Como reflexión final sobre esta serie introspectiva en la que he tratado de diseccionar mi forma de entender algunas cosas de la vida y la amistad ha llegado la hora de mirar al mismo tiempo hacia atrás y adelante. Si el árbol simboliza nuestra vida, las miles de hojas pueden ser las opciones que se nos presentan durante la misma. No son infinitas ya que nuestro tiempo en este mundo es limitado y por tanto las diferentes decisiones que podemos tomar también lo son. Puedes dejar que sean otros los que le den forma a tu camino y si es así, tendrás que aceptar aquello que recibas. También puedes tomar el control y diseñarlo tú mismo, siguiendo tus propios deseos y haciendo posible aquello que parecía imposible.
Habiendo recorrido un largo trecho de mi camino, cuando miro hacia atrás me sorprendo con las decisiones que tomé y las consecuencias de las mismas. Elegir una hoja y despreciar otra me llevó a conocer gente, viajar, abrir los ojos en lugares extraños y expandir mi mundo hasta límites impensables. En todo este tiempo he caminado junto a gente muy buena, he conocido y aprendido a evitar manzanas podridas, he subido a lo alto de montañas desde las que la vista era tan hermosa que tenías que sujetarte a algo y respirar hondo para asimilar tanta belleza. He visto puestas de sol en varios continentes, he corrido bajo la lluvia de nubes extranjeras, he abrazado a perfectos desconocidos que se convertían en amigos en un abrir y cerrar de ojos, he mirado en pozos insondables y en aguas que me han devuelto mi reflejo, he nadado en otros océanos y he buscado serenidad y calma sin saber que las llevaba en mi interior. He visto cosas que sólo conocía por libros y he amado, odiado, admirado, despreciado, respetado, ignorado a algunas de las personas que se han cruzado en mi camino. En este tiempo he aprendido que los verdaderos amigos son aquellos que te aceptan y que no quieren cambiarte y los conocidos suelen ser aquellos que dicen ser tus amigos. He tropezado una y otra vez con los mismos muros y aunque me he jurado a mí mismo aprender de mis errores al final siempre vuelves a caer. He procurado no perder la inocencia ni la capacidad para sorprenderme. He cambiado. Muchísimo. Tanto que si miro a la persona que era hace diez años y la que soy ahora, parecen dos extraños. He ganado en paciencia y he perdido en agresividad. Sé que cada día que comienza está lleno de oportunidades y por muy nublado que amanezca, siempre puede haber un rayo de sol que lo alegre. He comprendido que no importa el tamaño de las barreras que me pongan por delante, las rebasaré tarde o temprano porque creo en mí mismo y sé que puedo darle forma a mi futuro. No he tenido miedo a la hora de tomar decisiones críticas. He dejado un trabajo fijo, a mi familia, a mis amigos, mi mundo y he comenzado de nuevo porque sabía que eso era lo mejor para mí. Y tuve razón. Me he levantado cada vez que alguien ha tratado de tumbarme y a cada paso me he vuelto más fuerte, más seguro y a la vez más cuidadoso para no alterar los caminos de los demás.
Gracias a las decisiones que he ido tomando a lo largo del camino he aprendido muchísimo e incluso en los momentos en los que dudé, confié en mí mismo y logré salir adelante. Todo está en tus manos si tienes fe en ti mismo y el valor para hacer lo que debes hacer. Sólo se vive una vez y sería una lástima que al final del camino, cuando el árbol de tu vida esté llegando a su etapa final, mires hacia atrás y en lugar de sonreír por todo aquello que has logrado te lamentes por todo lo que no pudo ser.
Seguro que se puede decir mucho más sobre este tema y conociéndome, es más que probable que tarde o temprano vuelva a tocarlo ya que es algo recurrente. Por ahora, para concluir, creo que solo hay una forma de hacer el camino: caminando.
La foto la hice en Lage Vuursche, paseando una tarde de sábado por el bosque. Esta es la quinta y última anoatación de una serie de reflexiones que comenzó en El camino