Después de usar Iberia para viajar a Gran Canaria en mi visita Navideña y tener una experiencia bastante accidentada, os imaginaréis la alegría y el buen rollito que tenía la mañana del día de Reyes con lo que me esperaba. Tanto Iberia como Aena practican unas políticas bastante extraña en cuanto a información a los viajeros. Parece que está mal reconocer que hay retrasos así que se ocultan de mil formas distintas. Antes de salir de mi casa miré la hora de salida de mi vuelo a Madrid y seguía en hora. Lo comprobé tanto en la empresa que realiza el transporte como en la página del organismo nacional que se encarga de la gestión de los aeropuertos.
Mi padre me dejó frente a la terminal y al entrar busqué las terminales para hacer el auto check-in pero solo pude encontrar una. En ella, elegí mi asiento y obtuve las tarjetas de embarque. Al imprimirlas y mirarlas vi que la hora de embarque había cambiado desde las 13.20 a las 16.30 aunque mi vuelo técnicamente salía a las 13.50. Fui al mostrador en el que se puede dejar el equipaje cuando tú te lo curras y haces la facturación pero estaba cerrado así que no me quedó más remedio que ponerme a la cola y pasar por todo el proceso habitual. No entiendo para qué quieren que hagamos nosotros el auto check-in si después no continúan con la secuencia completa, pero se trata de Iberia y si hay algo por lo que ha destacado en el último mes es por su incapacidad para gestionar sus recursos.
Cuando me llegó mi turno, la señorita que me atendió me explicó muy amablemente que TODOS los vuelos de Iberia estaban retrasados y que la probabilidad de lograr tomar la conexión para mi siguiente vuelo era por tanto bastante grande, aunque incierta. Yo iba a tomar el último vuelo desde Madrid a Amsterdam, así que con algo de mezquina suerte, las tres horas de retraso en mi primer avión serían suficientes para llegar al segundo. Me dieron un bono para que coma algo en el aeropuerto y se disculpó por este pequeño gran desastre. Aunque todos tendemos a culpar a Iberia como ente, sus empleados de tierra y el personal de cabina no tienen culpa alguna si un sindicato de hijos de puta deciden sabotear a la compañía sin renunciar a sus salarios y hacerlo por lo legal.
Al contrario que mucha gente, yo aún no consigo entender por qué con toda la tecnología que tenemos los aviones no vuelan con ordenadores y sin pilotos. Lo hacen hasta los transbordadores espaciales y los cohetes, así que debe ser posible. De hecho, viajaría más tranquilo sabiendo que al final del pasillo hay un buen puñado de máquinas que tendrán que mantenerme con vida y no un hijo de puta chulango y malcriado que trata de mantener su status privilegiado a costa nuestra.
Tras pasar el control de seguridad me senté a hacer algo de tiempo y matar la tarde. Llamaba la atención que en los paneles de información, los únicos aviones que estaban retrasados eran los de Iberia, con lo que las teorías del mal tiempo y similares se desmontan ya que en el aeropuerto de Gran Canaria llegan y salen continuamente aviones que van a todas las ciudades de Europa y no parecía que en ninguna de ellas hubiese algún problema. Cuatro horas después de la hora prevista, nuestro avión va a paso de procesión fúnebre hacia la pista de despegue.
Hice cálculos y a menos que sucediese un milagro no lograría conectar con el vuelo de Amsterdam y me veía abocado a las inmensas colas en los mostradores de información para que me asignen un hotel y pasar la noche en Madrid. Logré dormir un rato y después me dediqué a ver episodios de alguna de las series que sigo. Cerca del aterrizaje nos avisaron que iban a informar sobre las puertas de algunos aviones. Dijeron seis y el mío era uno de ellos. Para el resto, mala suerte y a joderse tocan. A mi alrededor la gente se deprimía mientras yo tenía que reprimir mi alegría. Eran casi las nueve de la noche y mi vuelo para Amsterdam también iba retrasado. Aterrizamos y el piloto nos regaló otro paseíllo a velocidad de burra vieja. El susto de muerte vino cuando nuestro avión enfiló la terminal 4 satélite, la que está en el quinto carajo, en el medio de la nada.
Salimos a la carrera, unos para llegar a las colas de información antes y los menos para conseguir entrar en nuestros respectivos vuelos. Llegué al tren que lleva hasta la terminal 4 pillando el tren por los pelos. La verdad que la solución para comunicar ambas terminales es una cutrada. Podían haber hecho algo espectacular en la superficie y han optado por este paseo por un túnel feo y soso.
Al llegar al otro lado, una nueva sorpresa. Tenemos que volver a pasar un control de seguridad. Todos histéricos, la gente que se olvida de quitarse cintos, carteras, relojes y demás y solo un par de máquinas de seguridad. Allí sudamos tinta y para cuando cruzabas, corrías con todo en las manos sin dignidad ninguna. Al llegar a la zona de salidas miro las pantallas y milagro, me quedan al menos cuarenta y cinco minutos hasta que empiece el embarque. Respiro hondo y sigo hacia los baños que están junto a un McDonalds. Pese a que esa terminal es nueva, los baños están destrozados. En el retrete me encontré esto:
Y cuando fui a lavarme las manos descubrí que han cortado el agua de todos los grifos. ¡Genial! Incluso en países del tercer mundo los baños de aeropuertos siempre funcionan y en Madrid, en la flamante terminal 4, han cortado el agua de todos los grifos del baño que usé. Por los pasillos encontré una fuente de esas para beber agua y me lavé las manos allí, lo mismo que hacían otros. Me tomé un café y a la hora prevista no comenzó el embarque. Tardaron un poco más y para cuando arrancó la operación, la habitual burla a la legislación europea evitando mirar los pasaportes y las tarjetas de embarque. Supongo que es norma habitual de esa compañía porque en otras siempre lo piden.
Sobre las diez y media despegamos y el avión iba medio vacío. Supongo que muchos ni siquiera consiguieron llegar a tiempo. Pillé una fila completa para mí y lo pasé durmiendo. Llegamos a Schiphol sobre la una de la mañana y el piloto nos regaló un paseíllo a paso de vieja chocha desde el Polderbaan hasta la terminal de llegadas. Por suerte mi maleta fue de las primeras y pude coger el tren de las dos hacia Utrecht, un tren nocturno que hace su ruta vía Amsterdam y tarda un poco más. Al llegar a mi ciudad nevaba. Busqué un taxi y este me dejó en la puerta de mi casa a las tres y diez.
Estaba agotado. Salí de la casa de mis padres en Gran Canaria a las once y veinte y llegué a mi destino QUINCE horas más tarde.
Lecciones aprendidas: NUNCA JAMÁS VOLAR? CON IBERIA y salvo que mi aeropuerto de destino sea Madrid-Barajas, jamás iré a ningún sitio haciendo escala allí. En lo que a mí respecta todos los pilotos de Iberia pueden arder en el infierno.