Una vista desde la colina de Penang de la ciudad de George Town. La ciudad tiene unos cuatrocientos mil habitantes y se fundó a finales del siglo XVIII. El casco antiguo ha sido declarado patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO. La parte más bonita de la ciudad da hacia el mar, entre callejuelas con edificios viejos que parecen estar a punto de desplomarse. El tráfico en esta ciudad es una pesadilla, con calles en las que los coches parecen no moverse mientras las bicicletas y motocicletas serpentean entre ellos.
-
El regalo del mes de febrero
Le estoy cogiendo el gusto a esto de mandar postales únicas e irrepetibles y para este mes de febrero tenemos otra de las fotos del año pasado que están en mi lista de favoritas y uno de los fondos de escritorio que más me gustan para mi ordenador en la oficina.
Durante el mes de febrero, los diez primeros que la pidan conseguirán una postal con esta foto. Para ello, tendrán que solicitarlo en los comentarios de esta anotación y usar una dirección de correo electrónico válida para poder contactar con los ganadores a final de mes y pedirles una dirección postal auténtica y verídica a la que les enviaré la postal. Recuerdo a todos que yo no almaceno los nombres ni las direcciones y por ello los pido una y otra vez.
El lugar de la imagen está a unos cinco minutos en bicicleta de mi casa y junto al Amsterdamrijnkanaal, el trocito del río Rin que discurre poco menos que al lado de mi casa.
-
El puente de Penang
Desde lo alto de la colina de Penang se puede ver claramente el puente de Penang (Jambatan Pulau Pinang) como un enorme cordón umbilical que conecta la isla con la península. Se abrió al tráfico en 1985 y hay que pagar peaje para cruzarlo, lo cual no evita que en el mismo haya un eterno atasco de tráfico prácticamente las veinticuatro horas del día. El puente tiene unos trece kilómetros y medio de largo. Cuando yo lo crucé, nos tomó cerca de una hora. Es uno de los puentes más largos del mundo y definitivamente el más largo de Malasia.
-
La hija pródiga
Los expertos en mi vida y milagros recordarán que en diciembre comenté como de pasada en la anotación El temporal de este fin de semana en Europa que me habían robado una de mis bicicletas en la estación de Utrecht. Me fui de vacaciones a Gran Canaria, regresé y no le di más importancia. A todo el mundo le han robado una bici en este país, no es algo fuera de lo corriente.
El 13 de enero la Chinita me invitó a cenar a su casa en un día terrible y en el que llovió lo que no está escrito. Después de cenar, regresé pronto y fui caminando a la estación de Soestdijk, la cual está a unos diez minutos de su casa. El tren iba prácticamente vacío y me dediqué a jugar con mi iPhone. En ese momento, en algún lugar de mi cabeza, una idea que había estado durmiendo durante semanas se despertó. Yo siempre aparco las bicis en la estación en el mismo sitio, soy un animal de costumbres fijas y para no tener que buscarlas, las pongo en una zona determinada. Sin embargo, hubo un día en el que cambié el lugar porque los alrededores de la estación estaban abarrotados de bicicletas. La idea parpadeaba en mi cabeza con un mensaje muy sencillo: ¿Y si el día que la aparqué en el otro lugar fue el día que me la robaron? Casualmente ese día había dejado mi otra bicicleta en el aparcamiento vigilado y para ir hasta el mismo podía ir por la ruta en la que podía estar mi bici. Salí de la estación, comencé a andar y la segunda bicicleta de esa tira era la mía. Estaba allí, con su cadena, sus lucecitas diminutas, esperando a que yo la recogiera y la volviera a llevar a casa.
Cuando me la robaron pensé en tirar la llave del candado pero al final algo me detuvo y simplemente la dejé sobre la cama del dormitorio de invitados. Esa noche al volver a casa me la eché en el bolsillo y el sábado por la tarde, después de volver de casa de mi amigo el Rubio la recogí y volví con ella a mi casa.
La hija pródiga es una Kopra de Luxe que compré por veinticinco euros a finales del año 2005. El candado me lo regaló el Rubio y en los cinco años que ha estado conmigo, además de arreglarle un pinchazo y cambiar el neumático delantero y el trasero, no me ha dado ningún problema. Es una bicicleta lo suficientemente ordinaria para pasar desapercibida a los ojos de los drogadictos que roban bicis para poder pagarse la dosis diaria.
Hasta hoy, esta bicicleta no tenía nombre y junto con su compañera, las llamaba indistintamente Mili y Vanili pero ahora que me ha demostrado el mucho aprecio que me tiene y que ha regresado conmigo, la conoceremos como la hija pródiga.