que no escuchaba sus «jelou«. En la entrada me obligaron a dejar la cámara, el teléfono y todo salvo el dinero y el pasaporte en una taquilla. El precio para los extranjeros son 5 dólares. El museo tiene cuatro plantas pero básicamente las dos inferiores son las interesantes. Primero te presentan los distintos alfabetos de los idiomas bárbaros locales a lo largo de la historia, algunos documentos y escritos y después viene la joya de la colección, uno de los ocho tronos que tenia el palacio real de Mandalay, de 9 metros de alto. El que sobrevivió a la destrucción es el Sihasana, el Trono León. Es como una puerta enorme forrada en oro a la que se asomaba el Rey, supongo que para trabajar si es que existe un rey en el universo que alguna vez haya trabajado (y aquí agitar manos como Karate Kid cuando limpiaba cristales no lo aceptamos como trabajar ??) hay algunos otros tesoros como las camas de las Reinas incrustadas en joyas, palanquines, sillas hechas de marfil y una manta de plata, así como parafernalia para crear hogar en oro macizo y pedrería. Toda esta exhibición, absolutamente apabullante, la vez en penumbras porque al parecer no les llega para encender la luz. Una de las plantas que sobran tiene pinturas que dan lastima y están a oscuras y en otras hay unos cuantos Budas que se trajeron de Bagan. El museo me tomó más de dos horas y cuando acabé, fui al baño exclusivo para extranjeros a echarme un pis, ya que la botella de agua si me la dejaron y me bebí un litro. Como lo indicaban tan claramente yo me lo imaginaba con unas ninfas increíblemente eróticas que te la sacuden tres veces y ni una más cuando acabas y te hacen un baile de esos típicos agitando las manos que te la pone garrula. Esa era mi imaginación. La realidad era más cruda, con una de las paredes de la que se estaban cayendo los azulejos de baño barato, uno de los urinales con problemas de fontanería y los otros dos con un hedor insoportable y sin rastro de las ninfas.
Al dejar el museo bajé por la carretera Pyay hasta llegar a la calle Strand, la cual va paralela a la ribera del río. No creo que quede un solo taxista en Yangon que no me haya pitado tratando de llamar mi atención y que use su vehículo y muchos hasta se han detenido. Espero que hayan aprendido a disfrutar de su desengaño con mi negativa.
Por la calle Strand llegué hasta el templo chino Kheng Hock Keong, el más grande de Yangon (de los chinos). El templo tiene más de cien años y lo que más me gusta es que en los templos chinos no hay que quitarse los zapatos. Dentro el incienso a porrillo, las velas y los pájaros que la gente compra afuera, libera con sus oraciones o peticiones ya que DIOS NO EXISTE y como el vendedor les ha recortado las plumas de las alas, los pájaros no irán muy lejos y cuando los niños los atrapan, los vuelven a vender. Desde allí navegué sin rumbo fijo por Chinatown dejando que todos mis sentidos disfruten de la experiencia. Pasé por el mercado Theingyi Zei y quizás sea por todo lo que he visto hasta este momento en Birmania pero no me llamó demasiado la atención.
Pasé por delante de un restaurante hindú en el que quería almorzar algo pero después de ver sonarse al cocinero sobre uno de los calderos con curry, desistí. Opté por ir a la zona del mercado Bogyoke Aung San y se me antojó algo más occidental ya que dos semanas de comidas birmanas, chinas y tailandesas comenzaban a pasar factura. Entré en el legendario clon Tokyo Fried Chicken y me comí un menú por menos de dos euros. Después visité el mercado, compré un par de recuerdos y conseguí esquivar a todos los que te ofrecen cambiar dólares y a los que te quieren vender pinturas para colgar en las paredes de tu casa. Repito por enésima vez que en mi casa solo hay una cosa colgada en una pared y es la tele y a menos que me posean los de raticulín, seguirá siendo así durante mucho tiempo.
Después tomé un taxi para volver al hotel y recogerme hasta el atardecer, cuando tenia planes para ir por segunda vez a la Pagoda Shwedagon con el trípode y el filtro ND y hacer algunas fotos más.
A las cinco comenzó a diluviar y me temí lo peor, ya que el día anterior no paró hasta las nueve. Sin embargo, en esta ocasión mi Ángel de la guarda parece que estaba al loro y dejó de llover a las seis menos cuarto y a las seis, bajaba por la calle saltando sobre ríos de agua en dirección a la Pagoda Shwedagon. Conseguí llegar sin resbalarme y eso que tenia las cholas Moisés y entré por la puerta Norte (o eso creo), una con una gran escalera llena de tiendas y sin ascensor. O mi Ángel de la guarda decidió sorprenderme o fue mi día de suerte pero los de control de extranjeros no estaban en su sitio y me ahorré los 5 dólares. Las sanguijuelas que pretenden que les dejes los zapatos para cuidártelo me gritaron pero les hice la señal del pajarito, saqué la bolsa Xenos que llevo enganchada a mi bolsa de la cámara, eché en su interior las Moisés y seguí adelante. Las siguientes dos horas hice algunas fotos con el trípode, el filtro y sin el filtro. Intenté conseguir tiempos de exposición de 30 segundos para borrar a la gente y por lo que he visto, hay alguna chula. Cerca de las ocho recogí los bártulos y me fui a cenar al Tailandés que ojeé por la mañana. Me pedí una sopa y unos langostinos casi tan grandes como seres humanos pero como los asiáticos no entienden el concepto de servir primero la sopa y después lo otro, me lo trajeron todo a la vez. Después de cenar caminé de vuelta al hotel, un paseo de cinco minutos que el único problema que tiene es que no hay alumbrado publico pero bueno, llegué bien y así acabó mi último día en Yangon ya que al día siguiente salía para Tailandia.
El relato continúa en De Yangon a Bangkok