Pateando por Budapest


Este relato comenzó en Camino de Budapest

Siempre asumí que todo el mundo era como yo y que cuando llegas a una ciudad nueva, al levantarte por la mañana estás que parece que la cama está ardiendo y quieres salir por patas lo antes posible para descubrir el nuevo lugar. Cuando uno que ya no está en mi círculo de confianza vino a visitarme a Holanda y se agarraba al sofá de mi casa como si fuera la teta de su madre y estuviera a punto de ordeñarla, yo no me lo podía creer porque después de años taladrándome los oídos con ver el mundo, a la primera oportunidad que tuvo parece que le entró algún síndrome terrorífico y no había forma de que saliera. Como en mi caso eso no sucede, a las ocho de la mañana yo ya estaba preparándome y a las nueve de la mañana llegaba al hotel en el que se hospedaba mi tío y su esposa para que arrancara nuestra aventura. Algo que no conté de mi llegada, seguramente por olvido, fue que mientras el taxista me llevaba a la ciudad, en viernes por la noche, nos cruzábamos con todo tipo de coches en los que los ocupantes de los asientos traseros o el que va al lado del conductor, sacaban medio cuerpo por la ventana del vehículo y alzaban al cielo la bebida alcohólica que estaban consumiendo a morro. No sé por qué imaginé que así deben ser la capitales de algunos países de sudamérica. El taxista cambiaba de carril para evitarlos mientras yo miraba fascinado aquel espectáculo. Regresando al día de turismo, salí de mi hotel y desayuné en un bistro cercano. Tenían un precio fijo por un bufé con el que te podías encochinar, algo que odio porque yo soy como una muñeca de Famosa con pilas del Conejo y como me pongas comida delante sin límite no paro, así que les pedí la carta y elegí algo de dicho menú mientras la camarera me miraba con estertores horrorosos porque me iba a salir más caro. Estamos hablando de tres leuros, que fue lo que pagué por desayunar. El paseo al hotel de mi tío fue por calles aún desiertas a esa hora de la mañana. El hotel en el que ellos se alojaban era el President, uno de esos de verdad con moqueta más pasada que el conejo de la Veneno y en el que presumían con un cristal expuesto que alguien había tiroteado y en el que las balas no lo habían atravesado porque estaba blindado. Llámame aprensivo pero yo prefiero saber que no duermo en un hotel en el que hay que blindar las ventanas, más que nada porque de hacerlo no podría pegar ojo pensando que en cualquier momento se organiza una guerra de guerrillas entre bandas y yo puedo ser un daño colateral. Le hice una foto al cristal con el iPhone y si algún día estoy por la labor, la pondré por aquí para que flipéis.

Salimos y tras un corto paseo llegamos al Parlamento Húngaro, un edificio imponente a la vera del Danubio que se inauguró en 1902 y que recuerda muy pero que muy mucho al de los ingleses. Para apreciar la belleza del edificio hay que verlo desde el río o desde la otra orilla de la ciudad y de cerca no queda muy bien y sobre todo, no por el lado que no da al río. Aunque pretendíamos verlo por dentro, nos quedamos con las ganas porque habían cancelado las visitas hasta el miércoles de la semana siguiente por algún tipo de evento. Lo vimos por fuera, le hicimos fotos y flipamos con los frikis que hay por los alrededores y particularmente con uno con un megáfono que gritaba contra los comunistas de mierda y junto al que había una bandera húngara con un agujero en el centro. Al parecer, esa bandera viene de la rebelión contra los hijosdeputa soviéticos en el 56 y fue un símbolo de la revolución. Por descontado, los rusos les dieron candela de la buena en 1957.

Tras esta visita, mucho más rápida de lo que pensábamos, cogimos el tranvía número 2, el cual ponen en todas las guías como turístico porque en esa zona de la ciudad va paralelo al Danubio y efectivamente, merece la pena darse un paseíllo en el mismo. Nos bajamos junto al Erzsébet híd o Puente de Isabel, una chama a la que todos conocemos por Sissi Emperatriz o por Romy Schneider, que era su verdadero nombre. Según mi tío, allí mismo salía el autobús 16, el cual le dijeron que nos llevaba a la colina en la que está el castillo. En realidad salía de otro puente y un tipo nos dijo que teníamos que coger el de la línea 5 y eso hicimos, aunque al bajarnos para trasbordar, no dimos con la parada del 16 y terminamos subiendo parte de la colina a pata, algo que no es un problema para mí porque yo uso pilas alcalinas. Comenzamos visitando la Mátyás-templom o Iglesia de Matías, con mezcla de estilos gótico y neo-barroco y con una fachada reluciente y preciosa. Hay que pagar para entrar y realmente no merece la pena, algo que descubrimos cuando una vez dentro te encuentras que la están renovando y que es una obra con practicamente nada que ver. Tiene algo que ellos denominan museo pero que no es más que una forma de moverte entre cuatro cuartos y así justificar la entrada. Lo mejor de la iglesia es su fachada y su tejado, con tejas de colores que pese a lo que muchos puedan creer, son algo nuevo y se le añadieron entre 1950 y 1970 ya que la iglesia quedó muy tocada durante el asedio soviético de Budapest. Tras salir, entramos al Halászbástya o Bastión de los Pescadores, una terraza con unas vistas brutales del Danubio y de Pest, ya que como todos sabemos, este lado del río es Buda y el otro es Pest. Aquí, si entras junto a la estatua del chamo a caballo tienes que pagar pero si entras por el otro lado, pasada la parte trasera de la iglesia, es una cafetería y tiene las mismas vistas de la ciudad. Nos hartamos a hacer fotos desde allí con un cielo azul precioso moteado por nubes blancas como algodón de Luisiana. Este bastión está poco menos que recién acabado ya que se inauguró en 1902. Entre la iglesia y el bastión tenemos la estatua ecuestre de Esteban I de Hungría, al que podéis llamar San Esteban, del cual se dice que fue el primer rey de Hungría y el segundo reino creado en Europa central, allá por el año 1000. Pese a ser santo, follaba como un campeón y hasta tuvo un hijo y trató de seguir los estrictos requisitos de la religión nuestra y tocaba niños siempre que podía, algo imprescindible si quieres llegar lejos en la jerarquía de nuestra secta local. El único hijo que tuvo no le debió caer muy bien y por eso le puso de nombre Emérico, que suena a medicamento de los malos. Junto a la estatua, un chamo tenía dos águilas para que la gente se haga foto, algo super normal y tradicional y a nadie le extraña que esos dos animales que pueden matar a un chiquillo en un pis pás estén allí.

Bueno, ya está bien por hoy. El final del relato lo podréis leer mañana …

El relato continúa en Más turismo por Budapest

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4 respuestas a “Pateando por Budapest”

  1. A mí, la cama nunca me parece que arde; ni siquiera en vacaciones. Siempre tengo muchas ganas de salir a ver la ciudad a la que he ido, pero el buen descanso es mi prioridad. Así que eso de salir del hotel antes de las 10 de la mañana, tiene prohibida la entrada en mi cerebro.
    Si puedes…no tardes más de 1 año en poner alguna foto, ¿vale?…

  2. Como huitten, yo tampoco soy madrugador, y si estoy de vacaciones hago como ahora, no pongo el despertador nunca, cuando su majestad, mi cuerpo, lo ordene me despierto y sin prisas desayuno bien y con a barriga confortada salgo, sin prisas…
    Solo pongo aquí el despertador a las 12,45 los domingos por miedo a dormirme porque a las 13 hablo todos los domingos con mis hermanos de Bruselas.
    Tampoco tengo prisa alguna para acostarme…
    Despertador=caca…jajaja
    Salud

  3. Ahí estoy con sulaco. A dormir, en casa, que ya la tengo muy vista. Cuando salgo de viaje lo que no me llega no es el tiempo de sueño, es el tiempo de visita, tengo ¡ansia de ver!

  4. Virtuditas, es sencillo, estás mas tiempo y haces tu vida como quieras ¿No?
    Pero claro, estoy de acuerdo con eso de «Sarna con gusto no pica»…jajaja
    Salud