Después de algo más de una semana, llegó la hora de regresar a ese lugar que llamo MI CASA y que no es otro que los Países Bajos. El día anterior intenté hacer la facturación online pero parece que la Gran Red a la que estamos continuamente conectados ya seamos niños, jóvenes o ancianos no concibe el que alguien quiera facturar en un vuelo que sale desde el aeropuerto de Gran Canaria y que tras un transbordo en Madrid, tenga como destino final el aeropuerto de Schiphol al sur de Amsterdam. Me tuve que resignar a hacer esa tediosa tarea en el aeropuerto y sufrir las colas.
Me levanté mucho antes de la hora prevista para despedirme de mi tío y su esposa, los cuales coincidieron conmigo en Gran Canaria e iban ese día a visitar el Chicharro, esa isla que ni es GRANDE ni nunca lo será. Como me desvelé y no podía seguir durmiendo, aproveché para instalar en el iPad de mi madre una aplicación llamada Stanza para leer libros electrónicos (desconozco si existe una palabra mejor para referirnos en español a los ?ebooks?? o si debería escribirlo como ibuc, siguiendo la regla de escribir como se pronuncia). También le instalé el maravilloso Dropbox que te da una parcelita en la Gran Nube para guardar tus cosillas y que gracias a su función de exportar me permitirá suministrarle las lecturas a mi madre sin grandes problemas. Leer libros, jugar, escribir correos electrónicos, recibir videoconferencias, ver vídeos, navegar por la red o escuchar música son algunas de las cosas que desde hace medio año y sin ningún entrenamiento previo ha aprendido a hacer y todo eso gracias a la tecnología que la empresa de la manzana, Apple, ha puesto en nuestras manos. Hubo un momento en estos días en el que en la misma casa coincidían dos iPad, un Apple tv, dos iPhone 3G, un iPhone 4 y dos iPod touch lo cual parece confirmar el bando que hemos tomado en mi familia.
Retornando al relato, expliqué a mi madre el funcionamiento de los nuevos programas y salí hacia el aeropuerto a las ocho de la mañana. Al llegar me puse en una de las colas y observé como el jeta de turno se hacía un Lina Morgan y trataba de facturar en el mostrador de clase Preferente sin tener ese tipo de billetes. Cuando la empleada los obligó a retirar su equipaje de la cinta y hacer la cola de los pobres me reí un rato y más porque inmediatamente la chica me llamó a mí y facturé mis veintidós kilos de comida y el nuevo sartén para hacer tortillas de la marca San Ignacio que le voy a regalar a mis vecinos. Atrás quedó casi toda la ropa que llevé conmigo desde Holanda ya que estoy limpiando el armario y en todos mis viajes del mes de diciembre me he deshecho de un montón de camisetas, calcetines y calzoncillos con al menos cinco años de uso y gracias a las tiendas online de Esprit y Wefashion ahora parezco el Chamo Manué y voy siempre emperifollado y a la última.
Me asignaron un asiento junto al motor. Me asombra como cada compañía aérea tiende a ubicarme en la misma zona. A los de Vueling les fascina ponerme en la penúltima fila y a los de Skyteam controlando los motores. Pasé el control de seguridad en el que por segunda vez en mi vida mis botas Lowa no dieron problemas y desayuné en uno de los locales del aeropuerto. Después me senté junto a los paneles de información y mientras escuchaba un podcast y jugaba con el iPad (algo milagroso si hiciéramos caso de esos come mierda que dicen que no puede hacer multitarea y parecen no saber contar) noté que mi vuelo lo retrasaron más de una hora. Me extrañó porque vi un avión de Air Europa aterrizar y según las salidas, debía ser el nuestro. Retrasaron también el otro vuelo de esa misma compañía que aparecía en las pantallas con lo que parecía más bien algún tipo de conspiración.
En el momento en el que debería haber comenzado el embarque, el panel abandonó el mensaje de RETRASADO y le asignó una puerta a mi avión y comenzó a indicar EMBARCANDO, todo muy extraño. Me acerqué a la puerta y allí no había casi nadie y la chica que controlaba las tarjetas de embarque nos dijo que fue otra de las muchas cagadas de AENA, empresa que parece haberse especializado en los errores y equivocaciones. Entré de los primeros en el avión y me senté mientras seguía escuchando mi música y comenzaba a escribir esta anotación (y de nuevo me pregunto si eso no es multitarea).
Despegamos con quince minutos de retraso por culpa de cierta empresa publica ya anteriormente mencionada y dejé la isla de GRAN CANARIA viendo pasar la casa de mis padres y la playa de la Garita, ambas regadas por un SOL espléndido y que seguro que añoraré pronto. Aunque el avión subió con ganas, nos quedamos dos metros por debajo de las nubes y cinco metros bajo el cielo, suspendidos en un mundo azul y celeste que parecía pintado por algún maestro del Renacimiento. A unos cientos de metros se veía una traza blanca que solo puede ser el producto de algún otro avión que volaba acompañandonos, seguramente el Air Berlin que despegó dos minutos antes del nuestro y que viaja a algún lugar de Alemania.
Al dejar atrás el océano Atlántico traté de intentar ubicar el punto de entrada pero sin éxito. Sobre la península comenzaron unas ligeras turbulencias que no llegan a nada y que me hacen preguntarme la razón por la que todo el mundo disfruta de unos viajes en plan montaña rusa y en los míos nunca pasa nada. Al aterrizar nuestro avión se detuvo junto a una pasarela que al parecer ya no se usa (la T4) y tuvimos que esperar por los dos autobuses que nos recogieron en la pista. Mientras avanzábamos hacia la terminal veíamos un reguero de maletas y trolleys que se debían haber caído de alguno de los vehículos que recoge el equipaje de los pasajeros y que debía manejar un inepto que merece acabar en las colas del paro. Como sucede siempre en los aeropuertos españoles, nos dejaron junto a una entrada desde la que subimos una escalera y nos encontramos con una multitud bloqueando el paso ya que su puerta de embarque estaba delante. Aprovecho para acordarme de todos esos mierdosos arquitectos que han diseñado más aeropuertos que en ningún otro lugar del universo y no han conseguido hacer uno bien. Espero que se les dé mejor chupar las pollas de los políticos corruptos que les dan de comer.
En Madrid tenía una escala de casi tres horas con lo que tuve tiempo de almorzar, comprar un par de botellas de vino para mi amigo el Rubio (que se unen a las tres que facturé y que se añaden a las que me traje de Málaga y Jerez y que le iré dosificando a una por visita) y me relajé leyendo y jugando con el iPad mientras continuaba poniéndome al día con las casi treinta horas de podcast retrasado que tengo, algo de lo que solo tiene la culpa mi frenética actividad de lectura y escuchar libros, con cuatro terminados en los últimos nueve días.
Mi siguiente vuelo comenzó el embarque a la hora prevista y sin comerlo ni beberlo me tocó sentarme en la fila con la ventana de emergencia que está en la mitad del avión, algo que no me mola mucho pese al espacio adicional. Desde que comenzaron los ruidos propios del despegue me quedé dormido y no me desperté hasta que estábamos en vuelo. Nos dieron de comer y seguí jugando y leyendo hasta el momento de aterrizar.
Al entrar en la sala de recogida de equipaje parecía que estábamos en la cola del estadio, con una multitud increíble. Al parecer llegaban aviones por puñados y nos apiñábamos allí. Mi maleta encontró su camino hasta mis manos y salí para comprar mi billete de tren y aún me sobraron cuatro minutos para bajar al andén de la estación.
Esta anotación debería haber acabado por aquí pero hubo más y tendréis que pulsar a continuación para seguir leyendo. (más…)