Puntuando la comida


Hace un par de fin de semanas mi amigo el Rubio me invitó a pasar ese periodo de descanso laboral con ellos. Ya sé que suena extraño ya que vivimos a veintidós kilómetros de distancia y los seres inhumanos e incluso los humanos prefieren el concepto de las visitas pero por razones misteriosas, nosotros siempre hemos preferido la sobredosis. Llegué a su casa el sábado por la tarde y llevaba conmigo la mochila petada de comida. Los chiquillos me saltaron encima nada más verme y la primera pregunta y la segunda y la tercera fue si me iba a quedar a dormir. No por nada el cuarto de invitados de su casa es el cuarto de Sulaco, algo que recuerdan a todo el que osa dormir en el mismo.

Primero nos dedicamos a agotar los niños, haciéndoles correr, saltar, agacharse y cualquier otro ejercicio físico que queme la cantidad suficiente de energía. Después vino la clásica discusión sobre el lugar en la mesa en el que me puedo sentar. Hemos acabado con una configuración en la que yo presido junto a la Unidad Pequeña número 3, a mi derecha se sienta la Unidad Pequeña número 2 y a la izquierda de la número 3 se pone la Unidad Pequeña número 1. Los padres acaban marginados en los extremos. Al parecer el Rubio y su Primera Esposa están haciendo una encuesta para saber lo que de verdad les gusta a los niños y cada día llenan una ficha con las puntuaciones que cada uno de ellos le da a la comida. Los previos de la cena fueron con Jamón serrano Ibérico y fuet que llevé yo y ambos consiguieron un diez. De primer plato la Primera Esposa preparó una sopa de calabaza que para mí estaba riquísima pero que no superó el cuatro, por no contar los caretos de los chiquillos porque no querían comerla y ni con el color nacional naranja los conseguíamos engañar. De plato principal yo llevé unos Guisantes con salchichas. Hubo diversidad de opiniones. Una se lo comió todo sin rechistar, otro dejó los guisantes y la otra dejó las salchichas. Los acompañamos con verduras hervidas. La puntuación osciló entre un seis y un ocho. Para los postres yo había preparado una sorpresa, un soberbio Pastel de arándanos azules con suero de mantequilla y limón, receta que descubrí a través de la asistente personal (o eso que antes llamábamos secretaria) del presidente de la empresa en la que trabajo y se ha convertido en una de mis comidas favoritas. Lo acompañamos con helado, con el pastel previamente calentado y los chiquillos se atacaban entre ellos y no hacían ni ruido. El consenso general fue que se merecía un nueve alto o quizás un diez, algo en lo que coincido. Además de ser muy fácil de preparar, es sencillamente imbatible, sobre todo para desayunar o merendar. Recién hecho es una golosina irresistible y mira que yo odio el suero de mantequilla, producto que en Holanda llaman karnemelk y que a la gente le encanta tomar para acompañar el almuerzo. Cuando los chiquillos aún relamían los platos y me pedían que traiga uno de esos cada vez que los vaya a visitar, saqué la sorpresa final, un montón de Brownies hechos con un fabuloso chocolate con el 86% de cacao y que es mim arma definitiva . Los tres niños decidieron unánimemente que los brownies, en una escala de uno a diez, merecían un cien, estaban fuera del sistema de medidas porque no hay manera de comparar otras cosas con ellos. El padre de zorrudo coincide con sus hijos ya que cada vez que le paso unos cuantos se los come al momento y todavía recuerdo el día que estuvo en mi casa y descubrió el tarro en el que los guardo y no me dejó ni uno. El cabrón se encochinó a conciencia, vamos, que yo creo que hasta le salieron granos.

Más tarde tuvimos la tradicional pelea para decidir a quién tengo que llevar yo a la cama y que se saldó acostando a los tres mientras los padres veían la tele y me decían que a ver si me paso por la casa más a menudo. A las ocho menos cuarto se lanzaban sobre mí los tres chiquillos y dos querían desayunar Pannenkoeken y el tercero Poffertjes con lo que acabé preparando las dos cosas y dando de desayunar a los niños antes que el Rubio y su señora se dignaran a pasar por el comedor. De nuevo me invitaron a acudir con más frecuencia. Después vino el momento bucólico y extraño de la mañana y mi favorito, cuando el Rubio toca el piano a cuatro manos con la Unidad Pequeña número 1 mientras los demás jugamos, charlamos, tomamos café o nos relajamos en el salón. Hice un vídeo del padre y la hija tocando una pieza pero no lo compartiré ya que pertenece a los momentos familiares. Sobre las diez y media de la mañana yo seguía mi camino, en ruta hacia el cine y ellos se iban a un cumpleaños en Rotterdam. Quedamos en que el primer fin de semana de abril lo pasaré de nuevo con ellos ya que el segundo lo ha reservado el Turco, el cual ya me ha dicho claramente que quiere Brownies y Pastel de arándanos azules con suero de mantequilla y limón.


5 respuestas a “Puntuando la comida”

  1. No creas que los niños quieren tus visitas por un interés alimenticio, simplemente es que te aman…jajaja
    Salud

  2. Es listo tu amigo y su mujer…. yo tambien quiero que vengas a mi casa y poder, por ejemplo, dormir media hora más mientras tú te lo curras….. menos mal que hay amor….

  3. Genín, los chiquillos saben que yo jamás voy con las manos vacías.

    Virtuditas, sigue soñando. La mujer del Turco ya me ha pedido la lista de la compra para tenerlo todo preparado

  4. No, si precisamente soñar es para lo que tengo menos tiempo, porque mi pequeña bestezuela como muy tarde a las ocho de la mañana ¡toca diana!, por eso te estoy «invitando», y tranquilo, yo tambien se hacer la compra, eh? (otra lista la mujer del turco)