Pendones Negros


Cada mes el día once se reunían. Se veían en una de las casas y una vez se completaba el grupo las tres salían a completar su ritual. En un bolso llevaban algo que parecía una pancarta y no solían levantar suspicacias ya que ese mismo día otros grupos iban también a manifestarse. Para ellas esto había sido un golpe de suerte y esperaban que durara mucho tiempo, que la crispación y la guerra entre grupos políticos no se detuviera para poder seguir haciendo aquello que tanto les gustaba.

Todas iban vestidas de negro, con esas telas finas que desprenden ese olor característico y que gustan de usar algunos grupos musulmanes. Se cubrían la cabeza con un paño negro y sus caras estaban ligeramente maquilladas. Eran amigas desde pequeñas. Habían llegado a España antes de las oleadas de inmigrantes actuales y se habían criado y educado entre dos mundos, en casa con las tradiciones y restricciones musulmanas y en la escuela viendo una sociedad totalmente distinta y mucho más libre y desinhibida. Sabían que eso para ellas estaba negado, que las deudas de honor en su pueblo se pagan con tu propia sangre y aunque ellas estaban dispuestas a renunciar a su fe y abrazar la libertad no era algo que pudieran hacer fácilmente, sus madres y hermanas pagarían también y no sería justo. Por eso lo tenían que hacer en secreto, amparadas por otra causa que no era la suya y que ni siquiera les importaba. Le habían puesto nombre a su grupo, los Pendones Negros porque ese era el color de sus ropas tradicionales y las tres estaban muy orgullosas de lo que hacían, era un acto de reivindicación, de rebeldía que además les aportaba pingües beneficios.

Salieron a la calle y se fueron a coger el cercanías que las llevaría a la ciudad, a Madrid. Iban cotorreando como cualquier grupo de jóvenes y entre risas y guiños a los jóvenes que se cruzaban llegaron a la ciudad. En el tren venían otros que también acudían cada día once, pero con otro propósito. Eran gente crispada, agitada, cortos de miras y con el cerebro bien lavado a fuerza de oír día tras día la teoría de la conspiración, esa que tiene más agujeros que un queso y que cada vez que uno de ellos es desenmascarado se aprestan a inventar una nueva duda, a desprestigiar a una nueva persona, todo con un único objetivo: no el de saber la verdad sino el de imponer la suya propia. Ellas no eran así, a ellas les daba pena lo que había sucedido aquel once de marzo pero gracias a eso y a todo el revuelo posterior ahora tenían una buena excusa para salir de casa una tarde al mes, ir a la ciudad y hacer aquello a lo que iban.

Iban hacia el parque del retiro pero antes se pararon a tomar un café y disfrutar del bullicio y el anonimato de la ciudad. Llamaban la atención por sus ropas negras pero eso no lo podían cambiar. Algunos les echaban miradas recelosas, de odio y desprecio porque su aspecto las incluía en un grupo de gente malvado y dañino del que no hemos recibido nada bueno en los últimos años. A ellas les daba igual, habían aprendido a convivir con eso y sabían que no podrían cambiar la forma en la que eran percibidas.

Después del café enfilaron hacia el parque del Retiro. Ese era su destino. No tardaron mucho en llegar y una vez en el parque buscaron su rincón habitual. Llevaban haciendo esto unos cuantos meses y ya tenían una rutina. Los habituales también sabían que ese día siempre estaban ahí, una vez al mes. Sacaron la pequeña pancarta y la desplegaron. Ahora sí que cotorreaban y se reían, eso era lo que les gustaba, lo que las hacía felices.

Se sentaron en un banco con la pancarta detrás de ellas. Los que caminaban por allí miraban y sonreían. No pasaron ni quince minutos cuando el primero de los habituales llegó. Señaló a una, pagó y se escondieron entre los matorrales. La pancarta seguía allí, desafiante, con su mensaje:

COMO CADA 11, MAMADAS POR 11 EUROS


Una respuesta a “Pendones Negros”

  1. Jajaja, muy bueno, Sulaco eres un crack.

    Este tema es un pelín friki, no estoy seguro que lo pillen todos 😉