Polvorón de anacardo filipino


Polvorón de anacardo filipino

La empresa para la que me prostituyo es japo-agitanada y ahora, para ahorrar más guita fuera de japolandia, han segregado la parte financiera de todas sus empresas en el exterior y han contratado el servicio a una compañía que tiene su mano de obra baratísima en las Filipinas, país en el que por casualidades de la vida, yo ya he estado tres veces y aún visitaré unas cuántas más. Resulta que en ese país hay mano de obra barata, hablan inglés sin el acento endiablado de los hindúes, que te digan lo que te digan, no se entienden ni entre ellos cuando hablan en inglés y además, las chamas no serán chochas pero son modositas y amorosas cuando tratan con la gente. Estamos en el periodo de transición, ese en el que aprenden lo que hacían empleados que cobraban sueldos obviamente altos y después ellos harán lo mismo desde miles y miles de kilómetros por mucho menos y a cada momento y como parte de esa transferencia de conocimiento, viene una banda de filipinos a Holanda para pasar una semana y siempre traen dulces de su país que ofrecen a los holandeses de la parte financiera de la compañía. Lo que los holandeses no le dicen a esos pobres es que a ellos esos dulces les dan mal YUYU y que ni de coña se los quieren comer y están allí, en el centro de la sala, negros de risa. O estaban, porque un día que estaba yo de tertulia en los alrededores me ofrecieron uno y cuando vi lo que era casi me da una flatulencia y me despeorro todo allí mismo de puro gusto. Los filipinos, cuando eran parte del reino de España, aprendieron a hacer polvorones, pero ellos no les ponen almendras y en su lugar optaron por los anacardos. Los comen todo el año y yo ya los había probado en las Filipinas y me habían encantado así que cuando vi las dos cajas, pillé uno y al final regresé a mi mesa en la oficina con todos, todos, todos, los polvorones filipinos. Esto ha abierto un universo nuevo de gula para mi y todos los días tengo ese momento reverencial en el que me como uno y solo uno. Ahora los cabeza-queso se preguntan si quizás debieron darles una oportunidad pero ya es demasiado tarde, yo ni devuelvo ni comparto. Son MI TESOROOOOOOOOOO


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