Hace dos semanas fui al cine a ver un drama con mi amigo el Niño y al final de la película cuando se encendieron las luces de la sala se quedó asombrado porque yo había llorado viendo la película. Le extrañó tanto que no dejó de mandarme mensajes hasta dos días más tarde preguntándome si estaba bien y ya me había recuperado. Este fin de semana fuimos de nuevo a ver un drama y de nuevo le asombró que en un momento determinado yo me echara a llorar en el cine, no sollozando sino simplemente con las lágrimas cayendo por mis mejillas. Ambas películas me parecieron fantásticas.
Después del cine siempre vamos a cenar o a tomarnos unas copas y cuando estábamos en The Three Sisters, el pub que se puede considerar mi cuartel general en Amsterdam y uno que recomiendo a cualquiera que visite la ciudad, hablamos sobre el tema.
Su visión sobre las emociones y los sentimientos se puede sintetizar en que lo mejor es no mostrarlos, sobre todo los negativos. ?l nunca llora, nunca se enfada, nunca muestra síntomas de nerviosismo y procura que la gente que lo ve crea que es una persona tranquila y equilibrada. Mantiene su máscara activa en todo momento y bajo ninguna circunstancia deja que otros puedan ver a través de la misma. En el par de años que nos conocemos hemos compartido secretos y trapos sucios y sin embargo siempre me ha fascinado su capacidad para despegarse de las cosas malas y observarlas desde un punto distante. Estoy convencido de haberlo cabreado en un par de ocasiones y en ambas no mostró ningún tipo de emoción al respecto aunque después estuvo un tiempo sin hablarme. Mi amigo el Rubio es similar y pese a que nunca lo he visto llorar si que lo he visto cabreado, nervioso, irritado o mostrando algún otro tipo de emoción. Recuerdo que hace un montón de años, en una de esas sesiones por los bares de Utrecht en la que bebíamos hasta caernos y acabábamos cerrando todos los sitios a los que íbamos, se lo comenté y le expresé mi particular frustración porque se supone que éramos buenos amigos y a veces me parecía estar tratando con un desconocido. Aquel día me di cuenta que no era nada personal o que mi percepción de la amistad que tenemos fuera errónea. Era que se había educado así y a fuerza de costumbre lo hacía sin darse cuenta. Supongo que a fuerza de insistir tumbé las barreras porque poco a poco comenzó a dejarse ir, a comentar las cosas tal cual le salían de dentro y ahora ya no tengo esa sensación de tratar con alguien que se está defendiendo de ti. El Niño aún no ha llegado a esa fase y aún no he encontrado el punto débil aunque todo dependerá de los años que nos tratemos ya que no pienso desistir y seguiré minando sus barreras semana a semana. Supongo que cuando yo tenía su edad también procuraba ocultar mis emociones, aunque en mi caso seguro que era una misión imposible porque siempre he sido más bien dado a que se me noten en la cara.
Precisamente porque sé que me va a costar horrores ocultar algún tipo de sentimiento prefiero que sean estos los que marquen las fronteras a mi alrededor y que la gente que se acerca se pueda preparar. Si estoy de mal humor, se nota, muchísimo, a kilómetros de distancia. Si es en el trabajo verás que inmediatamente la gente te evita, los repartidores de marrones buscan otras víctimas y tarde o temprano la gente se acerca sigilosamente para preguntarme si estoy bien (que obviamente no lo estoy) y si pueden hacer algo por mí. Si estoy contento lo ven de la misma forma. Si alguien me la ha jugado de alguna forma o manera que me puede haber tocado los güevos, esa persona verá como va creciendo una ola inmensa que se transforma en maremoto y que la golpeará allí donde más le duela. Y soy más bien de los que aunque perdonan no olvidan y procuran no perder jamás una guerra. Posiblemente la lista de actos reprobables que he hecho a lo largo de mi vida es bastante grande y no me arrepiento de ninguno de ellos y los volvería a repetir si tuviera que volver a vivir la misma vida.
De la misma forma, cuando voy al cine, si es un drama, lloro. No le doy ninguna importancia al hecho de mostrar emociones a la gente que me rodea. Nadie lo puede usar como arma porque no lo es. Si ves una comedia y te ríes y ves una película de miedo y te asustas, lo mismo sucede con los dramas. El Niño cuando escuchaba mi explicación negaba con la cabeza y decía que es una forma de debilidad, que estás mostrando un flanco por el que te pueden golpear y sigue sin entender que por mí puede publicar a página completa en el periódico de mayor tirada que lloré viendo esta o aquella película. Estará certificando algo que sucedió y eso es todo. Por ello no soy más débil, más fuerte, más hombre, más ñoño, más honesto o más malvado. Sencillamente mostré una emoción que provocó algo que vi en la pantalla y que me hizo reaccionar. También te puede suceder leyendo un libro, o una columna periodística o incluso una bitácora. A veces nos enojamos con lo que leemos y nos dejamos llevar por la ira, o puede que nos riamos o pasemos página sin dedicarle una milésima de segundo de nuestros pensamientos. Las emociones también sirven como un termómetro que los demás deberían observar cuidadosamente al tratar contigo.
Con los años que llevo en Holanda ya he terminado por acostumbrarme a esa fachada que muchos esculpen y tras la que se protegen. También he aprendido a desactivarla con la gente con la que trato. Cuando se dan cuenta se asombran. Están ahí, en su nube, tranquilos y mirando hacia abajo y un buen día se sobresaltan cuando te ven encaramado en la misma nube y se preguntan como pudo haber sucedido.
Lo que todavía sigo sin comprender es lo que me cuentan algunos de los amigos que dejé atrás en España. Dicen que con los años me he vuelto más frío e impersonal y que les cuesta leer entre líneas. Vamos, no será porque no sigo repartiendo cogotazos a diestro y siniestro.