De vez en cuando conviene reflexionar en voz alta y ganarse unos cuantos enemigos. Estas cosas deberían estar grabadas en el código genético de todos y cada uno pero parece que hay gente que no capta el concepto así que es necesario repetirlo una y otra vez hasta que lo absorben.
Parada y fonda. Algo tan sencillo y fácil de entender se puede convertir en razón suficiente para romper una amistad y dejar de tratar a alguien. Como seres sociales que somos, interactuamos con los compañeros de trabajos, con los amigos y la familia. De los primeros solo deseamos relaciones superficiales, del tipo que se puede desconectar al final de la jornada y que no llevan asociado ningún privilegio. Son las más sencillas y las que menos problemas nos dan.
Con la familia es otra cosa. No la elegimos, la padecemos. Da igual lo guapo que seas, lo inteligente, interesante o fascinante que te creas a ti mismo, la familia te toca en una lotería y por más que lo niegues está ahí, abochornándote y avergonzándote hasta el fin de tus días. Por suerte en nuestra sociedad cada vez tenemos menos trato y resulta muy sencillo romper los vínculos con aquellos miembros de tu familia que no te interesan y como en la sociedad de la información estamos más aislados que nunca, nadie tiene por qué enterarse.
El último grupo y el realmente importante es el de los amigos. Son gente que aceptamos en nuestra vida y con los que nos relacionamos. Hay una sola regla no escrita que todos y cada uno de nuestros amigos han de respetar. Es tan importante que se debería enseñar en los colegios y obligar a los niños a aprenderla aunque sea a hostia limpia. Es la regla de la parada y fonda.
Por parada se entiende una visita de amigos a tu casa. Por fonda entendemos que además de visitarnos, se quedan a pasar la noche o unos días. En el primer caso, en el de parada, los amigos suelen traernos un pequeño regalo y nosotros a cambio preparamos algo para tapear o comer, nos sentamos todos juntos y matamos unas horas hablando, discutiendo a gritos o lanzándonos dardos envenenados con la camaradería que da la amistad. Todos vivimos esto a menudo y sabemos como funciona. En esta interacción hay solo una cosa que está totalmente prohibida, un acto tan repugnante que conlleva la inmediata e indiscutida suspensión de la amistad. Es el acto de jiñar en casa de tus amigos. En una visita de parada, el jiñar está totalmente vetado. Uno no le hace eso a sus amistades, no se mete en su baño a bombardear y soltar lastre. No se hace. En mi vida, sólo tres personas lo han hecho en mi casa y no me hablo con ninguna de ellas. El primero fue en el año 2002, cuando todos los españoles que conocía se habían vuelto al país o estaban por hacerlo comencé a explorar el universo de gente con la que trataba y entre ellos invité un día a mi casa a uno de los holandeses con los que había trabajado. Era un tipo normal, altísimo y desgarbado pero bastante simpático. Mi amigo el Rubio, el Turco y otro colega también se unieron y después de cenar nos pusimos a echar una partida al Colonizadores de Catán, un juego que en esa época nos encantaba y que me ha costado varios disgustos. En medio de la partida, el candidato dice que tiene que ir al baño. Nosotros aprovechamos para pillar cervezas y comentar las incidencias del juego hasta ese momento. Pasó el tiempo adecuado para una meada y el tipo no volvía. Comenzó a entrarme un picor molesto por todo el cuerpo que se volvió más intenso conforme pasaban los minutos. Para cuando él volvió yo ya estaba que no me tenía quieto. El tipo sonreía ladinamente y me comentó que procurara no abrir la puerta del baño para que no entrara el hedor en el resto de la casa. El hijoputa echó una jiñada que más bien parecía un ataque químico y bacteriológico. No sólo atufó el baño, el pestazo infectó mi dormitorio (que era el lugar en el que estaba el baño en mi apartamento) y ese día cuando se fueron todos tuve que dormir en el salón porque el olor a mierda no se iba ni con mosfértil y creedme que lo eché. El candidato a amigo perdió todos sus puntos de karma y a partir de ese momento lo evité hasta que captó el concepto. Ni siquiera llegó a descubrir la razón. Al parecer, en su mundo es normal el meterte en una casa ajena y soltar una jiñada putrefacta y después marcharte a casita para dormir en tu ambiente limpio de hedores.
La segunda persona fue una amiga. Hizo lo mismo. En un momento determinado de la velada fue al baño y de zorruda, cerró la puerta al salir y no se molestó en abrir la ventana. Las puertas de mi apartamento en Hilversum eran prácticamente estancas y cuando yo la abrí el golpe tan grande que recibí casi me deja inconsciente. La hijaputa podía ser muy guapa pero por dentro es que está podrida, no puede ser normal que alguien sea capaz de generar algo tan inmundo. Ni me molesté en volver a dirigirle la palabra.
El tercero fue un poco más sutil. No lo habría descubierto de no ser por el rastro que dejó en la taza del baño, una marca canela que lo recorría longitudinalmente y que no se molestó ni en limpiar con la escobilla. Tachado de la lista de los amigos tan pronto como sucedió.
Volviendo a lo de parada y fonda, si te invitan a dormir, si hay fonda, entonces si es aceptable que uses las instalaciones de la vivienda al máximo y de la misma forma que te das una ducha, eches una jiñada, aunque siempre, siempre, siempre, dejando el baño en las mismas condiciones o mejore que como lo encontraste.
Todo esto viene a cuento de algo que me contó el Rubio. La semana pasada los visitaron unos amigos para conocer a su nueva hija y el colega me contó que le dejaron el baño como para demolerlo y hacer que construyan uno nuevo, dice que aquello no tenía nombre. Ya lo he aconsejado, ese tipo de amistades no convienen, mejor un cruz y raya y que se vayan a cagar a su casa o al quinto infierno.