Si alguien me llega a decir a mí hace cinco años que yo estaría en el grupo de los considerados asociales me parto la polla de risa. En esa época, como veinte años antes o como hoy en día, si hay algo que no me falta, son amigos, gente a la que veo continuamente, como este fin de semana pasado que pasé con mi amigo Sergio y su familia, o la cena con la Chinita de ayer antes de ir juntos al cine, o la cena y cervezas de mañana con el Rubio y la cena y cine del viernes con el Niño y el fin de semana largo con Waiting que sirven de anticipo a la traca final antes de las vacaciones navideñas con eventos casi diarios y que continuará en Enero en donde ya he quedado para ir a Dusseldorf y para ir a patinar a Flevonice de nuevo. Y aunque todo esto cansa y uno podría creer que estoy ocupado, soy un asocial ya que no me integro o vinculo a las redes sociales dosputocerolistas. Mis amigos son reales, gente de carne y hueso a la que puedo tocar, besar, saludar, con los que puedo sentarme en una mesa a cenar, o caminar en la nieve, mirar una puesta de sol o nadar en la playa. Todos los años por esta época repaso mi universo y le dedico unas cuantas horas de ciclos cerebrales a pensar sobre el tema, a darle las mismas vueltas con la esperanza de encontrar un punto de vista nuevo que aquellos que llevan leyendo Distorsiones unos años seguro que reconocen. En el caso de este mes, tengo tantas horas en avión que no me queda más remedio que pensar ya que me niego a hablar con los pasajeros que sientan a mi lado puesto que si soy asocial, lo soy a las duras y a las maduras.
Aquí debería cambiar el tono y comenzar a derivar hacia terrenos más espinosos pero esta vez paso porque soy muy afortunado y no puedo ni quiero. Tengo tanta suerte que la gente que me rodea no deja de halagarme con su amistad. Es una pirámide con un selecto grupo, podríamos denominarlos trofeos, que he ido recogiendo a lo largo de los años. Atrás quedan muchos que compartieron el camino durante un tiempo. Yo no creo en la amistad para siempre así que me parece natural y parte del ciclo el perder amistades y encontrar otras nuevas. Algunas duran más que otras y por lo general la gente niega el fin del ciclo y te siguen llamando amigo aunque ni les importas ni te importan. Ya no me sorprende la forma en la que reaccionan cuando detectan el distanciamiento, cuando se dan cuenta que mi paciencia tenía un límite y lo han superado. Muchas veces, parece que yo era el portador de la amistad, el que debía cargar con su peso mientras los demás disfrutan de la misma y al dejarla caer, tratan de razonar la sinrazón, buscar explicaciones para la muerte de una planta que no regaban, negándole la vida.
En esta marejada de relaciones, en mi mundo, hay CINCO amigos que forman el núcleo duro de la gente alrededor de la que orbito. No siempre han sido los mismos ni el número es fijo. Si pienso en mi paso por la escuela, tenía un solo amigo, en el instituto incrementé el número, en la universidad lo volví a incrementar y cuando emigré se redujo de manera natural antes de estabilizarse. Me gustan los números primos así que el cinco es una buena señal para referirme a los cinco amigos a los que quiero retratar hoy.
En el año 1992 trabajé durante unos seis meses en una pequeña empresa. En mi primer día de trabajo me presentaron a un colega que parecía un capullo integral y en el mismo instante en que lo conocí supe que seríamos grandes amigos. Mis instintos fallan mucho pero en este caso acertaron. Mi amigo Sergio ha estado desde entonces en el círculo de gente a la que siempre tengo presente y como manda la tradición, cuando se casó no acudí a su boda porque I don?t do weddings. De aquellos primeros años recuerdo las sesiones de los lunes, cuando iba a su casa a cenar y veíamos junto a la que sería su esposa Expediente X y después me obligaba a sacar la basura. También recuerdo las caminatas en las cumbres de Gran Canaria de los sábados con grandes charlas. Después volvió a su casa, a Málaga y fue la primera persona que me obligó a desplazarme. Hasta que emigré a los Países Bajos, durante unos cuantos años, siempre fui a Málaga a partir el año, con Sergio y su familia, los cuales de alguna forma pasaron a ser mi familia. Una vez fui yo el que se convirtió en emigrante, busqué la forma de pasar por Málaga a visitar a Sergio y a su familia y en una ocasión hasta conseguí que viniera a los Países Bajos con su esposa. ?l y ella saben que las puertas de mi casa están siempre abiertas para ellos y para los suyos. Cada amistad es diferente. Con Sergio me siento seguro, no tengo miedo aunque se le ocurran las cosas más arrebatadas. Siempre lo he visto como un hermano mayor, alguien que se preocupa por ti aunque lo niegue. Es de los CINCO al que menos veo y sin embargo, cada vez que nos abrazamos y me da un beso, me siento en casa. Yo no lo culpo porque mis visitas a Málaga son para verlo a él y a los suyos pero después de haber estado allí más de diez veces, aún no he hecho ningún tipo de turismo (ni es algo que añore).
En el año 2000 emigré a los Países Bajos y el 3 de julio comencé a trabajar. En mi primer día en la oficina, bombardeado por decenas de nuevas personas, por la inseguridad de tener que usar el inglés como idioma principal y con la sensación extraña que te queda cuando escuchas por primera vez el holandés, una de las caras que me presentaron era la de un rubio alto y chulo. Al parecer era el más avispado tecnológicamente y fue él quien me ayudó a conseguir mi primer contrato de teléfono móvil en Holanda o a comprar mi primer ordenador por Internet, algo que hice ese mismo año, hace una década. Trabajábamos en el mismo equipo, en un proyecto de un nuevo producto que nunca llegó a ver la luz ya que fue liquidado cuando estalló la burbula de las compañías tecnológicas. En enero de ese año nos asignaron a otra división y nos comenzaron a formar. Comenzamos con tres semanas en Nuremberg y antes de salir para allá fui muy claro y le dije que o volvíamos como amigos o volvíamos odiándonos porque en ese tiempo dependeríamos el uno del otro. El segundo día, mientras nos recuperábamos de la resaca de la noche anterior, ya éramos amigos. Al final de la segunda semana, yo ya lo consideraba mi mejor amigo y tras la tercera semana, al regresar a Holanda, lo primero que hizo fue presentarme a su novia y futura esposa y a partir de ahí el resto es historia. Sigue siendo mi mejor amigo, mi hermano y la persona con la que he luchado en más guerras. En esta década se casó y yo no fui a su boda porque I don?t do weddings y aún así el mío fue uno de los mejores regalos. En este tiempo ha tenido tres hijos que me consideran parte de la familia y que según me ven llegar a su casa se lanzan sobre mí. Seguimos hablando por teléfono todos los días al menos una vez, nos mandamos decenas de correos y chateamos sin parar, ya sea con mensajes o a través de aplicaciones específicas. Me ha ayudado en todas las crisis dramáticas que han habido en estos diez años y yo he hecho lo mismo con él. Ambos disfrutamos encerrándonos en la cocina a preparar algo especial para cenar con lo que sorprender a su mujer y sus hijos y cada vez que tiene una idea alocada y quiere construir algo, me usa como aprendiz mientras su mujer sale a escape. Paso por su casa con tanta frecuencia y me quedo tanto a dormir que los chiquillos han terminado por llamar al dormitorio de invitados el cuarto de Sulaco. Por suerte vive en el mismo país que yo y no tengo que subirme a un avión para verlo, pero no tendría ningún problema en hacerlo.
En el mismo año 2000 conocí al Turco. También trabajaba en la misma empresa solo que en departamento de Marketing. Lo suyo fue algo más lento. Era el compañero de una española que en aquella época era amiga mía y poco a poco se fue infiltrando en las actividades de los fines de semana. Después se marcharon todos los españoles y nos quedamos solos en Hilversum. Ambos seguimos caminos profesionales distintos y sin embargo, los fines de semana nos embarcábamos en todo tipo de aventuras turísticas y de esparcimiento. Cuando nos quisimos dar cuenta, éramos amigos y no había marcha atrás. Después cada uno se mudó a una ciudad distinta, él a Amsterdam y yo a Utrecht y seguíamos viéndonos los fines de semana. Es probablemente la persona con la que más veces he ido al cine en mi vida. En un momento determinado se enamoró, en un arrebato que le duró menos que una fiebre y cuando todos dudábamos que tuviese novia, nos dijo que se volvía a Turquía y que se casaba. Se rebotó conmigo porque no fui a su boda ya que I don?t do weddings y todavía me lo reprocha (no es el único, el Rubio me lo sigue recordando al menos una vez al mes y ya me ha dicho que como vaya a una boda de un amigo, lo pagaré bien caro). Nuestra amistad quedó interrumpida tras la boda y el cambio de país pero de alguna manera, ambos la echábamos de menos. La retomamos donde la habíamos dejado y ahora me obliga a visitar Estambul cada dos por tres (este año he ido dos veces). Hablamos con frecuencia y no se cansa de mandarme fotos de su hija. Siempre que lo veo siento unas ganas tremendas de abrazarlo porque sé que le jode un montón, aunque con el tiempo, se ha resignado y ahora hasta lo busca. ?l se las pinta solo para deshacer los planes que te has currado así que siempre que estamos juntos, me lo tomo con calma y dejo que los dados caigan del lado que quieran porque al final, de lo que se trata, es de pasártelo bien con los amigos.
En el año 2007 entró en mi mundo Waiting. Si no recuerdo mal lo hizo a través de cierta rata de cloaca despreciable que se mueve con soltura por el Caraculolibro. En mi correo electrónico aparece registrada por primera vez el 2 de abril del 2007, aunque quizás ella ya leía Distorsiones. Ese mismo año fuimos juntos a Pisa y Florencia y en mi caso, desde la primera vez que nos vimos yo ya sabía que íbamos a ser amigos. Hasta que decidió emigrar hacia España, era la persona que sustituyó al Turco en mis visitas al cine. Quedábamos todos los fines de semana y nos hacíamos una o dos películas. En estos cuatro años hemos vivido un montón de cosas juntos, hemos ido a varios sitios y por supuesto, cuando se casó este año, yo no fui a su boda porque I don?t do weddings aunque en su caso, entre la primera y la segunda boda hicimos un pequeño viaje con er Pisha de Cadiz a Oporto y Galicia. Es rara la semana en la que no hablamos por teléfono alguna vez y siempre la estoy machacando para que vuelva a Holanda. En lo poco que queda del año 2010 aún nos volveremos a ver y sigo esperando que se me una a alguna de mis aventuras viajeras por destinos recónditos. De Waiting me gusta su dulzura, su capacidad para aguantar mis pullas y para responder a las mismas y la forma positiva en la que mira el mundo, negando todo lo malo y consiguiendo que quede arrinconado.
Un año más tarde, a comienzos del 2008 llegó el último de los CINCO. Se trata del Niño y la primera vez que nos vimos fue el último día de enero de ese año. Mi jefa me obligó a ir a hablar con él porque era nuestro becario y fue una amistad instantánea. Lo llamo el Niño porque podría ser mi hijo. Tiene una capacidad infinita para sorprenderme y me cuenta tantas aventuras que a veces preferiría que fuese mudo. Es la segunda persona con la que más veces he ido al cine en mi vida. Supongo que nos llevamos tan bien porque somos diametralmente opuestos. Cada semana tiene un nuevo amor que es el definitivo y siempre intena convencer para que sí que vaya a su futura boda, aunque sabe que I don?t do weddings. Cada semana le recuerdo que sus amores duran lo que un tulipán en flor y aunque no muestro mucho interés, me presenta novia tras novia porque siempre es la definitiva y tenemos que esperar hasta que la chica se echa un pis y en esos ciento veinte segundos me bombardea a preguntas para saber mi opinión sobre la misma. Durante seis meses se pasó al reverso tenebroso y se volvió fumador y en ese periodo monté y ejecuté la campaña más agresiva que pude maquinar para sacarlo de las redes de esa sucia droga. Combiné esfuerzos con su madre y su hermana y entre los tres lo logramos y como es de natural optimista, no estuvo resentido con nosotros más de tres días. Siempre me está sugiriendo ideas que rayan en lo absurdo, siendo la última de ellas ir a un partido de fútbol americano a finales de enero en Minnesota, un lugar adorable en el que en esa época del año tienen dos metros de nieve y andan a quince grados bajo cero. Con él subí por primera vez al cielo haciendo parascending y tengo claro que si alguna vez salto en paracaídas desde un avión, seguro que se viene. Yo lo llamo el Niño y él me llama a mí Pequeñito ya que roza los dos metros de altura y a su lado parezco un enano.
Estos son los CINCO en el año 2010, el núcleo principal de un sistema en el que hay más gente pero que fundamentalmente gira en torno a ellos. No solo no me puedo quejar sino que tengo que reconocer que soy muy afortunado ya que cada una de estas cinco personas, vale su peso en diamantes.